Jueves, 17 de julio de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Esta nota no hablará (mucho) de cuestiones estrictamente ligadas al juego. No es que falten voluntad ni ganas. El Mundial fue un episodio intenso, emocional y compartido en comunidad. Se consiguió más de lo que se esperaba de antemano y menos de lo que se soñó en la última semana.
Algún rebote en el poste o un quite fenomenal impidieron un desenlace prematuro y el consiguiente derrotismo. La falta de puntería propia en la definición impidió que llegáramos a ser campeones y se decidiera que "somos los mejores del mundo". Lo que llamamos "realidad" es con frecuencia (no sólo en la cancha) una alternativa que se dio entre varios presentes posibles. La diferencia entre ellos se mide a veces en centímetros.
La hinchada nacional compartió los sucesivos partidos dando rienda suelta a sus modos de compartir, de crear cantitos, de amucharse, de disponer una mesa generosa o de confiar en la providencia. Tal idiosincrasia nacional no es superior a ninguna, pero tampoco le va en zaga. Y es válido que exista una identidad (construida con contradicciones, memorias y olvidos selectivos). También que se sepa construir en grupo una suerte de celebración masiva.
La constitución norteamericana, a diferencia de la nuestra que tanto la calca, consagra el derecho a "buscar la felicidad". Los pueblos saben rebuscarse en ese afán, desafiando a la dificultad de la vida cotidiana. A menudo son más sabios que "la prensa independiente" que sólo habita el lado oscuro, que considera parte de sus deberes agriar la vida de los otros.
La autoestima nacional puede, eventualmente, derivar en exceso o soberbia. También fue funcional para salir de la formidable crisis, ocurrida hace bien poco.
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Una mayoría considerable leyó el mensaje de la selección en clave edificante. Se consagraron el juego en equipo, el sacrificio, la tenacidad. La verdad absoluta no existe, por ende esta versión no puede serlo. Pero es una mirada tan sensata como constructiva: no una falacia arrogante... una conclusión constructiva, para nada fanática. Interpela, convoca a seguir esforzándose y trabajando, a mejorar.
El técnico Alejandro Sabella (muy especialmente) y el caudillo Javier Mascherano supieron poner en palabras esa narrativa, consistente con su praxis. Hablaron, en plena recepción cariñosa, de "valores". No se consagra el fin glorioso de la historia, no se supone un punto de llegada, sino un modo de transitar.
"Capturar" a Alejandro Sabella, transformarlo en capital político sectorial es (como solía decir el ex presidente Fernando de la Rúa) "el llamado de la hora".
Medios y analistas opositores lo ubican en las antípodas del oficialismo, mencionemos entre otros al diario La Nación, a su columnista Enrique Valiente Noailles, el periodista Marcelo Longobardi. Si el tipo es laburador, ponderado, modesto y eficiente... sencillamente no puede ser K. Más aún, es la antítesis del mal absoluto, sin pliegues ni matices.
El kirchnerismo, que incluye al conflicto como eje de su praxis y de su relato, quiere para sí al entrañable director técnico.
Sabella no encaja en la retórica opositora porque asume su afinidad con el Gobierno. No ya por la añeja militancia en la JP (que habilitó con los años coherencias o derivas o naufragios), sino por las definiciones que hizo cuando el plantel fue recibido por la Presidenta. Pachorra elogió la oratoria de Cristina Fernández de Kirchner y adoptó la frase "la patria es el otro" para encajarla en su idea de equipo.
De cualquier forma es reduccionista homologar la representación deportiva con la política. La representatividad de la Selección es, de por sí, transitoria y transpartidaria. El objetivo único es característico de la competencia futbolística, sería impropio o hasta absurdo extrapolarlo a la esfera política o social.
La bandera o la camiseta celeste y blanca representan (con sus límites respectivos) a todos los argentinos. No bastan para una falsa y hasta disfuncional unidad, imposible para una comunidad celosa de sus derechos y por eso demandante y conflictiva.
