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El zorro está atrapado
Por James Neilson
El zorro está en problemas. Cayó en la trampa que le tendió su archienemigo, el cabezón. Todo hace prever que perderá el ballottage por un margen absurdo: quienes lo odian desde hace tres o cuatro años se verán acompañados por muchos que lo amaban hasta ayer nomás por ser el jefe pero saben que el jefe ya será otro y que por lo tanto hay que gritar su nombre. ¿Qué podrá hacer? Luchar como un puma acorralado por una jauría de perros hambrientos no le servirá para nada. No tiene aliados. El gran George W. no lo conoce: está en otra cosa. Como entenderá muy bien el zorro que de traición sabe mucho, nadie quiere ayudar a un perdedor. Por lo tanto, sorprendería que no se le hubiera ocurrido que lo que más le convendría hoy en día sería escapar de la trampa declarándose víctima de un fraude fenomenal que debería investigar la ONU o de un malestar pasajero, insinuando que probará suerte en otra ocasión más propicia.
Si Carlos Menem fuera un político común, un revés en el cuarto oscuro no lo perjudicaría demasiado. Sería otro gaje del oficio y, de todas formas, en vista de la situación en la que se encuentra el país, el ganador del proceso electoral que está en marcha podría tener buenos motivos para lamentar su destino. Pero Menem es un político mágico, no un “dirigente” común, razón por la que según las encuestas y el pálpito de casi todos, a pesar de haber aventajado a Néstor Kirchner en la primera vuelta le espera una derrota humillante, de proporciones comparables con la sufrida por el facho francés, Jean-Marie Le Pen frente a Jacques Chirac, en el caso de que insista en presentar batalla el 18 de mayo. Desde el punto de vista personal de Menem, pues, lo mejor o, si se prefiere, lo menos malo que podría hacer es dar un pequeño paso al costado, privando de este modo a la dupla bonaerense-patagónica de Eduardo Duhalde y Kirchner de un triunfo tal vez artificial pero así y todo abrumador.
Claro, tal y como están las cosas, la posibilidad de que un día Menem vuelva victorioso a la Casa Rosada es aproximadamente nula. Por lo tanto, lo único que debería preocuparle es cómo despedirse del escenario. Puede hacerlo con una sonrisa socarrona, declarándose asqueado por las mañas de sus enemigos, o puede hacerlo con el rabo entre las piernas, abucheado hasta por sus ex incondicionales, despreciado por debilucho. ¿Cuál de estas alternativas elegirá? Todo depende de los cálculos que sin duda están agitando al cerebro febril de un zorro veterano que se supuso imbatible hasta descubrir un buen domingo que el país que creyó suyo por los siglos de los siglos ya no quiere saber más de él.