Martes, 7 de diciembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
En Medio Oriente, el pueblo judío, que venía de una larga diáspora, convirtió a los palestinos en los judíos del mundo árabe. En su diáspora, los palestinos hicieron un proceso similar al que habían hecho los judíos en la suya. Muchos se hicieron profesionales o adquirieron conocimientos y oficios que podían llevarse con ellos si debían emigrar de territorios que nunca eran los suyos. Se convirtieron así en uno de los pueblos árabes más cultos, con un núcleo importante de intelectuales, pensadores y artistas diseminados en todas partes del mundo. Fueron, al igual que los judíos, un pueblo sin nación. Esta idea de pueblo sin nación es difícil de entender en todas sus connotaciones de ausencias y desidentidades para los que no tienen o no han sufrido ese problema. O sea, es difícil para la mayoría, menos para los judíos, que sí han sufrido esa amputación. Y por lo tanto, si son los que más la entienden, tendrían que entender más que los demás que no existe una solución nacional sin territorio propio. Los palestinos, como hicieron antes los judíos, no cejarán hasta lograr su propio Estado en un territorio propio. Cualquier otro camino significará más sangre y más guerra.
Las vueltas de la historia han llevado a la paradoja de que sea Israel, el Estado judío, el principal obstáculo para que otro pueblo, el palestino, se realice como nación integral. El planteo central de los gobiernos israelíes es el de fronteras seguras y por eso son reacios en las negociaciones. Y, en realidad, podrán pensar en fronteras seguras recién cuando el pueblo palestino pueda realizarse como nación y desaparezcan los motivos que lo llevan a confrontar con el que aparece como su principal obstáculo.
La discusión en el Medio Oriente es milenaria y por lo tanto inútil desde ese enfoque. Lo real es que en la actualidad existen dos pueblos que conviven en un territorio reducido. Uno de ellos con territorio y Estado y el otro no. Cualquier solución tiene que partir de esa realidad. Es inoperante pensar en un solo Estado, ya sea judío o palestino, para lo cual habría que tirar al mar a millones de personas en cualquiera de los dos casos. Es muy probable que el futuro de ambos pueblos sea incluso el de hermanarse en un solo estado-nación o confederación, pero en la actualidad cualquier intento de aplicarlo significaría una guerra interminable que, por lo demás, es lo que sucede en la actualidad.
La paz en Medio Oriente requiere la existencia de un Estado palestino independiente y por eso es importante el impulso que tomaron Uruguay, Brasil y ahora Argentina, los tres como parte del Mercosur, para reconocer al Estado palestino.
Esa idea de que la paz en Medio Oriente requiere la existencia del Estado palestino también está en discusión. Porque el gobierno israelí sostiene que no reconocerá al Estado palestino, si antes los palestinos no garantizan la paz. A su vez, en un primer momento Hamas rechazaba de plano la existencia del Estado de Israel. Pero hace poco, uno de sus principales dirigentes, Jaled Meechal, sugirió que podría negociar sobre la base de las fronteras de 1967. Aunque advirtió que no reconocerá a Israel hasta no tener un Estado propio, independiente y sin condicionamientos.
Es un poco el problema del huevo o la gallina. Más pragmática, la OLP eligió un camino intermedio: tomó los territorios ganados y generó el gobierno de la Autoridad Palestina, que está dispuesto a participar en negociaciones de paz. Pero estas negociaciones ahora están interrumpidas por la construcción de asentamientos judíos en tierras palestinas. El gobierno israelí habla de un futuro Estado palestino y se molesta con el reconocimiento argentino actual al Estado palestino, pero al mismo tiempo construye asentamientos en esos territorios, lo cual hace que sus palabras no sean creíbles.
Además, estos años demostraron que la existencia de un Estado palestino sería recién el comienzo. Si ese Estado resulta nada más que un ghetto pobrísimo junto a un Estado israelí próspero, como sucede con Cisjordania y Gaza, la región seguirá siendo un polvorín. El Estado palestino tiene que tener su propia economía, su propia industria y su propio comercio. Tiene que estar a la par del Estado de Israel y no subordinado a él. Y para que sea así deberá contar con el apoyo de todo el mundo, pero sobre todo de Israel y de los Estados árabes. Un Estado palestino próspero puede ser la clave de la paz en Medio Oriente.
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