EL PAíS › UNA CHARLA UNILATERAL, VOLCáNICA, APASIONADA CON ENRIQUE PINTI
Monólogo con cronista
Primero es tranquilo, correcto, de traje, apacible.
Hasta que se abre la gatera y se aprieta el botón de Play.
Entonces Pinti es inabarcable y sólo queda escucharlo hablar de actualidad, de censura, de cómo explicarles Argentina a los españoles, de la desmemoria nacional, de sus pesares con la inmigración norteamericana.
Un destello.
Por Miguel Bonasso
El encuentro se produce en Clásica y Moderna a las cinco en punto de la tarde. Avanza entre las mesas con su corpachón enfundado en un sempiterno traje oscuro. Es formal y cordial y cualquier observador despistado podría pensar que es un hombre aquiescente, dispuesto a conciliar en todo con su interlocutor. Pero esa ilusión se disipa en cuanto le traen el cortado y la jarra de agua: el monólogo se dispara con el mismo ritmo de ametralladora que tiene en el teatro. Y abarca todo: sus comienzos sin éxito como vendedor de “Spurcola”, la timidez que lo hacía trabajar de mudo en el teatro independiente, su éxito posterior como guionista y actor cómico, que en el caso de Salsa criolla estuvo diez años en cartel y fue vista por más de tres millones de espectadores. El cronista sabe que sobran las preguntas, que sonarían irremediablemente boludas. Para descubrir lo que encierra la cabeza prodigiosa de Enrique Pinti (sin la más remota huella de Alzheimer a sus 63 años) basta con acompañarlo en el monólogo. Basta con obedecerlo y apretar “play”. (Que también significa “jugar” y “actuar”.) Lo que él ha hecho gozosamente a lo largo de su vida, desnudando en la mejor tradición discepoleana el grotesco que anida en el “ser nacional”. En esa definición del argentino que para Enrique Santos era “un tipo con una pata adentro del manicomio y otra sobre un jabón”.
El monólogo informa que ahora, en noviembre, Enrique interrumpirá sus clásicas vacaciones de fin de año, en las que no acepta absolutamente ningún laburo, para actuar en Barcelona. La ciudad condal en la que debutó “como el orto” en 1983, pero a la que llega tras un éxito arrollador en Madrid. Después vagará por Europa y Estados Unidos, un país donde tiene muchos amigos y donde suele chocar con los funcionarios de Migraciones.
Play.
“Listen, sister”
Enrique Pinti: El año pasado me tocó una mujer negra que debía ser cubana que me empezó a preguntar de todo, de muy mal humor: “¿Tiene amigos acá? Sí; ¿tiene familia? No”. Y no paraba. Yo entiendo si ve a un pendejo con una guitarra acá, lleno de tatuajes que piense este se va a quedar, es un ilegal que se ve a la legua. Pero un señor grande, de 63 años, que por lo menos representa 55, de cuello y corbata, qué se va a quedar haciendo. ¿Voy a quedarme de mesero?, ¿qué voy a hacer ahí? Les mostré todo, el ticket, los vouchers de los hoteles, la visa de diez años recién dada por la embajada porque en la embajada dijeron no hay peligro con este imbécil y la tipa me sale con esta: “Y usted me va a hacer creer que no teniendo familia acá se queda a pasar Navidad”. Entonces se me nubló la razón y le dije “mirá, hermana”. Le dije “hermana” sin darme cuenta, porque decirle esto a una negra es de cuarta, es una cosa totalmente racista, muy fea, es el amo del sur cuando decís esto, y lo dije cuando me acordé de una canción de Sharon Kerley que dice “Listen sister”, le dije “mirá, hermana, mi Navidad es cosa mía, si te vas a meter conmigo me voy de acá”. Entonces ladró algo que no entendí, me selló el pasaporte y me lo tiró así como diciendo “entra a Estados Unidos contra mi voluntad”.
Así que me rajo. Porque yo trabajo de enero a octubre como una bestia. Y cuando llego a esta época de año de la únicas coyunturas que puedo hablar es de las mías que tengo hechas pelota. Pero esta vez haré una excepción porque me convenció la gente del festival de otoño (Ariel Goldemberg que es argentino) de actuar en Barcelona, donde en el ‘83 me había ido como el orto. En cambio en Madrid, el año pasado, arrasamos.
