Domingo, 13 de julio de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
Fue un día a puro guiño en el que los participantes del juego evitaron mencionar por nombre y apellido a los dos blancos de crítica: Estados Unidos y la Unión Europea, en el caso del presidente ruso Vladimir Putin, y Estados Unidos y el Reino Unido, en el caso de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner.
A la noche, en los brindis celebrados en el Museo del Bicentenario, junto a la Casa Rosada, Putin criticó lo que la traducción expresó de modo muy castizo como “doble rasero”. Pareció una alusión a los cuestionamientos contra la intervención directa o indirecta de Rusia en Ucrania. “Al doble rasero le llamamos doble estándar”, dijo rápido la Presidenta. Como durante el día otros dos temas surcaron los encuentros entre ambos –la disputa sobre Malvinas y el problema de la deuda y los fondos buitre– es probable que la ironía presidencial haya apuntado hacia allí.
El fútbol puso su marco. Putin estuvo ayer con la presidenta de uno de los países finalistas del Mundial y presenciará hoy en Río el partido definitorio en el Maracaná entre la Argentina y Alemania. El fútbol es, para Rusia, la oportunidad de una vidriera más al servicio de su diplomacia. En 2018 será sede del próximo Mundial.
Sin embargo, Putin no desafió del todo a Washington, en buena medida porque no puede, dada la disparidad entre ambos países, y en buena medida porque tal vez no lo desee: Estados Unidos y Rusia comparten la preocupación por el terrorismo fundamentalista que ya se ensañó con el territorio de ambos. En cuanto a la Presidenta, tampoco lo hizo. Rusia puede servirle a la Argentina para afirmar su diversificación pero no le basta para terciar en Estados Unidos cuando el país afronta una de las etapas más delicadas del frente externo por una negociación difícil en la que, al mismo tiempo, busca llegar a un acuerdo que no perjudique a quienes ya aceptaron el canje y procura esquivar el default.
La diversificación de relaciones también estuvo presente en las conversaciones privadas y en las declaraciones públicas. En las últimas, tanto Putin como Cristina acudieron a una palabra: multipolaridad. Alcanzar un mundo multipolar sería para ambos jefes de Estado la situación deseable.
Nacido en octubre de 1952, Putin todavía ni cumplió los 62 años y es uno de los políticos más experimentados del mundo. Ya fue presidente de Rusia en dos períodos entre 2000 y 2008 y luego primer ministro del presidente Dimitri Medvedev hasta que volvió a presentarse y ganó otra vez la presidencia, en 2012, con el 63 por ciento de los votos. Es el jefe de un largo ciclo político que incluso supera al del Partido de los Trabajadores en Brasil (Lula asumió el 1 de enero de 2003) y al del kirchnerismo, que comenzó el 25 de mayo de 2003. En ese mismo período el gigante norteamericano pasó por el fin de la era demócrata de Bill Clinton (1993-2001), la experiencia republicana de George Bush (2001-2009) y la gestión demócrata de Barack Obama, iniciada el 20 de enero de 2009 y con fecha de vencimiento el mismo día de 2017.
El viaje de Putin está hilvanado dentro de una gira por América latina que comenzó en Cuba y terminará en Brasil.
Rusia realizó hacia Cuba una jugada que destacó ayer Cristina: la condonación de la deuda que originalmente trepaba a 35 mil millones de dólares. La conservación de la presencia rusa en la isla caribeña es una herencia del período soviético que Putin no parece dispuesto a abandonar, sin duda por la cercanía con Estados Unidos. Pero las relaciones no tienen ya el fuerte componente militar de la Guerra Fría. Si por un lado, igual que China, Moscú busca mantener o incluso ampliar sus posiciones en Cuba, a sólo 144 kilómetros de las costas norteamericanas, por otro el gobierno ruso estimula a públicos y privados en favor de inversiones en la isla. La matriz energética de la política exterior aparece en toda su evidencia. La empresa Zarubezhneft ya comenzó perforaciones offshore en Boca de Jaruco. También tiene su importancia la infraestructura, porque un acuerdo de los dos países permite pensar en avances en la zona económica especial de Mariel y en la construcción del aeropuerto en San Antonio de los Baños.
Putin llegará hoy a Brasil para ver la final de la Copa del Mundo, reunirse con la presidenta Dilma Rousseff y participar el martes de la inauguración de la cumbre de los Brics, el grupo de potencias emergentes que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Cristina declinó la invitación de Dilma a ver la final. Alegó su enfermedad y el primer año de su nieto Néstor. Pero estará el 15 en Brasil. Los Brics son parte del esfuerzo de distintos países por formar polos de poder que le den certeza real a la mayor multipolaridad buscada. Si por fin crean un banco propio, su poder será más palpable.
Del mismo modo que lo hizo para definir la relación con la Argentina, Putin utilizó el adjetivo “estratégica” cuando describió la cooperación con Brasil en una entrevista de la agencia rusa Itar Tass.
