EL PAíS
“Jornada bochornosa” y “comedia de enredos”, según el kirchnerismo
Instalado en la Casa de Santa Cruz, Néstor Kirchner no quiso hacer declaraciones públicas sobre la supuesta renuncia de Menem. Hablará cuando su adversario haga el anuncio formal.
Por Fernando Cibeira
“Fue una jornada bochornosa y lamentable”, fue la frase del vocero de Néstor Kirchner con la que se cerró la actividad del martes 13 en la Casa de Santa Cruz. El campamento kirchnerista pasó por diferentes tonos de humor: de la cautela inicial a la euforia contenida, hasta caer en el enojo final. Igual, en todo momento, cerca del santacruceño intentaron mostrar que ellos seguían trabajando como si no pasara nada y que si Menem se presentaba o no, no cambiaba mucho la cosa. A la noche Kirchner no habló, pero unas horas antes ya había dejado su opinión: “Yo a Carlos Menem lo creo capaz de todo”.
“¿Y cómo sabemos que no es todo una operación?”, preguntaba un operador a eso de las 19 cuando se le preguntaba si Kirchner no iba a salir a dar su opinión sobre la –virtual– deserción menemista. Como no sabían si las noticias que a esa hora salían del Hotel Presidente obedecían a una operación, Kirchner siguió adelante con la actividad pautada. Como viene ocurriendo desde hace dos semanas, recibió en su oficina porteña nuevos apoyos: pasó una delegación de intendentes justicialistas bonaerenses, el intendente socialista de Rosario, Hermes Binner, el gobernador de Tierra del Fuego, Carlos Manfredotti, y el ex gobernador de Santa Fe, Jorge Obeid. Pero las conferencias de prensa posteriores quedaban desvirtuadas por el tema –imposible de ignorar– de la renuncia de Menem. Cada vez más cámaras y cada vez más gente le daban a la Casa de Santa Cruz el marco de las grandes ocasiones. Comenzó a circular de mano en mano la apócrifa carta de texto misterioso en la que el ex presidente se suponía que anunciaba algo y el clima cambió. No dejó de sobrevolar la sospecha de que podía haber gato encerrado, pero también se convencieron de que en cualquier momento Kirchner podía convertirse en Presidente.
En eso apareció el candidato a vice, Daniel Scioli, para desgranar su habitual mantra. “Quiero llevar al pueblo argentino un mensaje de tranquilidad y de fe”, sostuvo. A un costado, el jefe de campaña, Alberto Fernández, concluía que lo lógico sería que Kirchner continuara con el raid televisivo planeado para esta semana y que, en cambio, quedaba levantada la jornada de trabajo prevista como cierre el jueves en el Hotel Panamericano. En el análisis, imaginaba que podría ser un buen gesto pensando en la gobernabilidad anticipar cuanto antes el anuncio de la integración del gabinete.
“Si Menem no se presenta es porque Kirchner ganaba por una diferencia enorme, así que para nosotros no cambia nada: el apoyo de la gente está, lo dicen las encuestas”, explicaba Fernández. Normalidad, tranquilidad, mesura, era el mensaje que se trataba de enviar desde las cercanías del candidato. Una de las opciones barajadas de antemano era que Kirchner se reuniera cuanto antes con los otros candidatos que participaron de la primera ronda para demostrar el apoyo de la clase política. Pero esta opción no generaba mucho entusiasmo.
En el entorno de Kirchner tienen un discurso armado: la legitimidad de origen de un gobierno se consigue con los votos, pero más importante es la legitimidad de gestión, que se obtiene a través de los hechos. Kirchner puede acceder a la Rosada con apenas el 22 por ciento de los votos obtenidos en la primera ronda si finalmente no hay ballottage, pero eso se revierte gobernando y con consensos.
Estaba previsto que, media hora después que Scioli, hablara la senadora Cristina Fernández de Kirchner y enseguida el cierre, que quedaría a cargo del gobernador, como si fuera un acto transmitido en cadena. Pero las noticias que llegaban desde el Hotel Presidente cambiaron el cronograma. Los simpatizantes, muchos identificados con un pin del mapa argentino en forma de “K” en la solapa, no sabían qué hacer. “¿Y si cantamos la marcha peronista?”, se preguntaban tres mujeres, a metros de la puerta que separaba las oficinas de Kirchner del resto de la Casa de Santa Cruz, de libre circulación. Las mujeres no se decidieron y nadie cantó. Kirchner se encerró con su esposa y su vocero Miguel Núñez para decidir qué hacer. Miraron por la televisión la situación en el campamento rival, en donde micros fletados traían a simpatizantes menemistas, simulando un operativo clamor o pretendiendo hacer del martes 13 un mini 17 de octubre. La conclusión fue que, si Menem no hablaba, menos tenía que hacerlo Kirchner, porque lo obligarían a opinar de una situación absurda que él no había creado. Así que el santacruceño no sólo no enfrentó a las cámaras sino que también levantó su presentación en el programa “La Cornisa” y anunció que se iba a cenar con su familia.
“A la gente no le puede sorprender que el ex presidente Carlos Menem la someta a una jornada oprobiosa”, sostuvo Núñez. “Tratamos de actuar con seriedad y responsabilidad. Por eso vamos a esperar que sean firmes los rumores y las decisiones del ex presidente Menem”, agregó.