Ahora hay más argentinos que en el ‘83 y además los españoles están más enterados y interesados por lo que nos pasa y algunos, sobre todo los de la izquierda, sienten un poco de culpa también; se dicen, “la verdad estas privatizaciones no han estado muy bien”. Tienen como una necesidad reparadora de agarrar y decir vamos a verlos. Por eso yo creo que el éxitode la gente que está viniendo fue un poco porque se conectaron, empezaron a conocer a un tipo de inmigración que no es inmigración política, como en los ‘70, que era mucho más reducida. Esta es una inmigración de gente común, que ni es el argentino politizado, psicoanalizado, ni el chanta que dice, yo te vengo a enseñar todo y no sabe un carajo. El argentino al que nadie puede pasar. Es gente que va con el caballo cansado.
Pero el setenta por ciento del público, allá en Madrid, era de españoles. Los argentinos, como de costumbre, llegaban tarde a sacar las entradas y puteaban frente a la boletería. Cuando me veían me decían: “Che, gordo, ¿no se puede hacer nada?”.
El dinosaurio y el taxista
Yo me presento ante el público español como un dinosaurio, que es lo que uno es a estas edades. Un dinosaurio incapaz de conectarse por Internet. Un dinosaurio con un montón de problemas anexos, que trabaja en el teatro, que pertenece a una determinada generación y que viene de Argentina. Para ese entonces todo el mundo se pregunta por qué Argentina está así, que no lo entienden. Les explico que no son los únicos, que los argentinos también nos lo preguntamos, que no es que no se entienda desde afuera, no se entiende de ningún lado. Y cuando se entiende es peor...
Entonces reproduzco la conversación con un taxista español imaginario, que dice las mismas cosas que siempre me dijeron los taxistas en el camino de Barajas al centro: desde el ‘76 hasta el año pasado. “¿Pero qué coño pasa con vosotros los argentinos?” Entonces le explico al taxista imaginario lo que pasó, por qué la Argentina está como está. Les explico lo que es el peronismo, cosa que no entienden, qué es el radicalismo, qué es la izquierda, la derecha, la Iglesia, el Ejército, la Policía y nosotros. No hace falta mucho para que se rían: basta con decirles que en Argentina los radicales son los moderados, los sindicatos son de derecha (y siempre lo fueron) porque el peronismo es de derecha aunque haga cosas de izquierda que la izquierda no hizo nunca. Y la derecha, bueno, es directamente la esvástica. Entonces, cuando uno empieza a decir todo eso, aunque no hayas estado en Argentina te reís. Por eso el espectáculo se titula “Para reír si usted no es argentino”.
Las ventajas
de ser medio boludo
Yo no diría que mi público es masoquista, sino desmemoriado. El otro día me lo dijo un remisero: “Usted tendría que venir a casa y decirme estas cosas todos los días, porque si no yo me olvido”. Se olvidan enseguida. Si no les gusta algo del presidente que está empiezan a revalorizar al anterior. Si no les gusta algo de Kirchner dicen: “Al final de cuentas De la Rúa no era tan boludo”. Hay una tendencia a hacer esto. (Aunque de De la Rúa ya sería una grosería. Tendría que decir Duhalde, porque de De la Rúa no escuché nunca, todavía.) Cuando oyen estas cosas dicen: “Claro, sí, tiene razón”. Pero no es tan difícil, es un comentario de mesa de café. No es un comentario filosófico. En el país de la superficie, el menos superficial parece un submarino, evidentemente. Mucha gente me dice: ¿Usted es profesor de historia? No. ¡Yo simplemente me acuerdo! Nunca estudié, pero las cosas que me enseñan las registro y si no las anoto. Entonces cuando me preguntan “¿en serio Macri dijo que los homosexuales están enfermos?”, yo les respondo: “Sí, lo dijo. Está acá el recorte de diario”.
¿Que haría yo si algún día este país se arreglara? Tomaría el teatro San Martín por asalto para volver al teatro en el que empecé. Haría El burgués gentilhombre de Molière. Haría todo Molière. Todo Ben Johnson. Falstaff, Las alegres comadres de Windsor. Y todavía me quedaría tiempo para contar, tipo viejito, cómo estábamos cuando estábamos mal. Para que no se crean que estar bien es una cosa demasiado duradera, en cualquier momento metésla pata y se va todo a la mierda. Pero desgraciadamente no veo cercano ese peligro. Lo que sí veo cercano es un mayor sinceramiento, como que se van a tomar los temas con un poquito más de seriedad. Esto lo veo como que ya está instalado. En la cabeza de mucha gente ya está instalado que eso se está haciendo y guay que no se haga. Porque ahí sí, se va a caer la esperanza como teta de gitana. Como se cayó con Alfonsín, se cayó con la Alianza y la Meijide, se cayó con el mismo De la Rúa, con Chacho.
