EL PAíS › DEBATE SOBRE EL FUTURO DE LAS ASAMBLEAS BARRIALES

“Están construyendo un mundo nuevo”

Un año después de su nacimiento, las asambleas se perfilan como un movimiento social más ligado a acciones concretas que a consignas abstractas.
Seis “caceroleros” convocados por Página/12 debaten sobre sus objetivos, la relación con los partidos y el desafío de la democracia directa.

 Por Irina Hauser

“Las asambleas están construyendo un nuevo mundo en sus dinámicas cotidianas. Eso es lo que son, son como pequeños motores permanentes”, define Ezequiel Adamovsky, integrante de la asamblea de Cid Campeador. Después de un año funcionando, en las asambleas barriales parecen empezar a asentarse algunos principios elementales que las perfilan como un nuevo movimiento social. Intentan anteponer las acciones concretas a cualquier listado kilométrico de consignas abstractas, ensayan modos de debate horizontal, no tienen líderes formales y el trabajo en el barrio les parece tan importante como atender los grandes asuntos nacionales. Estos son algunos de los conceptos que surgieron, al menos, de una mesa de debate y balance con seis caceroleros organizada por Página/12. Pero no todo es perfecto. La coordinación entre asambleas es aún un tema no resuelto. Y en la intimidad de las reuniones de vecinos subsiste una fuerte tensión entre la lógica de la democracia directa y las prácticas de las organizaciones políticas tradicionales.
Las asambleas barriales surgieron después de los cacerolazos de diciembre del 2001, cuando buena parte de la gente que había salido a la calle en un estado de ebullición irrefrenable empezó a organizarse espontáneamente en ámbitos donde canalizar su bronca y transformarla en algo productivo. Un sentimiento común que unía a quienes participaban en las primeras reuniones, caóticas y multitudinarias, “era el no sentirse representados por nadie y querer cambiar las prácticas políticas de costumbre”, en palabras de Andrea Madariaga, una productora cultural de la asamblea de Córdoba y Anchorena. De ahí, el “que se vayan todos”. “Elegimos corrernos del lugar de espectadores pasivos de la realidad, como paso previo a cualquier construcción política”, añade Fabio Núñez, abogado, 38 años y cacerolero de Temperley.
Según los datos que manejan los autoconvocados, actualmente hay alrededor de 220 asambleas en todo el país. Unas 80 se concentran en Capital Federal y otras tantas en el Conurbano bonaerense. Las provincias donde, al parecer, están más arraigadas son Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Jujuy y Mendoza. Las de todo Buenos Aires intentaron en un principio articularse en la llamada Interbarrial de Parque Centenario, pero ese espacio comenzó a naufragar a mitad de año cuando se hizo muy evidente que lo único que ocurría en él era que algunos partidos –especialmente el PO, el MST y el PC– llevaban sus aparatos para votar puntos y puntos con escaso anclaje con la realidad. Hubo tentativas de reflotar esa instancia, pero no resultaron. Ahora, unas 50 asambleas, que se definen a sí mismas como “autónomas” y se juntan sin lugar fijo, apuestan a reconstituir algún modo de articulación entre ellas donde puedan trazar caminos comunes.

1 ¿Quiénes van a las asambleas?
“Al comienzo tuvieron un predominio de integrantes de clase media, pero desde mitad de año notamos que se empezaron a incorporar muchos desocupados; ahora está mezclado”, dice Ezequiel, un docente de 31 años. Gustavo Vera, de Parque Avellaneda, dice que en su asamblea el cambio fue todavía más rotundo: “Ahora está todo el pobrerío del barrio”.
En enero y febrero del año pasado, las reuniones de vecinos estaban repletas. Algunas tenían hasta 250 personas. Pero muchos se fueron, otros van y vienen o se limitan a participar en actividades puntuales. Hoy, el número de concurrentes oscila, según el barrio, entre 20 y 70 personas. “La gente vino con muchas expectativas, le pedía a la asamblea una identidad de la que carecía. Los que quedamos somos los que pudimos entender y soportar que este nuevo movimiento se va construyendo mientras uno participa”, acota Andrea.

