Martes, 8 de enero de 2013 | Hoy
EL PAíS › LA DENUNCIA DE VALERIA DEL MAR RAMíREZ POR LAS TORTURAS Y VIOLACIONES SUFRIDAS DURANTE LA DICTADURA
La primera travesti que recibió su documento rectificado fue aceptada como querellante en la causa que investiga delitos de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield y aportó detalles sobre los dos secuestros que padeció, entre 1976 y 1977.
Por Adriana Meyer
“Hacia 1976 tenía que mantener una doble vida, no podía ser y vivir plenamente mi identidad de género como lo hago en la actualidad.” Así comienza el relato de los hechos Valeria del Mar Ramírez, en la denuncia que presentó para ser querellante en la investigación de los crímenes cometidos en el Pozo de Banfield, de los cuales fue una de las víctimas, cuando tenía 22 años y apenas comenzaba a trabajar en la calle. La primera travesti que recibió su nuevo documento nacional de identidad y su partida de nacimiento rectificada, de Oscar a Valeria del Mar, fue aceptada en ese rol por el juez federal de La Plata Arnaldo Corazza, que instruye la parte del proceso que aún no fue elevada a juicio oral. Ramírez –que integra con Alex Freyre la Fundación Buenos Aires Sida y preside el Archivo de la Memoria de la Diversidad Sexual– es patrocinada por abogados de la agrupación Hijos.
Antes de tomar estado judicial con la presentación que hizo en octubre, su testimonio había sido tomado en la Secretaría de Derechos Humanos. En noviembre, el juez Corazza la aceptó como querellante, y Ramírez se acercó al juzgado platense para ampliar sus dichos y aportar detalles de sus padecimientos en los dos secuestros que sufrió durante la dictadura.
“Fui detenida en varias oportunidades, siempre era trasladada a la comisaría de Llavallol, a la de Luis Guillón y también por operativos policiales de las Brigadas de Moralidad de Monte Grande y Avellaneda. En esa época te arrestaban por el solo hecho de ser travesti, si estabas en la ruta a la noche ejerciendo la prostitución o si estabas en la panadería comprando pan era lo mismo, siempre había que esconderse de la policía”, dice el escrito que firmó junto a la abogada María Valeria Canal y al abogado Carlos Federico Gaitán Hairabedian. La travesti denunciante se explayó en la forma que llevaba su vida en los años de la dictadura. “Vivíamos de noche, si salíamos de día no había forma de ocultarse, incluso sabíamos que no teníamos que transitar por las avenidas asfaltadas por donde circulaban los patrulleros y los Falcon, siempre así, clandestinas, reuniéndonos en casas de amigas, ayudándonos entre nosotras para que otras puedan ser quienes son sin tener vergüenza, nos pasábamos información sobre si alguna estaba detenida en la comisaría, nos avisábamos si había razzias policiales, nos ayudábamos para escondernos. Era nuestra militancia, luchábamos por nuestra identidad, a pesar de la policía y de una sociedad que no nos comprendía”, expresó.
Una madrugada, entre fines de 1976 y principios de 1977, fue detenida por la Policía Bonaerense, en Camino de Cintura entre Seguí y la Rotonda de Llavallol. frente al Hotel Colonial. Estaba ejerciendo la prostitución allí porque conocía al jefe de calle, a quien debía pagarle y quien la obligaba a tener relaciones sexuales con él. “Quiero aclarar que la prostitución de ninguna manera se asimila a un trabajo, sino que es una situación a la que me vi empujada para sobrevivir por mi condición de travesti y por la exclusión, la discriminación y la persecución que esto implicaba y que me impedía conseguir un trabajo formal, al mismo tiempo que en el ámbito de esa locación llevaba adelante mi lucha por el reconocimiento de mi identidad femenina”, apuntó. En esa ocasión fue detenida junto a otras “chicas” –Romina, la Hormiga, la Sonia, la Mono son algunas de las que nombra– a las que ya habían llevado presas, pero, a diferencia de otras veces, no las liberaron desde los tribunales de Lomas de Zamora. En un principio todo parecía normal, les tomaron las huellas dactilares y las hicieron esperar en una oficina. Pero luego las trasladaron al centro clandestino de detención y tortura conocido como Pozo de Banfield, donde Ramírez estuvo dos días. “Cada una estuvo en una celda de un metro por dos, con un banco de cemento, una lamparita y donde la única ventilación era el buzón de la puerta. Me obligaban a tener relaciones sexuales con el guardia y de eso dependía que me dejaran comer o ir al baño”, describe. Hacia septiembre de 1977, es detenida otra vez y llevada al Pozo, donde la mantuvieron catorce días. “Me recibe el mismo sujeto uniformado de contextura robusta que perpetúa, como la vez anterior, abusos y violaciones sexuales”, agrega Ramírez. En un párrafo aparte aclara que en ambos secuestros fue obligada a tener sexo con varios guardias. “Me violaban casi todos los días, hasta cuatro veces un mismo día –relata—. Fui obligada a practicar sexo oral a través del buzón de la puerta, fui violada por vía anal, sin profiláctico, por un joven policía, fui torturada física y psíquicamente de manera sistemática.”