A veces ser medio boludo y superficial evita sufrimientos y es lo que pasa con el pueblo, a veces uno dice los argentinos somos muy así, pero es bueno: evita sufrir. Esa debe ser la razón por la cual el país no se destruyó del todo. Siempre hay algo para esperar. A veces uno comparte esas esperanzas, y otras veces no. En la década del 90 la gente estaba convencida de que el peso era igual al dólar y entonces qué problema iba a haber. Mirabas las autopistas, mirabas los hoteles cinco estrellas, los carteles en inglés y decías “estamos igual que en Norteamérica...”.
Mucha gente decía: “Escuchame, mirá lo que son los teléfonos ahora”. Julio Ramos, sin ir más lejos. Hace poco dijo: “Todos los que tienen un celular en el bolsillo se lo deben a Menem”. Cada país debe tener su galería del absurdo, pero nosotros tenemos un pabellón especial, porque decir que uno le debe la telefonía celular a un presidente cualquiera...
Edipo y la dictadura
En la época de la dictadura tachaban los libretos de una manera espectacular. Y eso que eran libretos donde no se hablaba de ninguna coyuntura política, primero porque a nadie se le ocurría, segundo porque estabas contando Edipo. Igual, todo era peligroso y Edipo quedaba todo tachado. Ahora, era gracioso porque tachaban lo que no era importante. Por ejemplo tachaban que “Electra se enamoró del padre, porque el padre le hacía hico caballito”, y que el complejo de Electra viene por esa puta costumbre de sentar a la chica a upa en las rodillas y hacerle hico, la chica se calienta y entonces no hay manera de bajarla. Esto te tachaban.
Eso era altamente subversivo para los censores tipo don Miguel de Calasanz, que era el asesor literario, o para algún milico que anduviera por ahí. Todo lo que tuviera connotación sexual lo tachaban, lo que tenía connotación política se les piantaba: eso de la esclavitud, que por leer te podían llevar preso.
Cuando debuté en el Maipo hice la historia del cine, desde la invención del cine, con los obreros saliendo de la fábrica, pasando por Tiburón, que era lo que se usaba como cine-catástrofe en esa época, y terminando con una película catástrofe argentina y a partir de allí me dije que ya podía habar de lo que fuera. Y tuve más tranquilidad. Después hice Historias Recogidas Dos, que era sobre mis viajes a Europa, sobre lo que yo veía ahora en lo que había sido el escenario de las tragedias que había mostrado en la primera parte. Mi decepción al ver el Foro Romano reducido a unas pocas piedras y mucha caca de perros.
En el ‘82 quería hacer un espectáculo más grande. Lo hicimos con Gasalla y se llamó Pan y circo. Entonces me pesca las Malvinas y fue muy duro hacer la función escuchando las declaraciones por la radio, las atrocidades y las boludeces que decían. Y ahí es donde empiezo a poner la coyuntura, porque me dije yo no me voy a callar, y empecé a decir “si sale la antorcha permanentemente por lo menos que pongan la antorcha para abajo”. Empecé a decir cosas así y no hubo reacción oficial. Tal vez porque el teatro no les preocupaba tanto como la televisión.
La verdad es que yo personalmente no tuve problemas durante la dictadura, pero hubo un momento en que quise irme del país porque sentí que me asfixiaba. Hubo un momento en que yo creí que se iban a quedar para siempre los milicos. Vos viste, hubo un momento, en el ‘79, y en el ‘80, en que la gente estaba contenta con el proceso militar: “Este país está enpaz, acá no tiran bombas, hay orden” y es el día de hoy que mucha gente, a pesar de saber todo lo que pasó, sigue añorando la dictadura militar. El otro día lo escuché por televisión: “Te acordás cuando salíamos tranquilos por Belgrano, cuando íbamos a las discotecas y yo no tenía miedo de que mi hijo llegara más tarde, ni que estuviera drogado porque sabía que no se iba a drogar”.
Y en aquella época yo vi que había una gran parte de la clase media argentina, y alguna de la clase baja también, que estaba muy contenta. Entonces dije estos no se van más. Y me agarró como una especie de sensación de ahogo y llegué a fantasear con la posibilidad de irme del país.
Acá se borra todo
Hay cosas de la ciudad que conocimos los dinosaurios que las tenés que contar, Es más, hay escenarios que uno mismo olvida, por más memorioso que vos seas. Gracias a Dios hay fotos, pasan una película toda cortada en Volver y decís “Ay, el café Santa Unión”. Y pasás todos los días por donde estaba el Santa Unión y a lo sumo te decís: Che, ¿qué había acá? que ya no me acuerdo.
