Jueves, 2 de octubre de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › “VIVIR PARA LA FOTO”
Por Diana Sahovaler de Litvinoff *
“Este soy yo”, con mi novia en la playa, solo en el medio de la montaña, en el medio de mis amigos, antes de la fiesta, después de la fiesta... Y de todo dejo testimonio en una foto y la subo a la web y espero opinión. Un sinuoso camino ha llevado desde el autorretrato, pintado en una tela, que podía llevar meses de trabajo al artista, a las instantáneas tomadas con el celular y compartidas en el momento con los contactos en una red social; la imagen que plasma un momento de la vida se ha convertido en algo rápido y fácilmente difundible.
El deseo de atrapar la imagen propia fascinó desde siempre, en un intento de capturar el secreto de nuestro ser, de vernos y de darnos a ver. La imagen tiene un valor de realidad que refleja nuestra identidad, que nos da consistencia como personas y comunica a otros quiénes somos. Compartir es parte de nuestra dinámica vital, vivimos con otros y para otros. Su opinión es fundamental para construir nuestra autoestima, definir nuestro lugar en el mundo, alimentarnos de afectos, y también para provocar afectos de todo tipo: valoración, alegrías, envidias.
Hay en la vida momentos de cambios cruciales en que la identidad tambalea y se hace más necesario ver y mostrar la imagen para reasegurar un perfil, una constancia. Pero todo momento es propicio para dar cuenta de lo que uno es y hace. La época en la que vivimos, cuando la imagen y la exhibición están exaltados por la importancia del consumo, cuando todo tiende a transformase en una vidriera para ser comprado y cuando la fama pasa por el ser visto, hace que esto se potencie. Mostrarse para ser aceptados e intentar recortar la identidad es el modo de ir construyendo y reconstruyendo nuestra subjetividad en una interacción activa. Pero es preciso tener en cuenta que, a pesar del empuje de nuestra época, no somos una mercadería para consumir. Nuestra identidad no se agota en la pretendida perfección de la imagen, que es siempre parcial; somos mucho más que las fotos que nos sacamos.
En definitiva, descubrimos que los momentos vividos, aunque se intente eternizarlos en el retrato, son evanescentes. Y muchas veces perdemos su intensidad y frescura al “vivir para la foto”. Centrarse en la perfección de la imagen propia, que será vista por alguien que juzgará “me gusta”, puede llevarnos a olvidar a quien está a nuestro lado en ese preciso momento, o a nosotros mismos en nuestra profundidad, que requiere de más de dos dimensiones. Por lo demás, las “selfies” son divertidas y creativas: vale la pena aprovecharlas.
* Miembro de la comisión directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
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