EL PAíS › ALFREDO ASTIZ, EMBLEMATICO REPRESOR DE LA ESMA, SE ENTREGO AYER
El día en que el cuervo dejó de volar
Se infiltró y entregó a las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo y a dos monjas francesas. Asesinó a la joven sueca Dagmar Hagelin, fue escrachado, dado de baja y condenado en un juicio por amenazas. Ahora enfrenta una causa mayor. Alfredo Astiz fue el represor más reclamado por terceros países por violaciones a los derechos humanos.
Por Laura Vales
El hombre que infiltró a Madres de Plaza de Mayo, Alfredo Astiz, autor del asesinato de Dagmar Hagelin y del secuestro de las monjas francesas, alias “El Cuervo”, “El Angel Rubio”, “Gustavo Niño”, “Alberto Escudero”, no es solamente un símbolo del terrorismo de Estado, sino el espejo que reflejó en democracia la distancia creciente entre la sociedad y el sistema judicial y político. Intocable para los jueces argentinos, hace años que Astiz no podía salir sin temer que algún desconocido le pegara por la calle.
Nació en Azul el 17 de noviembre de 1950, el primer hijo de un marino. A los 18 ingresó en la Escuela Naval siguiendo el camino de su padre. Ahora se sabe que ya en mayo de 1976, dos meses después del golpe de Estado, funcionaba en la Escuela de Mecánica de la Armada el grupo de Tareas 3.3.2, al que se sumó con funciones de espía. Sin embargo, fue el asesinato de las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, a fines de 1977, lo que lo convirtió en el represor más reclamado por la Justicia internacional.
El 8 de diciembre de ese año, en la Parroquia Santa Cruz, donde se reunían los familiares de desaparecidos, marcó con un beso a un grupo de personas para que fueran secuestradas, entre las que estaban la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, y las misioneras Domon y Duquet. Se trató de la operación de inteligencia más importante de las que realizó el grupo de tareas de la ESMA. Para concretarla, Astiz se apropió de la identidad de un comerciante que entonces vivía en los Estados Unidos, Gustavo Niño, quien después debió testimoniar en el juicio a las Juntas. Así se acercó al grupo que estaba reuniendo fondos para publicar una solicitada de Navidad con la lista de desaparecidos. Aducía que buscaba a un hermana. Para dar verosimilitud a su personaje fue a las primeras reuniones acompañado de una detenida en la ESMA, a quien extorsionó con la posibilidad de que su hijo de meses fuera llevado con sus abuelos biológicos.
–Era un chico simpático, apuesto, al que las Madres protegíamos porque era el único que nos acompañaba en las marchas, teníamos miedo de que le pasara algo –contó en las audiencias del ‘85 María del Rosario Cerruti.
El día de los secuestros, cinco familiares, Astiz y la monja Domon se reunieron para ultimar los detalles de la publicación. El marino se retiró minutos antes de que una patota desembarcara en dos autos de civil, un Renault y un Ford Falcon, para llevárselos de la puerta de la iglesia. “Vi que se llevaban a Ester Careaga y a María Ponce de Bianco –otras dos Madres–, que un hombre corpulento las arrastraba hasta un auto”, relató Cerrutti. “Les habían pegado un puñetazo en el estómago –contó Beatriz Aicardi de Neuhaus, otra testigo–. Ellas no podían gritar, la señora de Careaga sólo decía en voz baja ‘¿por qué, por qué? A la hermana Alice la vi de lejos, le habían sujetado los brazos a la espalda y la arrastraban por los cabellos.”
La hermana Duquet, de 61 años, fue secuestrada dos días después, en la casa de su compañera. Pese a todo, la solicitada fue publicada el 10 de diciembre en La Nación, firmada por 800 personas, entre ellas algunos de los que acababan de secuestrar y el propio Gustavo Niño. El paso fue importante para que los organismos de derechos humanos empezaran a obtener apoyo en el exterior.
En las horas inmediatas al operativo, los sobrevivientes no sabían bien cuánta gente faltaba. Su grado de confianza en Astiz era tal que en el recuento de los que no aparecían lo mencionaron. Cuentan inclusive una anécdota: un día, en la Plaza, la policía intentó llevarse a Gustavo Niño y las Madres lo defendieron a golpes. Seis meses más tarde, lo reconocieron cuando les llegó una carta de Francia denunciando que se trataba de un capitán que había intentado infiltrarse también en organismos de derechos humanos de ese país, con el nombre de Alberto Escudero. Volverían a identificarlo durante la guerra de Malvinas. Los diarios dieron a conocer una fotografía que lo mostraba con barba, pero sin dudas él, en el momento en que firmaba la rendición frente al capitán del “Endurance”, Nicholas Barker.
El asesinato de la adolescente sueca Dagmar Hagelin es la otra gran causa pendiente contra el marino, por la que Suecia pidió sin suerte su extradición. Ocurrió el 27 de enero de 1977, en un barrio de casas bajas de El Palomar. Dagmar, de 17 años, se dirigía a la casa de su amiga Norma Burgos cuando un operativo de la ESMA, que había montado una ratonera en el lugar, le disparó por la espalda, hiriéndola en la cabeza.
Según los testimonios reunidos en la investigación, Astiz fue quien, rodilla en tierra, disparó contra ella. Luego la metieron en el baúl de un taxi requisado y la llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde fue vista por otros detenidos, pero nunca reapareció viva ni muerta.
En 1987 se negó a declarar ante la Justicia argentina y quedó preso hasta que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final lo devolvieron a la calle. Pero tres años más tarde, en 1990, un tribunal francés lo condenó en ausencia por los asesinatos de Alice Domon y Léonie Duquet. A partir de ese momento ya no pudo salir del país y con el tiempo la condena social le impediría también caminar por lugares públicos.
En 1995 lo fotografiaron bailando con una adolescente en New York City. Pero fuera del círculo Naval, de los muelles de San Fernando y el barrio militar de Belgrano, las muestras de rechazo comenzaban a crecer.
El guardabosques Chávez le pegó la trompada inaugural ese mismo año. Poco después, dos jóvenes lo vieron en un semáforo de la avenida Maipú, en Vicente López: lo insultaron, le rompieron el parabrisas del auto y le rayaron el capó. Fuentes de la Armada aseguraron que había “una escalada de acciones” contra el capitán de fragata.
Astiz cosechó muestras de rechazo en los boliches, fue declarado persona no grata por los concejos deliberantes, no pudo volver pisar los lugares que solía frecuentar.
Raúl Alfonsín lo ascendió, Menem le garantizó tranquilidad y el pase a retiro llegaría recién en septiembre de 1996, luego de fuertes presiones internacionales. Incluso ese retiro tendría mucho de ficticio: en junio del ‘97, Página/12 revelaría que el marino trabajaba en el Servicio de Inteligencia Naval.
Escrachado en sus visitas a los clubes de Golf, hasta de los casamientos de los amigos se retiraron alguna vez parte de los invitados para expresar cuánto los violentaba su impunidad. “Soy un hombre arruinado”, le dijo a una revista. A otra, en cambio, le dijo, bravuconeando, que era “el hombre mejor preparado para matar a un político o a un periodista”. Esos dichos le valieron la baja de la Armada y un juicio por amenazas en el que terminó condenado.
Reclamado por Francia, Italia y por España en la causa que lo dejó ahora a las puertas de la extradición, su única condena en el país fueron tres meses en suspenso, bajo la figura de la apología del delito, por haber reivindicado sus crímenes.