Aquí refaccionan todo al mismo tiempo sin conservar, yo veo que en otros lugares hay globalización pero respetan la estructura, van cambiando de a poco. Acá no. ¿Viste? Primero eran los bares, después de los bares fue el pub, entonces todo parecía un decorado malo, de un barco pirata, ahí adentro. Viste el camarote del capitán, esto era así en la década del 70, y en la década del 80 y del 90, empezó el restaurante de pizzas, que son todos esos acrílicos que dan vómitos de verlos nada más. Pero no hay que preocuparse: cuando eso se empiece a convertir en algo típico de la ciudad ya vendrá otra cosa. Entonces cada tipo que fue chico en esta época dirá con nostalgia: yo me acuerdo de aquellos carteles de acrílico... A cada generación le hacen lo mismo: “Vos qué querés, ¿esto?”, y le muestran una escenografía. Cuando uno crece, todo eso desaparece, salvo alguna que otra isla que queda por ahí.
El Alzheimer mundial
Ya no hay más historia. Si hubiera historia, los americanos “salvadores de Vietnam” no cometerían el mismo error unos años más tarde. No volverían a equivocarse y a decir “vamos a ir a pelear a un lugar que no conocemos, contra una religión que no conocemos, que es absolutamente opuesta a la nuestra, con gente que no le importa morir. Al revés: para la cual la muerte es la liberación. Gente contrapuesta a los que dijeron por internet “en tres días los cagamos”. Esto quiere decir que no hay historia en ningún lado, es la nube de pedos. Esto es mucho de los americanos y nosotros. No sé si en Europa es tan así. Tratan de no repetir ciertos procesos traumáticos. Sale un Berlusconi pero ya no es un Mussolini; sale un Heider pero no es un Hitler, le falta tomar muchas sopa gracias a Dios. En cambio los americanos, nosotros, parecería que la historia pasa al pedo, un 80 por ciento pasa al pedo. Y además se trata de desprestigiar a la gente que se acuerda de las cosas: ¡uh, vos siempre con la misma historia!, te dicen. Siempre pálidas, siempre tirando mierda. En el ‘96, cuando hice Pinti te canta las cuarenta, todavía se creían que lo del 1 a 1 era de verdad. Me llegaban cartas retándome y la gente me paraba por la calle y me decía: “¿Qué pasa, Enrique, que estás tan mal? Estás muy enojado vos. Estás muy reiterativo en la parte sexual, todos tus chistes tiene que ver con la poronga, la concha y el culo”. Y yo les respondía: sí, porque nos están rompiendo el culo y no tengo otra manera de graficarlo. Yo no le puedo decir a María Julia más que conchuda. Después esos mismos cacharon la cacerola y el que se vayan todos. Por eso me indigna ver por televisión a entrevistados y periodistas que te dicen muy solemnes: “Sí, los ‘90 fueron terribles”. Yo los escucho y me pongo verde, si estaban todos aplaudiendo.
“No generalice, Pinti”
En este país nadie es responsable de nada. “Yo trabajo, crío mi familia, me rompo el culo todos los días, así que yo no soy responsable de nada”, te dicen directamente. Y vos decís: pero vos lo votaste. Sos uno de los millones que votaron esa cosa, cuando algunos te decíamos “esto te puede convenir a vos porque tenés plata, pero después no te va a convenir porque la gente que se queda fuera del sistema, no se va a quedar tranquila tomando un café porque no tiene con qué, entonces te van a raptar, te van a molestar, te van a robar o simplemente te van a dar el horrible espectáculo de morirse de hambre en la puerta de tu casa.” Es feo de ver, yo no estoy hablando de humanidad, es feo de ver, lo digo directamente. Entonces eso de que no sos responsable no corre, sí sos responsable porque estás adhiriendo. Bueno, loco, respondían, “yo laburé toda mi vida, ahora me conviene, qué querés que haga, mirá si viene otra cosa peor y finalmente ellos se van a seguir cagando de hambre y encima yo me voy a cagar de hambre con ellos. Cuál es la otra opción?”. Y yo, temblando, les decía: “y la Alianza a lo mejor”. En el fondo sabía que eso era una bolsa de gatos y que podía terminar mal. Aunque nunca como terminó.
Nunca me imaginé que Chacho se iba a ir a los cinco minutos. “Uy, como hay coimas en el Congreso, chau me voy”, si de coimas en el Congreso ya hablaba mi abuelo.. Descubrió las coimas en el Congreso y cuando empieza a hacer los primeros relevamientos y no le dan bola, se va directamente diciendo esto es imposible. Yo lo podía decir de abajo, pero no él de arriba. Yo no sé manejar y voto a un tipo que dice que sabe. No puede ser que el que maneja suelte de golpe el volante y te diga: “ah, no, así yo no sigo”. Vas a 180 por hora y el tipo de golpe te dice: “no sé doblar”.