Una marca distintiva del Pozo de Banfield fue el gran número de embarazadas vistas allí, y la cantidad de partos que se produjeron. “Una mañana, un guardia joven con acento del interior, alto y flaco, de tez blanca y cabello castaño claro –dice– me permitió salir a higienizarme al baño, momento en el cual escuché gritos de una mujer y luego el llanto de un bebé. Entré al baño y encontré una chica de menos de 30 años con pelo castaño, muy pálida, que no podía mantenerse en pie y estaba llena de sangre. Vestía un solero amarillo claro hasta las rodillas. Al ofrecerle mi ayuda, entra una mujer policía que me grita ‘¿Y vos qué hacés, puto de mierda?’ y me toma de los pelos y me arrastra hacia afuera. Ahí veo al policía joven con el bebé en brazos.” Ramírez agregó que mientras estuvo secuestrada la mantuvieron aislada, sin contacto con sus compañeras, mientras su mamá y su compañera, la Mono, la buscaron por varias comisarías. Y que cuando les preguntó a los represores por qué la habían detenido, le respondieron que porque ella era una “cabecilla”.
Ramírez dedicó un último párrafo a la lucha por su identidad, y en ese sentido destacó la sanción de la Ley de Identidad de Género, que le permitió recibir sus nuevos documentos, lo que calificó como “volver a nacer”. “Siempre fui Valeria y ese ‘ser Valeria’ me costó persecución, discriminación, abusos, violaciones e incluso me llevó a ser secuestrada y torturada en un centro clandestino de detención. Tanta torturas y amenazas me llevaron a clandestinizar (sic) aún más mi militancia y mi lucha, tuve miedo, no volví más a Rafael Calzada, me quedé con mi madre en Belgrano y volví a disfrazarme de Oscar para sobrevivir, para que no me maten”, manifestó. Para Ramírez, que el Estado reconozca su identidad es una “reparación histórica” que le permite presentarse como querellante en la causa con su verdadera identidad.
Aunque cada víctima tiene el derecho a que sea respetado su tiempo a la hora de denunciar, en el caso de Valeria del Mar Ramírez la explicación es muy clara. “Ahora como Valeria hace denuncia, porque quien fue víctima de secuestros y torturas no fue Oscar Ramírez sino Valeria, entonces con su nuevo DNI y su partida de nacimiento rectificada decide presentarse como querellante ante la Justicia”, explica a Valeria Canal, una de sus abogadas. Por su parte, Alejandro Freyre, de la Fundación Buenos Aires Sida, describió el largo camino que recorrió Ramírez, desde relatar su cautiverio en la dictadura como una “violencia naturalizada” hasta “empoderarse de su historia porque al principio apenas si rasguñaba el objetivo de la memoria”.
Canal destaca que durante los años posteriores al golpe del ‘76, Ramírez “no militaba en una organización política, pero tenía una actitud militante en su colectivo y respecto de la policía, que les pegaba y las corría, y ella era como una referente al frente de ‘las chicas’”. Como siguió sucediendo en democracia, por aquellos años era común que las travestis fueran presas, pero no tanto que las “chuparan”. Canal destaca que del grupo con que fue secuestrada es la única sobreviviente.
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