2¿Por qué muchos se fueron?
“Al comienzo se notaba especialmente en la clase media una aspiración a un realismo mágico, a que dando tres gritos todo cambiaría. Algunos no se bancaron ver que eso era imposible y se fueron, igual que los que querían limitarse a cortar el pasto de la plaza”, analiza Fabio.
Ezequiel cuenta que en la asamblea de su barrio hicieron una encuesta para entender la deserción. El 40 por ciento dijo que se iba por las dificultades que traía la presencia de partidos políticos en las asambleas. “La máquina de votar consignas y no acciones desgastó. Fue nocivo empezar el trabajo asambleario en base a un programa que venía de la Interbarrial, era muy frustrante”, dice. Este es un diagnóstico que se repite en muchas asambleas, con algunos agregados como, por ejemplo, en la asamblea de San Telmo, Plaza Dorrego, donde “hubo gente que se fue porque creía que reclamar cosas al Centro de Gestión y Participación (CGP) de la zona o reclamar cosas al Estado equivale a transar, además de que se fue gente de partidos que participaba”, cuenta Nora Palancio Zapiola, una periodista de 29 años, autoconvocada del barrio. En el Cid, algunos caceroleros también renunciaron por no estar de acuerdo (o quizá por temor) con que la asamblea recuperara como espacio propio un edificio vacío del Banco Mayo.

3 ¿Pueden convivir
partidos políticos
y asambleas?
En términos generales, con el correr de los meses, en las asambleas parecen predominar los objetivos y el modo de hacer de los caceroleros que no se identifican con ninguna fuerza, algunos de ellos incluso carentes de militancia previa. Sin embargo, en algunos casos el problema del vínculo entre unos y otros no está resuelto. Es lo que dice Ezequiel que ocurre en la asamblea del Cid. “Eso trabó todas las demás discusiones y estamos como estancados”, agrega. Nora piensa parecido y recuerda que “los efectos de esas disputas se vieron el último 20 de diciembre, cuando muchas asambleas marcharon separadas e hicieron actividades distintas”.
Los otros asambleístas presentes, en cambio, tienen la impresión de que las aguas ya se aquietaron lo suficiente como para pasar a concentrarse en otra cosa. “También habría que reconocer que en el debate ideológico los partidos hicieron un gran aporte, yo saco un saldo positivo de eso”, dice Andrea. “Incluso nos llevó a aprender a consensuar. Es cierto que una organización horizontal, como las asambleas, no puede convivir con una vertical, pero eso no quiere decir que no puedan hacer cosas juntos”, reflexiona. Fabio asiente, pero insiste en no perder algo de vista: “El error de los partidos fue no respetar el tiempo de crecimiento de las asambleas, pensar que tenían que apurarlas, hacer marchas y marchas”.

4 ¿Qué hacen las
asambleas?
Las asambleas son, al menos por ahora, lo que hacen. Ahí parece radicar su esencia y su potencialidad de lograr cambios. “Lo que hoy nos define es estar en nuestras prácticas”, teoriza Ezequiel. “Además –dice Nora– hay algo muy claro: si no hacemos cosas concretas, la gente no nos cree.”
Gustavo recuerda una de las primeras acciones en su barrio: “Ocupamos Edesur y logramos que suspendieran los cortes de luz”. La asamblea que integra recuperó un bar que estaba abandonado y ahí instaló un comedor donde ahora van unas 200 personas por día. Algunos de los vecinos se incorporaron, con otras asambleas de Flores, al armado de una obra social para las fábricas autogestionadas. Y la lista sigue. La asamblea del Cid, cuenta Ezequiel, puso a funcionar un comedor y un sinfín de talleres en la sede desierta del Banco Mayo que ocupó. La de San Telmo, dice Nora, está construyendo un comedor, tienen ollas populares y han hecho una campaña de vacunación gratuita para los cartoneros que pasan por la zona. Inés Fernández, una arquitecta de 42 años de la asamblea de Palermo Viejo, rescata la experiencia de La Trama, un evento de dos días donde hubo entodo el barrio arte, espectáculos, debates políticos, económicos, entre otras cosas. El acontecimiento permitió que se interrelacionaran sobre todo los comerciantes (que pusieron a disposición sus salas, bares y restaurantes) con el resto del barrio. “Nos permitió superar la fragmentación”, dice Inés. Andrea cuenta que en su barrio la energía está puesta, por ejemplo, en fiscalizar que funcione (y no cierre) el centro de salud local y resistir desalojos de vecinos.
Los ejemplos citados son, de todos modos, una porción ínfima de todo lo que ocurre. Entre las asambleas, además, el debate político es una constante. Uno de los grandes temas, aún bajo análisis, es qué hacer con las empresas privatizadas de servicios y cómo resistir el tarifazo. Algunas asambleas comienzan también a preparar lo que llaman el “boicot electoral”, que seguramente abarcará manifestaciones de variada índole para cuestionar el llamado a elecciones, al que consideran trucho. En ciertos grupos de autoconvocados hay una preocupación fuerte porque las actividades culturales no pierdan su contenido político.
A Gustavo le parece, y los demás asienten, que las asambleas funcionan “como bisagra” con otros movimientos sociales, que desde el vamos se diferencian del asistencialismo clásico y que tiende redes y relaciones solidarias hacia todos lados, sobre todo con las fábricas tomadas y los piqueteros. “Los comedores de las asambleas –cuenta este vecino– han sido lugares donde los pobres comenzaron a organizarse por su cuenta, lejos de los punteros políticos.”