Y cuando los criticás los dirigentes políticos te dicen: “Usted es muy simplista, reduce todo a la mínima expresión, generaliza”. Y te habla de generalizar gente que cuando legisla o decreta iguala con una tabla y arrasa a todo el mundo igual. Es genial lo que te hacen, en un momento vos creés que estás loco, porque te dicen no generalice. Y se lo dicen a un jubilado, que cobra lo que cobra, que está desesperado, que se retuerce de hambre en la puerta del Congreso y que cuando sale un diputado cualquiera le tira una baldosa. “No generalice abuelo, justamente el que a usted le pegó pertenece a Izquierda Unida.” Pero qué puede pensar ese viejo que está cagado de hambre, cuando ve salir de ahí al tipo y le tira. Bancátela porque en realidad ese edificio es el que no lo está representando al viejo. Claro, no es que uno proponga mate a cualquiera que salga del Congreso, porque es un disparate, pero uno no deja de entender a ese tipo que está ahí abajo con un hambre de la puta madre que lo parió, al que le dicen que no generalice, que es fácil “desde abajo”.
Me rompe los huevos el “no generalice”. Si decís algo sobre el partido radical, no va a faltar el que te diga “¿Y Leandro Alem?” Pero si yo no estoy hablando de Leandro Alem sino de vos, reverendo hijo de puta y de la gente de ahora. No estoy hablando de un partido mayoritario que interpretó el sentir de la clase media baja que pa, pa, pa, pa, yo estoy hablando de ustedes que tienen el 2 por ciento del electorado porque a la gente se le pusieron los huevos como garrafas por la cantidad de fracasos y de incongruencias que tuvieron.
Hablás mal de los sindicatos y te saltan: “Acuerdesé de los compañeros muertos y los mártires”. Yo no estoy hablando de los mártires. “Bueno -responden– pero también pertenecen al sindicalismo.” Sí, pertenecen al sindicalismo y se jugaron y los mataron y quedaron los otros hijos de putaque por eso están vivos. Lo que yo digo es simple: en el 80 por ciento de los casos los sindicatos no han respondido a la necesidad de la gente.
Tenés que estar aclarando permanentemente que vos no hablás de todos, sino que hablás de lo que han hecho. Yo nunca hablo personalmente de alguien, no me importa porque no los conozco. A mí no me importa si Menem va a tener un hijo o un nieto, no me importan sus problemas personales. Zulemita no me interesa un carajo, si anda con fulano o mengano. Lo que me interesa es lo que hacen como gobernantes, juzgo los resultados de la obra.
Soy anarco-pacifista
Sí, esa es otra: muchos me cuestionan que no tenga una identidad política definida. La verdad es que no tengo capacidad política, no me adapto a una disciplina partidaria porque soy muy líbero, porque soy un francotirador, porque soy anarco. Si me tengo que definir de alguna manera es como anarco, pero anarco-pacifista porque si van a tirar bombas, no cuenten con mi presencia estelar porque no creo que sea bueno, no creo que dé buen resultado en la perspectiva histórica.
Asumo también que tengo una serie de valores que son de la burguesía. Algunos no los asumen, por hipocresía y otros los asumen mal, levantándolos como una bandería política horrible, son partidos burgueses que trabajan para los burgueses.
Yo no me puedo definir políticamente porque no encontré acá ningún partido que me identifique perfectamente, lo que si puedo encontrar es administraciones o gente. Yo me identifiqué con los primeros tiempos de Alfonsín. Y me pasa con Kirchner, que yo lo escucho y digo sí, sí, no tengo nada que decir, lo cual no significa que vaya al partido peronista a afiliarme, porque por uno que me convenció, están los otros veinticinco mil hijos de puta que nunca me convencieron. De la misma manera que no era radical por defender los primeros años de Alfonsín porque además yo siempre creo en la viabilidad, en eso sí soy muy burgués, siempre pienso que lo que me gusta a mí es lo que se puede hacer, no solamente lo que me gusta a mí, como gustarme me gustaría que nadie pase privaciones, pero después hay que ver cómo se puede hacer eso y si se puede hacer de una misma manera que no sea inviable al fracaso en diez días. En eso sí tengo la cosa conservadora, que no se arme tampoco un quilombo que después no podamos volverlo a recomponer todo porque no estamos preparados.