Lunes, 19 de diciembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › A DIEZ AñOS DE LA REBELIóN POPULAR QUE TERMINó CON EL GOBIERNO DE LA ALIANZA
Los autores de 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina, Walter Isaía y Manuel Barrientos, reflexionan sobre las causas y las consecuencias del proceso que desembocó en las protestas del 19 y el 20 de diciembre.
Por Ailín Bullentini
Cuando terminó el programa de radio que producía, hace hoy diez años, el periodista Walter Isaía se subió a la camioneta ploteada con el logo de radio La Tribu y se internó en el microcentro porteño, convertido aquel jueves caluroso de fin de año en uno de los focos del desmoronamiento del país, parte de un proceso histórico que es complicado delimitar, casi tanto como definir con un solo concepto: lo que sucedió el 19 y 20 de diciembre de 2001 en la Argentina. “Nunca me imaginé lo que vi. Era la subversión absoluta de las lógicas cotidianas”, comentó Isaía. ¿Qué le pasó al país en esos días en los que más de 30 argentinos murieron en manos de la represión estatal? ¿Qué hizo la sociedad luego? “Algunos dicen que es el último minuto del último round de un proceso de resistencia que habíamos iniciado a fines de los ‘80. De lo que no dudamos es de que fue un momento de épica popular muy fuerte que dejó un sello importante, una huella”, dijo Manuel Barrientos, también periodista. La necesidad de ambos de profundizar en la reflexión los llevó a entrevistar a una veintena de “voces que hayan participado de esos días y a quienes eso les haya resultado importante en su vida, en su trabajo político o social”, contó Isaía. El trabajo, que duró dos años, desembocó en el libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina (Patria Grande).
Hebe de Bonafini, Víctor De Gennaro, la politóloga María Esperanza Casullo, el historiador Ezequiel Adamovsky, el dirigente de La Cámpora Eduardo “Wado” De Pedro, Horacio González son algunas de las más de veinte voces “del campo popular” a las que Barrientos e Isaía invitaron a repensar aquellos días “aportando a la memoria colectiva y a la historia popular”. Los autores se conocieron tres años después del estallido y la represión del gobierno de Fernando de la Rúa. En 2007 recibieron una beca de investigación y en 2008 tuvieron la idea de hacer el libro. “Fue un momento de una movilización social impresionantemente masiva, inorgánica, sin banderas. Una de las primeras veces que nuestra generación, nacida durante la dictadura, crecida en el alfonsinismo y el menemismo, veía y vivía algo así”, definió Barrientos, con la memoria puesta en la noche de aquel 19.
Walter Isaía: –Transcribir las entrevistas nos dio la posibilidad de dar profundidad, de escarbar sentimientos y emociones de los protagonistas, cosas que perderíamos si hacíamos algo ensayístico. Además queríamos que el libro sirviera de insumo para otros laburos; que otros pudieran tomar el recorrido que les interesara y que a partir de ahí pudieran trabajar otra cuestión.
Manuel Barrientos: –El libro nace de esa mirada generacional y apunta a reconstruir y a la vez poner en discusión eso que había pasado. El 2001 marca un quiebre para nuestra generación y también para muchos militantes de los ‘70 que volvieron a politizarse, a pensar de nuevo no sólo en política sino en lo público. Partimos de que no se podía tener una mirada unívoca o cerrada de lo que fue 2001. No hubo una organización o partido político que haya sido el único protagonista de los hechos. De aquellas movilizaciones espontáneas participaron miles de organizaciones, muchas sin banderas.
–¿Por qué no hubo un único protagonista?
M. B.: –Había una crisis de representación muy fuerte. El momento era muy dificultoso, de mucha incertidumbre. Durante la movilización del 19 imperó en todos la imposibilidad de poder sintetizar en consignas eso que estaba pasando. Nadie habló con un micrófono en la Plaza. Eso también marcó un límite. Esa imposibilidad en cierto modo sigue existiendo. En el libro hay discusiones entre los distintos entrevistados sobre eso, sobre el proceso previo y sobre lo que se pudo construir después.
–¿Cómo eligieron las voces?
W. I.: –No queríamos tomar fuentes del oficialismo de ese momento, tampoco queríamos a los máximos dirigentes políticos de entonces. Queríamos voces de organizaciones sociales que hayan participado de esa historia y a las que les haya sido importante en su accionar, en su trabajo político; a quienes les resultaron interesantes el proceso, el estallido, el después; a quienes lo estudiaron, también, para poder encuadrar en un contexto, con su reflexión. Además, para evitar cierta mirada cínica y burlona que aún existe sobre 2001.
M. B.: –Nuestra mirada sobre 2001 no tenía nada que ver con la lógica de museo. De la misma manera trabajamos con nuestros entrevistados: queríamos ver cómo habían avanzado luego de la crisis, en qué los marcó, en qué cambiaron. Pasa con Hebe de Bonafini (titular de Asociación Madres de Plaza de Mayo), que caminó hacia el kirchnerismo; Mario Cafiero, que se alejó del peronismo; Víctor De Gennaro, el presidenciable que no fue.
–Es difícil definir lo que ocurrió esos dos días. ¿Y lo que dejaron?
M. B.: –No dudamos de que surgió un campo popular mucho más rico, diverso y plural en el país. Hay mayor militancia política y, en ese sentido, el kirchnerismo canalizó mucho de todo aquello, de toda esa fuerza de participación que había quedado dormida en los ‘90. Pero también hay muchos más grupos de izquierda autonomista que no se referencian en los partidos tradicionales y hacen su propio camino. En algún punto nos hizo más humilde como pueblo y nos enseñó una mirada regional. Nos hizo más libres y menos cínicos.
W. I.: –Realmente fue un quiebre. 2001 les pegó una patada en el culo a las ideas neoliberales, al fin de la historia, de los relatos, a la imposibilidad de hacer nada para que algo cambie. En uno de los peores estados sociales, económicos y políticos del país, la sociedad pudo obtener la claridad de, cuando le plantearon estado de sitio, salir a la calle masivamente y parar una medida de ese cariz autoritario. Luego, muchos empezaron a hacer. La incapacidad del Estado de gestionar el día a día no paralizó a la gente, que tuvo que empezar a garantizar cómo comer. El resultado de las asambleas pudo no haber sido el deseado, pero no se puede negar que derivaron en decenas de miles de organizaciones sociales que empezaron a hacer emprendimientos productivos, colectivos culturales, de comunicación, organizaciones de microcréditos, comedores, merenderos, bibliotecas y espacios de educación popular. La crisis también cambió a la dirigencia política. No sólo cambió a los políticos, sino que influyó de manera determinante en la conformación de la agenda, puso sobre el escenario nuevos actores. Si se analizan los gobiernos kirchneristas, sale a la luz esto de que el Estado empezó a trabajar esos ejes que fueron protagonistas del estallido: la educación, el trabajo, la deuda externa, la Justicia.
–¿Qué quedó en el camino?
W. I.: –Consideramos que somos “diez años del 2001” y no que estamos “a diez años de”. Es necesario poder pensar dónde y cómo estábamos parados entonces. Es un buen ejercicio que nos permite, además, poder construir una historia popular como pueblo, desde el relato de los hechos que vivimos para poder aprender y rescatar saberes y prácticas, profundizar en determinados temas.
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