Jueves, 16 de mayo de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Toda negociación colectiva conlleva ritos. Hecho social y político por antonomasia, es impropia una comparación lineal con la danza o la vida natural. Ello admitido, las paritarias repican algo de bailes como el minué o el pericón, donde los roles están asignados y las secuencias prefijadas. La gran diferencia, claro, es que el final es indeterminado.
En los cortejos de ciertos animales (y, por qué no, de varios humanos) hay también movimientos preestablecidos: exhibiciones, seducciones, rechazos que se insinúan o exageran... En esas situaciones, a veces se llega al trance amoroso y a veces no.
Las paritarias, sobre todo desde que se repiten año tras año, reproducen movidas clásicas. Pedidos “de máxima”, ofertas “de mínima”, regateos, reuniones que se levantan de buena o mala onda, declaraciones inflamadas a la prensa... A menudo, los desplantes son un guiño. Como en los cortejos, no es inteligente considerar definitivo todo lo que se ve o se alega. Recién al cierre se conoce bien qué pasó, cuál fue la consecuencia de las tácticas desplegadas por las partes. Si se llega a un acuerdo entrambas, claro, porque como anticipaba el filósofo empirista Tu Sam, “puede fallar”.
En los gobiernos kirchneristas la cuestión se enrolla más porque, aun en tratativas del sector privado, la interpretación política y mediática se centra mucho en cómo le fue al Gobierno.
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Todo cambia. En los años iniciales, acaso durante toda la presidencia de Néstor Kirchner, al Gobierno le complacía mostrar porcentajes altos, en cuya búsqueda incidía fuertemente. Con el correr del tiempo, crecimiento de la inflación mediante, se añade otra variable: evitar que el porcentaje de cierre no sea desmesurado, para evitar que impacte en las “expectativas” de los jugadores de la economía.
Combinar esos elementos es trabajoso, máxime cuando los gremialistas (afines o no al oficialismo) tienen que mostrar a “los muchachos” que han defendido sus intereses y el valor adquisitivo de los salarios.
En la presentación formal, así estereotipada, existe un pacto entre representantes patronales, sindicales y funcionarios. Consiste en ofertar un título sencillo a los medios, un porcentaje que simplifique al mango el mapa de los acuerdos, que suele tener sus variaciones, sutilezas, atajos y colectoras. Y sobre todo, que incluyen una vastedad de situaciones que no termina de describir el número que se informa, que se añade a las actas y del que todos hablan (hablamos).
Mirado con un cachito más de atención, cualquier convenio incluye diversidades. En los que se han conocido este año hay algunas evidentes. La más obvia, en los que referencian un porcentual de incremento pagado en dos veces, son los meses en que se disparan el primer y el segundo aumento.
Hay otras más sofisticadas, menos patentes para el ojo no avezado o desatento. En el Acta Acuerdo firmada por la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) se informa la creación de dos nuevas categorías. Eso retoca la pirámide salarial y puede significar mejoras (se supone) para ciertos laburantes concernidos. El ascenso de categoría puede subir el sueldo, a igual porcentaje.
El otro es el establecimiento de un salario-piso para cualquier trabajador incluido en el convenio.
Y hay, eventualmente, pagos de remuneraciones extraordinarias, no retributivas. Es una irregularidad remanida que distrae recursos al Fisco, pero que entra unos pesos al bolsillo de los trabajadores.
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El secretario general de la UOM, Antonio Caló, delimitó el alcance de su acuerdo sin macanear mucho ni hacerse grandes ilusiones. Aludió al “índice del changuito”, innovación tecnocrática de Hugo Moyano para contar cómo se calcula la inflación, dendeveras. Según Caló, se mantuvo la capacidad económica de los metalúrgicos, en una coyuntura difícil.
En los tires y aflojes entre empresarios, trabajadores y Estado (o entre dos últimos sectores) se evitan simulacros. Una de las características de las pulseadas en el mundo del trabajo es su franqueza tendencial. Se habla de guita sin ambages, no se alude a dibujos sino a realidades. Por eso (desde los docentes hasta los bancarios, desde los kirchneristas hasta los más enfrentados con el Gobierno) se rondó un imaginario común. El 20 por ciento fue un piso y no techo desmedido, exorbitante si se creyera en el Indec.
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El Ministerio de Trabajo divulgó ayer un comunicado de las paritarias cerradas en este año. Ya se dijo: para leerlas a fondo, habría que internarse en sus plazos, cifras de arranque, minucias. Un mapa complejo e intrincado. El trazo grueso de los porcentajes los sitúa en general por encima del 20 por ciento y por debajo el 25.
Hay varias ramas de actividad relevantes, casi todas ligadas a la CGT oficial. La UOM, Comercio, el Suterh, la estatal UPCN. También los bancarios, que no se enrolan con Caló.
Un dato que complace a la Casa Rosada y a Trabajo es que hay convenios con vigencia para 18 meses. No son la mayoría, pero existen e incorporan una novedad. Si la inflación no se disparara, garantizarían mayor distensión y más escalonamiento de las tratativas en 2014. Los gremios concernidos son Luz y Fuerza, AySA y el Suterh. O sea, dos estatales y uno que no tiene una patronal definida u organizada. Un detalle sugestivo, cuya proyección habrá que medir mejor cuando haya más convenciones firmadas.
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La suscripción de las paritarias acostumbra tener su liturgia durante el kirchnerismo. Los acuerdos considerados más importantes suelen celebrarse en la Casa Rosada. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner alguna vez fue al Ministerio de Trabajo para realzar la presentación.
En general, las naves insignia de esos actos fueron la paritaria docente o el acuerdo con los camioneros. La notable institución marco creada para los maestros atraviesa un momento de crisis. En los dos últimos años no hubo consenso entre las partes, por lo que el Estado laudó e impuso su cifra. En demasiadas provincias, las negociaciones están estancadas, a meses del comienzo del año electoral. Es un escenario preocupante, que refleja un indicador más amplio. Seguramente los mayores y más extendidos conflictos gremiales de esta etapa ocurren en el sector público.
En cuanto a Moyano, es sabido: la nave insignia cambió de bandera. Caló no lo reemplaza en la trabada interna sindical. Es un emergente de una nueva etapa, la de una intensa fragmentación de las centrales sindicales cuya real magnitud y consecuencias todavía no se consiguen mensurar.
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Con su carga de novedades, peripecias, rutinas, certezas e incertidumbres las convenciones colectivas siguen siendo una notable incorporación institucional vigente durante la etapa kirchnerista. Su reiteración es una buena costumbre, nada usual en la historia argentina. El hecho merece subrayarse, cuando se leen las coreografías, los porcentajes y los detalles.
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