EL PAíS › LOS CARTONEROS DE BUENOS AIRES AYUDAN A UN COMEDOR TUCUMANO
Pobres que les dan a los pobres
Una cartonera recibió una carta desesperada de un comedor infantil en Tucumán. Durante un mes, con ayuda de asambleístas, se reunió casi una tonelada de alimentos más juguetes y ropa, que esta noche salen en tren para ser entregados personalmente.
Por Irina Hauser
El plan es encontrarse en la estación de Retiro al anochecer. Están acostumbrados a andar en tren. Lo hacen todos los días, de José León Suárez a Capital, ida y vuelta. Pero éste será un viaje bien distinto. No durará una hora, sino un día y una noche enteros. Y el destino será Tucumán. Esta vez los cartoneros no llevarán papeles y cartones sino una montaña de alimentos para gente que, explican, tiene muchas menos posibilidades que ellos de rebuscárselas. Son cerca de 900 kilos de comida, más ropa, juguetes y algunos medicamentos que ellos mismos se encargaron de juntar a lo largo de un mes en algunos barrios porteños –con ayuda de asambleas populares– y también entre sus propios vecinos de las zonas carenciadas del conurbano donde viven.
Una carta que recibió Isabel Zerda, una cartonera que tiene parientes en Tucumán, fue el motor de esta historia. Eran cinco líneas muy directas en las que la directora del jardín-comedor Conejitos Felices, del barrio tucumano Juan Pablo II, imploraba una “donación de mercadería” porque ya no tiene qué darles de comer a los 100 chicos que recibe por día. El pedido primero descolocó a los recuperadores de basura del Tren Blanco, que en realidad padecen el mismo problema. Pero enseguida se organizaron para conseguir cosas, estimulados por dos delegadas cartoneras, Lidia Quinteros y Norma Flores, a quienes no les pareció una misión imposible.
Los pobres les piden a los pobres, y los pobres dan. “Es porque no confiamos, no queremos intermediarios, y menos políticos, preferimos manejar esto nosotros mismos”, explica Lidia desde una de las mesas de la vereda de la parrilla al paso que está en la esquina de Crámer y Teodoro García, a unos metros de la estación Colegiales. En la misma ronda planifican con ella la travesía a Tucumán algunos asambleístas: Ricardo La Guidara, Aníbal Rodríguez, su hijo Rubén y Andrés Pérez Esquivel.
También está Carlos Sosa, el dueño del boliche, que tuvo ahí en la puerta durante varias semanas una caja con un cartelito explicativo para que los vecinos hicieran donaciones. Además les prestó a los cartoneros su tarjeta para comprar leche en un supermercado mayorista con algunas contribuciones de dinero que recibieron. Sosa, con una camisa azul desabotonada hasta la mitad, ofrece una bandeja con pizza, una de sus especialidades, aseguran los demás. Pregunta cuán crocante está la masa, le preocupa que esté en el punto justo, y anuncia que posiblemente se sumará a los viajeros.
“Nosotros vivimos la falta de comida muchas veces en carne propia, pero nos las podemos arreglar bastante vendiendo cartón. Allá en Tucumán la gente no tiene las mismas posibilidades, por eso queremos ayudarlos”, dice Lidia, dedicada al cirujeo desde que perdió su trabajo de oficial zapatera en una fábrica. “Decidimos ir nosotros a llevar personalmente todo lo que juntamos porque sabemos que si no las cosas no llegan a su destino. Queremos garantizar la entrega. Tenemos muy mala experiencia con punteros del peronismo”, advierte la mujer, haciendo sonar en un vaso sus uñas largas, con esmalte fucsia saltado y un cortejo de varios anillos.
Norma, madre de cinco hijos, dos de los cuales viven en Tucumán con su hermana, fue una de las primeras en recibir la carta del comedor. Sugirió sacar fotocopias y empezó a repartirlas entre la gente del barrio Independencia, la villa de emergencia donde vive. “Reaccionaron muy bien y empezaron a traer, sobre todo paquetes de polenta”, relata esta mujer que lleva ocho años de cartonera. Ella y Lidia hablaron con más gente para intentar conseguir cosas en las estaciones y sus alrededores. “Pero en un momento pensamos que se podía juntar mucho más, y fuimos a pedir ayuda a varias asambleas”, cuenta.
Algunos cartoneros ya se conocían con la asamblea de Colegiales. Fue a raíz de un apriete policial del que los rescataron los caceroleros cuando pasaban cerca y de casualidad notaron que algo pasaba. Después hicieron muchas actividades en conjunto (ver aparte). “Para organizar la colecta le pedimos ayuda también a otras asambleas como las de Chacarita, Colegiales, Villa Ortúzar, Palermo Viejo, Bajo Belgrano, Altos de Palermo y Ballester”, enumera Lidia.
La caja en la que la parrillita de Sosa cobijó en las últimas semanas los aportes del vecindario ya está cerrada y embalada, cerca de la mesa. Frente a Lidia está sentado Joos Heintz, un matemático suizo de barba canosa, quien solía ir a la asamblea de Palermo, fuma en pipa y habla un castellano perfecto aunque con acento extranjero. Es profesor de la UBA y cuando se enteró del proyecto de los cartoneros se le ocurrió mandarle una carta a un grupo de colegas de la comunidad científica e incluso al decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Pablo Jacovkis. Los convocó a una reunión especial, con la esperanza de que la institución no sólo apoyara la colecta sino que los académicos pudieran hablar con los cartoneros y enterarse de las condiciones en que trabajan y viven “con posibilidades de que aportemos soluciones como científicos o con nuestros conocimientos o capacidades analíticas”, decía el texto de Heintz en alusión a cuestiones como la polución. El encuentro finalmente se hizo, se llamó “los papers junto al cartón” y generó otra pata importante de aportes solidarios.
Así los cartoneros llegaron a juntar 100 kilos de azúcar, 100 kilos de leche, 60 de sal, fideos, arroz, harina, polenta, flanes en polvo y jugos, ropa y juguetes, entre otras muchas cosas. Parte de los alimentos los compraron con dinero donado. Otro tanto lo llevó gente suelta. Y la empresa TBA les dio aceite, harina y 30 metros cuadrados de chapa para poder hacerle un techo al jardín-comedor, al que ya casi no le queda nada cubierto. Los cartoneros consiguieron también pasajes, a partir de gestiones con TBA y NOA Ferrocarriles.
El contingente que partirá hoy a la noche estará integrado por siete cartoneros y cinco asambleístas barriales. Entre ellos circula un temor secreto a que les saqueen lo que llevan, como pasó en diciembre con un cargamento de comida que envió un grupo de bibliotecarias bonaerenses y como les han contado que pasó en otras oportunidades. Por eso quieren asegurarse cada movimiento, y la intención es llevar todo al jardín-comedor apenas lleguen a Tucumán, en la misma noche del sábado. “Si esto nos sale bien, que no debería ser de otra manera porque lo hacemos de buena fe, lo vamos a repetir para gente de otros lugares que lo necesite”, se prepara Norma.
“A mí se me puso la piel de gallina –añade– cuando me dijeron que los nenes del comedor no tenían ni pan para tomar la leche. Nosotros los cartoneros, que no tenemos nada, queremos mostrar que el que quiere ayudar a que las cosas cambien, puede.”