5 ¿Por qué ocupan
predios?
“Las tomas de espacios físicos grafican muy bien que las asambleas nos estamos haciendo cargo de la realidad. Lo que buscamos es recuperar espacios que son públicos y por ende nos pertenecen”, sostiene Fabio, y cuenta que en Temperley también hay una toma de un edificio del ferrocarril. Como en el resto de los lugares recuperados, allí se da de comer a quienes lo necesitan y se organizan todas las actividades del grupo cacerolero. Andrea comenta que a varios miembros de su asamblea lo que no les convence es “abandonar el espacio público al aire libre, que es donde nacimos y donde la gente nos puede ver”; por eso, explica, ellos siguen en la calle.

6 ¿Se puede sostener
la horizontalidad?
–¿Otra vez ustedes? A ver, que venga a hablar un representante conmigo. ¿Vos sos el representante? –dice un policía de Temperley cada vez que las asambleas de Lomas de Zamora despliegan alguna actividad en la calle.
–No, todos somos representantes –contestan los vecinos.
“A los policías, igual que a los punteros, la horizontalidad los pierde, los desespera, no saben qué hacer, no la entienden”, sostiene Fabio.
El funcionamiento sin líderes ni programas estáticos –o al menos el intento de que así sea– es uno de los pilares en el día a día de las asambleas. Es lo que marca una de las grandes diferencias con las organizaciones políticas tradicionales que cuestionan. Todo se discute y se vota o se decide por consenso, lo que hace que las reuniones sean a menudo muy prolongadas. Pero con el tiempo cada asamblea se fue organizando en comisiones que atienden distintos temas y ha tratado de ir acotando su heterogénea agenda.
Los principios ligados a la democracia directa entran en crisis o generan nuevas polémicas cada vez que por alguna razón los asambleístas se ven en la situación de tener que dialogar con el Estado, los CGP o distintos partidos políticos. A pesar de todo eso, prevalecen.

7 ¿Es indispensable que las asambleas actúen articuladas?
“La posibilidad de lograr la coordinación entre asambleas, que nos una como movimiento, es lo que nos puede diferenciar del Gobierno, por eso es importante lograrla, es de hecho nuestro principal desafío”, alerta Fabio. “Necesitamos ese click de superar la fragmentación, porque es lo único que nos puede permitir arribar a consensos. Es difícil porque toda la sociedad está fragmentada”, dice Inés.
La Asamblea de Parque Avellaneda, cuenta Gustavo, escribió una declaración “para que todo el movimiento marche hacia una confluencia, nosotros pensamos que es necesario, el trabajo común entre asambleas todavía no existe”. Ezequiel completa: “Esto sería lo inverso al funcionamiento de la Interbarrial de Parque Centenario, que se apoyaba en una lógica centralista y jerárquica, en una especie de institución fija por la que todos se peleaban, que no tiene nada que ver con lo que en realidad son las asambleas”.

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Gustavo Vera, Andrea Madariaga, Fabio Núñez, Nora Palancio Zapiola y Ezequiel Adamovsky.
Seis voces que surgen de las 80 asambleas que quedan en Capital. En el país suman 220.
 
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