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Los hechos no son de derecha ni de izquierda, dicen. Por ahí algo de eso hay, aunque sí son ideológicos la forma en que se jerarquizan, se editan y el modo en que se enfrentan. Mencionemos, con esas prevenciones, algún dato acaso subestimado. No es la primera vez que se recibe con los brazos abiertos y ovaciones a una selección que no ganó la final. Sucedió también después de Londres '66, el equipo que perdió en cuartos de final con los ingleses. Asimismo, en 1990 tras el Mundial de Italia, aquel del Diego homérico y de las atajadas de Sergio Goycochea.
Las comparaciones a medio siglo vista deben dosificarse con cautela: demasiados son los cambios institucionales, culturales, mediáticos o políticos. Los noventa son más cercanos, hablamos de esta etapa democrática y aún civilizatoria. El factor común entre el pasado remoto y el más aprehensible es, en términos futboleros, que para nuestra historia oficial las dos veces "nos afanaron". La expulsión de Rattín, antaño. Un penal que presuntamente no existió, en la final contra Alemania en Italia. Esas peripecias se continúan discutiendo y "llorando".
Acaso sea aconsejable al releer la historia, tomar nota de lo acontecido después. No empacarse en la interpretación primera, hecha en caliente. No para realinearse o renegar, sí para enriquecer la visión. La coyuntura, asiduamente, restringe la perspectiva, priva de visión panorámica.
Las luchas en el peronismo de los '70, por ejemplo, se desplegaban en base a un criterio común que era creer que quien ganara la interna dominaría el escenario durante años o décadas o para siempre. Se pasaban por alto las correlaciones de fuerzas, el reagrupamiento de la derecha, la restauración militar. Es inteligente, cree este cronista, revisitar la época incorporando la dura experiencia posterior.
Volvamos al pequeño universo del fútbol. El penal que cometió o dejó de cometer Sensini hace 24 años da para polémicas eternas. La trayectoria ulterior de los equipos alemanes y argentinos comprueba que ganó el más dotado y el que sabía mejor qué hacer.
El domingo se produjo otra jugada para la controversia, el choque del arquero Neuer contra Higuaín. Este escriba cree que fue penal, pero se alegra de que tanto los jugadores como el técnico lo saltearan en su inventario. Se perdió, se pudo triunfar, las contingencias del juego fueron muchas, quejarse todo el tiempo lleva a una floja conclusión. No estimula a redoblar el esfuerzo, a mirarse en el espejo para mejorar, a asumir los límites propios.
La dosificación de la queja es un legado noble, una prueba de carácter, un baremo para medir la calidad humana del equipo.
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Un mes que sólo ocurre cada cuatro años habilita debates variados. Es válido poner bajo la lupa a la TV Pública, sus transmisiones, el gasto, hasta el estilo de relatores o comentaristas. Si el debate no es prejuicioso ni abroquelado de antemano puede fortalecer a los medios públicos, que han mejorado en estos años, pero que tienen mucho por construir aún.
El Gobierno no incurrió en el supuesto aprovechamiento político desmedido. La Presidenta recibió al plantel, les habló algo, los dejó ir. Hubo fallas de organización que impidieron el festejo en el Obelisco, es muy floja respuesta responsabilizar a quienes debían ser agasajados.
Los hechos vandálicos producidos en la noche del domingo deben contrapesarse con la magnitud de las convocatorias que se produjeron en la misma Capital y en ciudades y pueblos de todas las provincias, en los espacios Incaa. Cada quien centra su mirada donde le place o donde le conviene: nada autoriza a llamar "objetividad" a esos enfoques selectivos.
En la panorámica más completa primaron la alegría o el anhelo de confortarse en grupo por no haber traído la Copa.
La Selección no es la patria, ni un ejemplo republicano a seguir. Tales exorbitancias son simplificaciones a la vez, lo más sano es evitarlas. Eso no quita que el plantel se comportara como un grupo interesante: generó (sin recursos arteros) motivos para pasarla lindo durante un mes que será inolvidable. Y promovió un par de enseñanzas positivas.
La vida y las luchas continúan, nunca cesaron. El Mundial, como casi cualquier hecho que atrae la atención de millones y es mediatizado al mango, mostró varias facetas de un país que no es mejor del mundo (porque ese ranking no existe) pero sí es el hogar, lo que dista de ser poco.
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