Domingo, 11 de marzo de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Carlos “Chacho” Alvarez *
El viernes 16 de marzo en la sede de Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración), junto a la Cepal y ministros y autoridades económicas de la región, debatiremos las complementariedades y convergencias de los diferentes modelos de desarrollo presentes hoy en Latinoamérica. Después de décadas de “ser pensados desde afuera”, donde las políticas económicas y sociales eran orientadas o condicionadas por los organismos financieros internacionales, la mayoría de los países latinoamericanos han vuelto al ejercicio de pensarse a sí mismo, de establecer estrategias de desarrollo desde sus propias necesidades y sus reales intereses.
Este cambio de época coincide con la crisis de legitimidad del capitalismo, en la cual el mundo desarrollado ya no puede exportar sus visiones como saber dominante o hegemónico. Se han abierto las fronteras de lo posible. De aquí la importancia de avanzar en la búsqueda de denominadores comunes y de coincidencias que le den soporte conceptual a la profundización de un Proyecto de Desarrollo para Latinoamérica en el Siglo XXI.
No se trata de actualizar el viejo desarrollismo economicista de los años ’50 que, en gran medida, escindía la política de la economía y ésta del desarrollo social y la distribución del ingreso. Cuando hablamos de un Proyecto de Desarrollo para el siglo XXI, hablamos de recentrar el dominio de la política y de la democracia respecto del mercado, y de asociar las políticas de crecimiento a la baja de la pobreza y la desigualdad.
Una relación virtuosa en la relación entre el Estado y el Mercado es la que permite orientar la economía en un sentido estratégico, hacer primar los objetivos productivos sobre las ganancias financieras y articular el crecimiento con una mejora gradual en la generación de empleo y en la distribución del ingreso.
En nuestro continente las crisis de las décadas perdidas –los años ’80 por la deuda, y los ’90 por el desempleo, endeudamiento y la situación social– hicieron que la mayoría de los actuales gobiernos mejoraran sustancialmente las cuentas públicas, tuvieran un buen nivel de acumulación de reservas y balances comerciales y de cuenta corriente equilibrados.
Cuánto ayudaron a esta situación la mejora de los precios internacionales y la emergencia de China, es decir el denominado viento de cola, es un tema a considerar. Pero no hay que quitarles méritos a gobiernos que condujeron eficazmente esta coyuntura, que tuvieron políticas contracíclicas para amortiguar los efectos de las crisis del mundo desarrollado y que les mejoraron mucho la vida a los asalariados y a los sectores más vulnerables.
De aquí que es muy difícil encontrar un momento tan favorable para América latina en la historia reciente, en cuanto a consolidar la democracia, sostener el crecimiento y bajar los niveles de desocupación, pobreza e indigencia.
Estas tres dimensiones: democracia, crecimiento y equidad, casi nunca fueron juntas en nuestra región y esto no es un hecho casual o fortuito, sino que tiene que ver con un cambio de época que ha colocado a América latina como una de las geografías del mundo donde domina una visión positiva respecto del futuro. Refuerza esta percepción de la mayoría de las sociedades el hecho de que Latinoamérica y el Caribe fueron las zonas donde más creció la inversión extranjera. Es decir, las inversiones extranjeras continúan viendo los atractivos de los recursos con los que cuenta la región y están cada vez más atraídos por los mercados en una zona en la cual continúa la expansión.
Un factor gravitante de la buena situación de un número importante de países ha sido precisamente la revalorización de la política y la legitimidad de los gobernantes a partir de los logros obtenidos. Esto ha permitido superar falsas y antiguas antinomias; Estado versus mercado, desarrollo hacia afuera versus mercado interno, inflación o desarrollo, crecimiento, distribución, y así podríamos seguir enumerando opciones y contradicciones que, a partir de distintos tipos de fundamentalismos, impidieron por mucho tiempo el despegue de la región, o, en su defecto, generaron procesos discontinuos de avances y retrocesos.
Hoy vemos cómo los mercados, a partir de la crisis europea, secuestran la democracia y vacían de contenido la política dejándola impotente o rehén del ajuste recesivo. En otras regiones, desarrollos alucinantes desde el punto de vista económico, se llevan adelante desde gobiernos de partido único donde el poder muy centralizado se dirime en torno de unos pocos funcionarios.
La crisis de paradigmas, sean ortodoxos u heterodoxos, le abre a nuestra región una gran oportunidad. Por eso la importancia que le damos al debate, al intercambio de propuestas, la búsqueda de complementariedades y al reto de articular las estrategias nacionales de desarrollo al espacio común latinoamericano. Junto a la Cepal vemos la necesidad de avanzar en esa búsqueda tomando en cuenta la necesidad de contribuir al crecimiento de la Celac (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe), punto de partida del intento más ambicioso hacia la unidad latinoamericana. Un mecanismo o ámbito que debe ser fortalecido, buscando coincidencias a partir del respeto a la pluralidad y desde la convicción de que la mayor integración beneficia a todos nuestros países y nuestros pueblos.
* Secretario general de Aladi.
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