Lunes, 22 de marzo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Interesante paradoja. Aquello que gracias a los sucesos en el Congreso fue presentado como los días más calientes en lo que va del año, desde la profundidad de la política puede verse como lo más aburrido de los últimos tiempos.
No se trata, tan sólo, de lo transparente que ya resulta a qué y cómo juegan en el oficialismo y la oposición (aunque en el caso de ésta, su fragmentación y entrecruces hacen que se pierda hasta el más pintado). Es también, o primero, que el galimatías de manejos de quórum, interpretación de mayorías simples o totales, cálculos de presentes y ausentes, alianzas eventuales –con el agregado de que todo varía según el proyecto y la coronación de estar, encima, atravesado por las impugnaciones judiciales– produjo, al parecer, un hecho impactante. O pedagógico, al menos: además de agotar a la sociedad, salvo que algún marciano piense a ese fárrago parlamentario como una pasión popular, extenuó a sus propios protagonistas. Excepto Carrió, incansable en su militancia como pastora del caos permanente, bastó verles las caras a casi todos los demás, de un lado y del contrario, para percibir que están agotados. Y tan es así que, según trascendidos firmes, en el Senado habrían acordado poner pausa, e inclusive consensuar aprobaciones. Entre ellas, eliminar todas las comisiones que cargan los bancos por el cobro de sueldos en cajeros automáticos. Sería una medida justa y simpática. Pero sobre todo, habría de servir para que el Congreso brinde –aunque fuere de modo parcial– una imagen más emparentada con la discusión de cosas relevantes. Ya sea porque auténticamente lo son (no es cuestión de minimizar el uso de las reservas monetarias o la reforma electoral), como para demostrar que pueden dedicarse a asuntos que la población siente cerca, cotidianos, de su interés directo.
En línea con eso, y en la mixtura de lo uno y lo otro y de incumbencias masivas, sectoriales o de minorías, hay una lista considerable de temas de los que se habla entre poco y nada. O bien mucho pero, en esencia, por fuera de quienes desempeñan roles decisorios. Algunos son resorte principal del Ejecutivo, otros deberían mostrar al Congreso como actor protagónico y otros se prestan al ensamble. Hay ahí el cambio imprescindible en la regulación de la actividad financiera, aún regida por ley de la dictadura y llave maestra para que la función de los bancos sea su festichola de acumulación de ganancias, sin visos de su carácter (básico) como servicio social bajo dirección y monitoreo del Estado. ¿Cómo es posible que, en medio de la recuperación tras el parate de 2008 y con todos los indicadores a favor, incluyendo sus pingües balances, el crédito en general, y para la vivienda en particular, continúe desaparecido? Por cierto, el Gobierno les brinda una coartada lamentable gracias a la manipulación de las cifras del Indek o, aun, de la inflación real. Pero también es real que, en el caso de los trabajadores en blanco, no hay afectación de su capacidad de pago. Y, otra paradoja y vaya de qué tamaño: son los propios referentes del gran empresariado quienes aducen que los incrementos salariales resultan sustantivos (usándolos de ariete, eso sí, para alertar sobre sus consecuencias inflacionarias, que es una de sus falacias más inmundas). Tampoco figura la reforma tributaria, en un país que sigue siendo ejemplo mundial de cómo, en proporción, los que menos tienen pagan de impuestos mucho más que los dueños de la torta. Y ni hablar, ya que andamos por records universales, de que nada como la Argentina para dar tierra en arriendo pasivo, para solaz y esparcimiento de los pools de siembra (ver al respecto la, como siempre, brillante columna del ingeniero Enrique Martínez, titular del INTI, en este diario, jueves pasado).
No cabría abrigar grandes esperanzas, acerca de que ésos y otros varios aspectos estructurales vayan a ser de interés institucional. Pero si acaso lo hubiera, vistos los antecedentes y el día de hoy es dable esperar que parta exclusivamente del palo oficial. Y es que, al margen, si se quiere, de consideraciones ideológicas o gustos políticos, para bien o para mal es el Gobierno el único que hace. Lo cual es intrínseco, por una parte; pero, por otra, remite a la capacidad de formular propuestas. El frente o bloque opositor, no importa cómo se lo llame ni si se debe a su fraccionamiento creciente o a su mediocridad de ideario, es incapaz para superar el karma de ser comentarista; o bien de ir a llorar a la Justicia. Y en torno de esa percepción, la semana pasada sí fue confirmante. Arrancaron con el maravilloso papelón de anunciar el cierre generalizado de las exportaciones vacunas, que poco después se transformaría en “trabas aduaneras”, y más tarde en “demoras” para empresas con reclamos, hasta extinguirse en la agenda mediática sin siquiera silbar bajito. Y cerraron, probado ya un Duhalde sin piné tras el grosero reintegro periodístico que le obsequiaron, con la reinstalación de la candidatura de Reutemann. Probablemente, y junto con el resquebraje entre los radicales y los peronistas disidentes (ambos hacia dentro de sí mismos), eso lo haya forzado el estallido de la puja entre Macri y De Narváez. El primero acabó por blanquear sus aspiraciones presidenciales, pero resulta que el segundo también a pesar de su restricción constitucional. Como eso no le impediría a éste acompañar en una fórmula a Reutemann, avanzaron igualmente en plantar la idea del binomio. Esa insistencia por fijar la postulación del santafesino, al que la propia derecha sindica como un enigma casi indescifrable, es reveladora de los serios o graves problemas que tiene el espectro para unificar criterios de nombres propios. En verdad es peor todavía, porque ese nudo involucra solamente al equipo panperonista de la oposición. En el de los radicales sucede otro tanto, entre la plancha de Cobos, la ambigüedad del partido y el galopar de la amazona del Apocalipsis.
Con ese panorama, es demasiado complicado suponer que pueda surgir desde allí la oferta unificadora que gran parte de los núcleos del establishment, así como los sectores de la clase media embroncada, le exigen al oposicionismo. Pero tampoco se puede perder de vista, sin significar que sea irreversible, la enseñanza del prontuario de la derecha: si se ven acorralados, es pertinente, de piso, imaginar que encontrarán la opción que hoy se avizora imposible. Otro (les) sería el cantar si de las franjas de la izquierda pudiera pronosticarse algo parecido, en lugar de perder el tiempo con esa testimonialidad de café que prefieren a lo denominado como posibilismo.
Igual, lo que vaya a ser pasa centralmente por los atributos de que pueda hacer gala el oficialismo con las riendas de la economía. Si se consolida y avanza en atenuar los desequilibrios sociales, no habrá ni corrupción, ni altanería de Cristina, ni gritos campestres, ni hoteles de El Calafate, ni embistes mediáticos que valgan. Y si no, podrá valer lo peor.
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