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Bajo perfil
Por Washington Uranga
Los obispos católicos optaron, en todo sentido, por el bajo perfil al pronunciarse sobre las próximas elecciones. En primer lugar eligieron una declaración breve, sobria en los términos, evitando las palabras grandilocuentes o las afirmaciones de principios sin correlato práctico. Le quitaron también toda espectacularidad a la presentación del documento al decidir que la declaración fuera leída por el arzobispo Domingo Castagna, vicepresidente segundo del Episcopado, sin la presencia del presidente, el arzobispo rosarino Eduardo Mirás, ni del cardenal Eduardo Bergoglio, que ocupa la vicepresidencia primera. Por otra parte es evidente el cuidado y la preocupación que tienen los obispos para no verse involucrados o complicados en ninguna situación que tenga que ver con la disputa política electoral. Para ello eligen no improvisar en sus declaraciones. Después de que la Comisión Permanente acordó un texto, ningún miembro de la presidencia estuvo dispuesto a enfrentarse a los periodistas para hacer aclaraciones, comentarios o agregar alguna palabra. Castagna se sentó frente a la prensa sólo para leer el documento y se retiró de inmediato de la sala sin agregar una sola palabra y sin aceptar ningún tipo de preguntas. Quienes participaron del encuentro episcopal –obispos llegados desde todo el país– aportaron casi de manera unánime a un diagnóstico que preocupó a la mayoría: el desaliento de la ciudadanía frente a la falta de propuestas de los candidatos. Ello, concluyeron, redundará en apatía y desgano para participar de los comicios. Por eso el llamado apuntó, fundamentalmente, en esa línea: admitir los problemas, pero llamar a la participación como parte de la corresponsabilidad ciudadana. Una lectura entre líneas del documento orienta a mirar sobre todo a la trayectoria y a la probidad moral de los candidatos, por una parte, y a dejar de lado las “emociones engañosas”, por otra. Lo importante son las personas, parecen decir los obispos católicos, porque es de éstas que se deben esperar actitudes y conductas que puedan permitir un cambio de rumbo. Aún haciendo todas estas consideraciones y admitiendo que la jerarquía católica hizo una opción por el bajo perfil, no es menos evidente que los obispos participan del mismo desconcierto que invade a gran parte de la ciudadanía. La economía de palabras y la mesura de todo lo que se expresa es un signo de prudencia y, al mismo tiempo, una manifestación elocuente de la incertidumbre que la conducción de la Iglesia tiene frente al futuro que se avecina.