Viernes, 1 de febrero de 2013 | Hoy
EL PAíS › EL FESTEJO POR EL BICENTENARIO DE LA ASAMBLEA DEL AñO XIII REUNIó DECENAS DE MILES DE PERSONAS, ARTISTAS Y POLíTICOS
La Plaza de Mayo ayer albergó en el festejo por la Asamblea del Año XIII tanto a músicos candomberos como a personalidades del mundo académico como el juez Eugenio Zaffaroni. En una serie de stands se representaron los logros de la Asamblea.
Por Horacio Cecchi
La Plaza de Mayo estaba rara, nada malo, no, rara por sorprendente, por sintomática, por novedosa, por vitalmente inusual. Ayer uno podía entrar a la Plaza y escuchar a Zaffaroni hablando a decenas de miles de personas al aire libre, mientras la multitud lo escuchaba silenciosa y atenta, hasta que aplaudía a rabiar alguna frase de impacto; o podía atravesar la Plaza a duras penas –porque gente había en todos los rincones y metros cuadrados– para recibir una medalla con la faz acuñada recién y a la vista de la primera moneda, la original de la Asamblea del Año XIII, o cruzarse con un grupo de músicos bolivianos a puro siku, o uruguayos a puro candombe, o afroamericanos; chicos, grandes, Pakapaka y caballitos pony, vendedores de gaseosas en skate y de escarapelas, y los ritmos que se entremezclaban porque, no se crean que había orden, al menos el orden clásico y formal. No, ayer hubo un orden diferente, un orden que daba lugar a todas las voces, todas las músicas, todas las pieles, y hasta llegar a que miles y miles de personas hicieran silencio para escuchar a Zaffaroni decir que “a nuestros próceres les robaron el discurso de las libertades y lo pervitieron para defender la libertad de los poderosos y someter a los débiles”. Aplausos a rabiar. Que no vengan a decir que la historia en el presente no interesa a las multitudes.
Temprano era fácil distinguir los stands distribuidos alrededor de la Pirámide. El calor, que pegaba duro a esa hora (cuatro, cinco de la tarde), podía resolverse con un clásico, los pies en las fuentes de la Plaza. Una extensa fila aguardaba para pasar por el stand de la Casa de la Moneda. Motivo: se podía ver la matriz original de la primera moneda, la acuñada por la Asamblea Constituyente del Año XIII. Y el proceso de acuñado de una moneda, la máquina (“una Schuler”, explicaba un empleado de la Casa de la Moneda) que escupía a la vista medallas acuñadas con una cara de la moneda original y que se perdían como presente en los bolsillos de los visitantes. En el stand del Banco Central, tras pasar por un minibanco para niños se entregaba una, no me acuerdo cómo se llama dijo la chica, una briqueta de fragmentos de billetes en mal estado picados fino. Para el caso, este cronista recibió una de billetes de 20 pesos, es decir, medio kilo de papel picado envuelto en nylon que cargó durante toda la crónica.
El sentido de los stands era que cada uno representara al público una de las gestiones logradas por la Asamblea del Año XIII. Los dos primeros se vinculaban con la primera moneda acuñada en el país no española. Más allá, el stand del Ministerio de Seguridad se ajustaba a otro tema, la eliminación de todo tipo de torturas. En un par de metros se podían deducir en directo las penas que significaba haber caído en aquel momento en el rastro lombrosiano. Un cepo, un rostro marcado con fuego en la frente con la V de voleur, ladrón en francés, o con el cuero cabelludo quemado. “Esta es la frutilla negra”, confían en el stand, y muestran una pesada masa de hierro imposible de levantar, unida a una cadena que se ajustaba al tobillo del preso con un grillete. “Al teléfono le pusieron así, con la idea de que no te lo podés sacar de encima”. “?”. La masa, con el grillete, se llamaba blackberry. La creación por ley, el año pasado, de los Mecanismos de Prevención de la Tortura a nivel nacional, hablan de los pasos positivos que se vienen dando y de que la tortura se mantiene como una de las rémoras de la Asamblea, la eliminación de todo tipo de tortura. También estaba el stand de los afrodescendientes, donde cuatro chiquitos, tres nenas y un nene de entre 3 y 5 años, no más, daban despliegue a su creatividad empastando con acuarelas y pastas las hojas blancas destinadas a que los visitantes opinaran sobre si había o no discriminación racial en el país. Y otro en el que se desplegaban fotos de los caciques araucanos, pampas, ranqueles, estaba Manuel Namuncurá, Inakayal, todos con sus rostros sufridos, miradas indómitas, empobrecidos, prisioneros. La libertad de vientres para los esclavos negros y la eliminación de la mita y el yanaconazgo como métodos de sujeción y explotación, otros de los decretos ordenados por la Asamblea.
