EL PAíS
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El Secretario de Cultura de la Presidencia, Torcuato Di Tella, envió esta carta, titulada “No defiendo nazis, sino a la CEANA”: Lamenté mucho el brulote que Horacio Verbitsky me estampó el último domingo, acusándome de “defender nazis”, agregando tras un largo fárrago de nombres croatas que nadie leerá, una última información, ésa sí legible y jugosa como todo chisme, indicando que mis padres, Guido y yo volvimos de un viaje a Italia en 1947 en el mismo barco en que viajaba un jerarca nazi escapado con kilos de oro. Aclara que sólo se trata de una “coincidencia borgeana”. ¿Será ésta la forma en que el lector apresurado interprete ese texto?
La Comisión de Esclarecimiento de Actividades del Nazismo en la Argentina (CEANA, de la que he sido miembro desde el inicio hacia 1997) fue creada para abrir al máximo posible los archivos secretos argentinos, y dotada de fondos para financiar investigaciones de unos cuarenta estudiosos nacionales y extranjeros, que airearon nuestra historia, mostrando la cantidad de basura que andaba escondida. Los trabajos fueron publicados en diversos órganos, y seguirán siéndolo. La CEANA se planteó el objetivo de informar sobre la situación social, política y moral de la época, y además de juntar evidencias, presentables ante un tribunal, acerca de la condición de criminal de guerra de quienes merecieran ese título. El tema es delicado, porque al documentarse el hecho, se sigue laextradición u otros procedimientos que hacen terminar en la cárcel, quizás de por vida, a los acusados. Si se hace el planteo sin pruebas legalmente suficientes, se corre el riesgo de recibir un juicio por difamación, con la posibilidad de que el criminal presunto o real quede bastante reivindicado ante la opinión pública. Al respecto es útil observar que el mismo Simón Wiesenthal, que contribuyó a develar el nazismo del ex presidente de Austria, Kurt Waldheim, agregó que no había pruebas de que él hubiera cometido actos de lesa humanidad (aunque es lógico presumir que una persona en su posición los habría cometido). Por eso la CEANA es cuidadosa en atribuir condición de criminal de guerra a cierta gente, y en ese espíritu es que hice mis comentarios al diputado Maurice Hinchey sobre dos sospechosos croatas. Por supuesto estamos dispuestos e incluso ansiosos por recibir u obtener más información. Lo triste del caso es que, empujados por su totalmente compartible repudio hacia las actitudes de amplias estructuras administrativas y políticas argentinas de la inmediata postguerra, algunos cazadores de nazis extienden ese sentimiento hacia el presente no siempre de manera discriminada, poniendo en duda la honorabilidad de las autoridades argentinas, involucrando a justos con pecadores, y sugiriendo que la operación de la CEANA tuvo como resultado, y quizás como objetivo, blanquear el tema, entregando alguna información y destruyendo o retaceando la mayor parte. Quisiera llamar a la reflexión a estas personas, instándolas a mirar las cosas con un poco más de detención, y apelar a su sangre fría para diseñar una estrategia exitosa de lucha. Hay que saber enfocar sobre el verdadero enemigo, sin perder energía en escaramuzas con gente que está en el mismo bando aunque pueda tener tácticas algo divergentes.
La respuesta de Verbitsky
El primer lector apresurado es Di Tella, cuya penosa autodescalificación no merecería respuesta si no fuera por el cargo que ocupa. No le formulé ninguna acusación genérica por “defender nazis” ni escribí una sola línea de crítica a la CEANA. Dije que defendió a “dos criminales de guerra croatas”, lo cual es autoevidente en su comunicación al diputado Hinchey. Su referencia al “fárrago de nombres croatas que nadie leerá” es un frívolo desdén por una nacionalidad y una cultura. Ya en una entrevista con Joaquín Morales Solá dijo que se perdía con los nombres croatas (que como miembro de la CEANA debería conocer a la perfección). La endeblez de sus argumentos es tal que ni pudo recordar la identidad de aquellos a quienes defendía, lo que salvó llamándolos “un señor y una señora”. Sin embargo cuando le escribió al diputado estadounidense parecía conocer muy bien a Juan (Ivo) Rojnica y Esperanza (Nada) Sakic, porque de otro modo no se entiende cómo pudo decir que esos casos “ponen en ridículo la justa causa de la búsqueda de nazis”. Es obvio que firma lo que otros le escriben, sin el menor conocimiento ni responsabilidad.
Si la acusación por crímenes de guerra fuera tan infundada como pretende, su hermano Guido no hubiera concedido la extradición del matrimonio Dinko y Esperanza Sakic. El fue condenado a 20 años de cárcel y ella liberada porque pasado medio siglo no sobreviven víctimas que testimonien sobre sus actos, que están sin embargo bien acreditados por testimonios de aquella época. El propio Torcuato Di Tella afirmó en el citado reportaje que la mujer “era nazi y dirigía la parte femenina de un campo de concentración” (en el que fueron asesinados más de medio millón de personas), pero opinó que ello no constituía un crimen de guerra. En cuanto a Rojnica, Di Tella se hace el distraído sobre el facsímil que publiqué el domingo pasado. Ese documento que Uki Goñi encontró en los archivos del ministerio de Guerra británico consigna que una mujer identificó a Rojnica como el hombre que arrestó a su marido y su suegro en la ciudad de Dubrovnik y saqueó el negocio familiar. Ambos fueron enviadosa un campo de concentración, del que no regresaron. Según el documento británico la tarea de Rojnica era “la purga de elementos sospechosos y de judíos”. Otro documento del gobierno yugoslavo menciona a medio centenar de personas detenidas o torturadas o enviadas a campos de concentración por orden de Rojnica.
Que Di Tella y su familia compartieran el mismo buque con otro criminal de guerra a cargo del tesoro saqueado a las víctimas del régimen ustasha no es un chisme jugoso sino una seca información, bien legible en la lista de pasajeros del “Vulcania” que guarda la Dirección Nacional de Migraciones y en un documento de la CIA. Goñi lo consideró apenas una coincidencia borgeana pero eso no releva a Di Tella de transmitir qué sensaciones retrospectivas le produce esa convivencia con lo siniestro ni de extender su reflexión a la huella que este tipo de promiscuidad ha impreso en la cultura argentina.