Incluso recordó el líder ruso que Moscú apoya el reclamo brasileño de contar con un asiento fijo en el Consejo de Seguridad, si es que algún día el organismo de elite que integran Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia y China llegase a ampliarse.
Sobre los sectores de cooperación económica con Brasil, Putin mencionó inversiones en energía, ingeniería e industria farmacéutica, en este último caso especialmente en desarrollos para la lucha contra el cáncer. Y al momento de poner un ejemplo citó el área energética. Habló del trabajo conjunto en petróleo y gas de la firma rusa Rosneft y la brasileña HRT en exploración y explotación de la cuenca del río Solimoes. También dijo que en el estado sureño de Santa Catarina la empresa Power Machines está trabajando en la producción de turbinas para producir más de 100 megavatios con destino al mercado brasileño y a otros países del Mercosur.
La energía, tema recurrente entre Putin y Cristina y entre sus equipos, es uno de los componentes centrales de la política interna y exterior de Rusia. Medvedev no sólo fue presidente y primer ministro. También ocupó la titularidad de Gazprom, el gigante ruso de petróleo y gas.
Cuando el año pasado el avión de Evo Morales fue demorado y obligado a aterrizar en Viena por falta de aeropuertos que quisieran permitirle una escala, el presidente boliviano estaba regresando de una cumbre gasífera en Rusia.
La política de explotación y exportación de hidrocarburos se combina con el objetivo de mantener y acrecentar el poder en lo que los rusos llaman “extranjero cercano”, en buena medida países que integraron la Unión Soviética.
Naturalmente Ucrania es parte del “extranjero cercano”. ¿Es un símbolo, a la vez, de una nueva Guerra Fría entre Washington y Moscú? Parece difícil afirmarlo al menos por dos motivos. Uno, la primacía militar y tecnológica de Estados Unidos por encima de cualquier otra potencia. Otro, el ascenso meteórico de China como segunda potencia. Es cierto que no sólo el secretario de Estado John Kerry, sino también el director de la CIA John Brennan estuvieron personalmente en Kiev. Pero conviene atender el argumento de David Ignatius en una columna publicada por The Washington Post sobre la diferencia que ostenta Ucrania para Estados Unidos y para Rusia. Para Estados Unidos es un campo de forcejeo no esencial. Para Rusia es parte central de la política exterior y también de la política interna de fortalecimiento del nacionalismo ruso, del cual Putin vendría a ser su líder. No es el único sector robustecido por la crisis ucraniana. Los halcones norteamericanos festejaron una nueva ocasión de denostar a Obama por una supuesta debilidad. Tanto que la precandidata a la presidencia Hillary Clinton debió acusar públicamente a Putin con el peor fantasma posible. Dijo que quería revivir la Unión Soviética. El presidente ruso ya había declarado que la implosión soviética en 1991 fue la peor catástrofe de la historia rusa. El detalle interesante es que dijo “rusa” y no “soviética”. O sea que lamentó la debilidad geopolítica posterior a 1991 no desde el comunismo sino desde la historia de un imperio que ya no es. Y las fuerzas armadas rusas son un actor clave en esta política, ya sea de manera directa o como plataforma de apoyo de fuerzas prorrusas en alguna de las ex repúblicas soviéticas.
La combinación de búsqueda de un espacio post soviético con la meta de consolidar a Rusia en su rol de proveedora energética de Europa queda claro en el más reciente de los acuerdos exteriores, el que llevó en mayo último a la formación de la Unión Económica Eurasiática con Kazajistán y Bielorrusia. La primera república es parte de Asia. La segunda, de Europa. Putin no quiere que Bielorrusia sea una nueva Ucrania. Fue en Ucrania donde Rusia ensayó con mayor profundidad sus armas de política exterior. Antes de la intervención militar y el aliento al separatismo Moscú apretaba las clavijas subiendo el precio del gas ruso a niveles intolerables para hacerles menos llevadera la existencia a los ucranianos cercanos a la Unión Europea.
Esa situación acaso tenga más que ver con el siglo XIX, o aun con etapas históricas anteriores, que con la Guerra Fría librada por Estados Unidos y la Unión Soviética entre 1945 y 1991. Ver el presente en clave de Guerra Fría parece una lectura simplota de la historia y puede ocultar el pasado. Un solo ejemplo: para la Argentina el período más productivo con Moscú en términos comerciales fue justamente la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética compraba el trigo argentino como hoy China compra la soja y, a cambio, llegó a respaldar a la dictadura y a ser respaldada por la dictadura cuando Estados Unidos le quisieron imponer un embargo cerealero.
Hoy la confrontación con riesgo nuclear mutuo está lejos y ya no hay dictadura por acá ni gobierno del Partido Comunista por allá. Sólo se trata de vivir con la mayor autonomía posible en un mundo complejo que cada tanto requiere de los estados, en su escala respectiva, algún guiño para diversificarse y sobrellevar los momentos amargos. ¿Guerra Fría? Ni por Putin.
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