La Plaza de Mayo ayer daba para todo, un popurrí de voces y colores. Al otro lado de la carpa de los afrodescendientes, cruzando Rivadavia, un stand, ruidoso por definición, de Pakapaka, donde el aporte era el conocimiento de los próceres. Los chicos en el escenario intentaban adivinar los nombres, completando los espacios vacíos con letras. Gritos, nombres soplados, ruido, gritos, nombres. Cerca, los alumnos de artes de la Universidad de Tres de Febrero avanzaban con la pintura de un enorme escudo argentino. Les había tocado la representación de los símbolos.
Frente al escenario, el vicepresidente Amado Boudou y el ministro de Ciencia y Técnica, Lino Barañao, seguían el ritmo musical. A veinte metros, atravesando una marea que ya se ponía densa, sonaban los redobles de los tambores de la comparsa Bonga. Son unos 25 aunque llegamos, dice Washington, a 75, dándole al tambor. Washington, que vive hace 38 años en Buenos Aires, es de Pocitos, “mi padre era encargado de un edificio. En la esquina había una alcantarilla. Por esa alcantarilla se escaparon los tupas de Punta Carreta”, recordó orgulloso y le dio al tambor. Mientras Washington contaba, Bonga, la murga de Javier “Bonga” Martínez avanzaba con sus mozas moviendo la cintura, sugestivas y fotografiadas con el mismo furor con el que sonaban los tambores.
En el escenario, mientras los uruguayos le daban al parche, sonaba Miss Bolivia en el escenario y las chicas de Desarrollo Social invitaban a firmar en un panel para decirle No a la Trata. Siguió en algún momento Víctor Heredia y mientras se escuchaba en el escenario “todavía cantamos”, abajo, a veinte metros se escuchaba el redoble de otro grupo de uruguayos, los Irala. También los sikus (o samponia, como sugirió el nombre en español uno de los músicos) de un grupo de la organización barrial Tupac Amaru.
Digamos que la presencia hermanada de la afrodescendencia y la de los pueblos originarios estaba a pleno. Alrededor, bah, por todos lados, los vendedores de gaseosas, incluso aquella parejita que llevaba su heladera de telgopor montada sobre un skate, a unos 10 pesos la botella chica. “¿El agua cuanto sale?”. “Lo mismo”. “Pero si es agua”. “Sí, pero también te la tomás”. La explicación no dio otra posibilidad de pregunta. En algunas de las esquinas de las partes verdes de la plaza, vendedores de remeras con los rostros de Cristina y Néstor, leyendas como “Todas somos yeguas”, a cincuenta pesos. Mientras, Víctor Heredia avanzaba con sus canciones.
Siete y media de la tarde, llegaba ya otro de los aspectos inéditos de un festejo popular en la Plaza de Mayo: un panel arrancado de los ambientes académicos y puesto ahí, en el escenario, para que decenas de miles de personas escucharan silenciosamente lo que querían decirles sobre la Asamblea del Año XIII el juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, la historiadora Araceli Bellota, y el periodista Hernán Brienza. En la temática y en la perspectiva hubo coincidencias. Hablaron una especie de defensa crítica de lo actuado por la Asamblea. De sus divisiones internas que demoraron e impidieron el dictado de una Constitución que debió aguardar cuarenta años (el nombre de Carlos María de Alvear fue acompañado de chiflidos), a los pasos agigantados que dieron los diputados hace 200 años. Fue el momento en que Zaffaroni dijo: “Pido disculpas porque nunca viví algo así, me siento muy emocionado”. Y habló de los dos modelos de Estado que se pusieron en juego en aquel momento, “el modelo de la explotación y el de la solidaridad”. Entonces dijo que “a nuestros próceres los asaltaron y asesinaron, les robaron el discurso de las libertades y lo pervirtieron para defender las libertades de los poderosos y someter a los débiles”. Durante media hora, insólito, toda la plaza, el pueblo, hizo silencio interesada en que un debate académico se acercara a hablarles.
Después siguieron Rada, Agarrate Catalina bajo la dirección de Yamandú, y Nonpalidece. En ese momento, la Plaza volvió a estallar en música, colores, candombes. Era el festejo bicentenario, de cara al Cabildo donde se había gestado.
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