Jueves, 2 de octubre de 2014 | Hoy
EL PAíS › DECLARó UNA PARTERA DEL HOSPITAL MILITAR DE CAMPO DE MAYO
Nélida Valaris atendió al menos dos partos de mujeres que estaban secuestradas en Campo de Mayo. “Si me hubiesen dicho de qué se trataba, me hubiera escapado”, dijo al declarar como testigo.
Por Ailín Bullentini
La de ayer fue su cuarta declaración ante la Justicia; la segunda frente a un tribunal oral. Como en las anteriores, la licenciada en Obstetricia “a punto de jubilarse” Nélida Valaris hizo la misma reflexión sobre su función como partera del Hospital Militar de Campo de Mayo (HMCM) durante la última dictadura: “la mochila pesada” que significa, para ella, el haber formado parte, sin saberlo, del plantel médico que trabajó en la maternidad clandestina de esa institución.
Corpulenta, pelo renegrido y atado hacia atrás, Valaris declaró durante poco menos de dos horas frente al Tribunal Oral Federal Nº 6 en el juicio que se les sigue a los represores Santiago Riveros y Reynaldo Bignone, a los médicos militares jubilados Eugenio Martín y Norberto Bianco y a la partera Luisa Arroche de Sala García por la apropiación de nueve bebés nacidos en el HMCM. De sus siete años de servicios prestados en el sector de Ginecología y Obstetricia de esa institución, Valaris conserva en su memoria algunos nombres –recuerda sin dudar al ex jefe del sector Jorge Caserotto, “personaje bastante siniestro”, y a Agatino Di Benedetto, quien fue uno de los directores del hospital; también al “traumatólogo” Norberto Bianco y a su colega Arroche– y varias experiencias que prefiere “no haber vivido nunca”.
“Si me hubiesen dicho de qué se trataba todo aquello hubiera escapado, me hubiera ido del país. Nunca imaginamos la desaparición de personas”, advirtió en plural, quizá invocando a algunos de sus compañeros de trabajo que, como ella, decidieron acudir al llamado de Raúl Alfonsín cuando, como presidente, invocó a quienes “supieran algo” sobre los horrores del terrorismo de Estado durante la dictadura todavía tibia, a que lo contaran. Valaris declaró sobre lo vivido en varias oportunidades. La primera vez fue ante la Conadep, lo que le valió amenazas explícitas de muerte de parte de Caserotto. “Me dijo que iba a ver crecer las margaritas desde abajo. Y yo le contesté que estaba tranquila porque no necesitaba un litro de vino para dormir”, recordó. Años más tarde aportó detalles en la instrucción de la causa que en la actualidad está en debate. Declaró en el juicio por el Plan Sistemático y recorrió, varios años después de su “retiro voluntario”, las instalaciones del hospital. Ayer, advirtió que aquella época es una “mochila muy pesada que, a medida que pasa el tiempo, profundiza más su pesar”. “Sobre todo los partos”, remarcó.
Los dos sucedieron, cree, entre 1976 y 1977. Ambos, también, de día. El primero fue en la sala de partos del hospital: “Era una mujer llamativamente canosa. No me la puedo sacar de la cabeza: tenía los ojos vendados con gasa y estaba custodiada. Así parió, sin hacer ningún tipo de sonido, ni de queja, ni de dolor, de nada. En silencio”.
Para el segundo, “el más doloroso”, Valaris resistió su participación ante Caserotto. “Vino y me dijo que tenía que ir a asistir a una detenida en la cárcel de encausados de Campo de Mayo. Me negué, pero me obligó: dijo que era orden del director del hospital”, relató ante el TOF Nº 6. Más tarde, informó que De Benedetto negó ante la Justicia haber emitido aquella orden. No pudo negarse: con una enfermera y un médico traumatólogo fueron hacia esa dependencia. No recordó quién era el doctor; respecto de la enfermera, también dudó. “Me impresionó la cantidad de hombres de fajina que había. Nos llevaron a la enfermería, donde encontré a una chica joven, rubia, blanca, también vendada. Es una imagen muy fresca la que tengo de ella, aún no se ha borrado”, describió. La mujer estaba para dar a luz, “no había opción”. Le pidió que se atravesara en la cama, “a la vieja usanza”; la chica “colaboró”. Llorando, describió las condiciones: “Tengo el recuerdo presente de que hacía un frío espantoso”. Fue un varón. Lo apoyó en el vientre de la madre para tratar de contener la temperatura. Pero no mucho, porque la custodia se lo llevó apenas Valaris le cortó el cordón. Ella hizo algunos procedimientos más: extrajo la placenta, anestesió a la mujer, la suturó. Y se fue. “Me pareció una injusticia terrible que yo tuviera que pasar por esa situación. No estábamos preparados los civiles para esas cosas”, concluyó luego. No registró ninguna de las dos intervenciones. Tampoco nunca supo cómo se llamaban las pacientes, por qué estaban detenidas y en qué condiciones: “En el cambio de guardia nos referíamos a ellas como las detenidas, las sediciosas, las guerrilleras, porque eso circulaba, pero nunca supimos más. Siempre pensamos que eran detenidas de la cárcel de encausados, no sabíamos de centros clandestinos de detención”, remarcó.
“He ido cuatro o cinco veces con Caserotto a la sala de Epidemiología, le decían ‘el fondo’”, contó. Su función, según su recuerdo, era controlar los embarazos de las mujeres que allí estaban internadas. Cuando participó de la recorrida por aquel lugar, en años de democracia y en el marco de investigaciones judiciales sobre los nacimientos clandestinos, notó que lo habían modificado. En su recuerdo, aún sabe caminar por el pasillo e ingresar a la primera habitación de la izquierda, en donde “estaban estas mujeres con los ojos vendados”, sobre una cama cuya cabecera estaba coronada por un ventanal “tapiado o cerrado”. Auscultaba los latidos de los bebés, les tomaba la presión y no mucho más: “Las mujeres parían y se iban y venían otras, no sabíamos su destino”, apuntó.
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