Domingo, 26 de abril de 2015 | Hoy
EL PAíS › REPORTAJE AL SINDICALISTA ALEMAN MICHAEL SOMMER SOBRE LOS MIGRANTES QUE SE AHOGAN EN EL MEDITERRANEO
De visita en la Argentina invitado por el Instituto del Mundo del Trabajo de la Universidad de Tres de Febrero, el ex presidente de la central sindical más importante del mundo opinó sobre la crisis humanitaria, Grecia y la ultraderecha europea.
Por Martín Granovsky
Ya no es un funcionario activo de los sindicatos. Revista ad honorem en la Fundación Ebert, de los socialdemócratas alemanes. “Hasta el final de mi vida voy a trabajar para que el mundo sea más justo”, dice a Página/12 Michael Sommer, que a los 63 años es uno de los sindicalistas más experimentados del mundo. Entre otros cargos presidió la Confederación Sindical Internacional entre el 2010 y el 2014.
–¿Cómo miden los sindicatos alemanes el impacto de los últimos muertos en el Mediterráneo mientras trataban de llegar a Europa desde el norte de Africa?
–El impacto fue menor por un hecho que obviamente no debe celebrarse: se trata de la tercera gran ola migratoria de las que son consecuencia indirecta de la intervención norteamericana en la región. Los migrantes que se embarcan huyen de la guerra civil en Siria. O del desmembramiento de Libia. O de la pobreza extrema en el continente africano. Es una mezcla de razones políticas y de pobreza. En África central también hay movimientos migratorios de los que huyen en forma masiva. Los europeos pensaron durante mucho tiempo que estaban “protegidos”, y lo digo entre comillas, por el mar. El caso de Alemania es geográficamente especial porque al no tener costas en el Mediterráneo la llegada de los migrantes se producía de otro modo.
–Pero además de la gran ola turca, que ya es un fenómeno antiguo y sobre todo económico, llegan refugiados.
–Sí, y se producen conflictos sociales que justamente son alentados por la extrema derecha. Ante este aliento los sindicatos socialdemócratas son unívocos en sus declaraciones. Se unen para opinar que los refugiados tienen un derecho. El derecho de que nosotros los acojamos y protejamos. En el siglo pasado hubo muchísimos alemanes que tuvieron la suerte de lograr que otros países los refugiaran. Por lo tanto en este sentido hay una obligación moral de acoger y de no cerrar las fronteras. Eso más allá de que no sea un problema financiero, porque Alemania cuenta con los recursos para hacerlo. Estamos muy a favor de que las intervenciones en el Mediterráneo para salvar a los refugiados de la muerte sean reforzadas sustancialmente. No debe haber un muerto más. Por otro lado tenemos que lograr que se combatan las causas de estas corrientes migratorias. No hablo de combatir a los refugiados sino a los motivos económicos y políticos que provocan la emigración.
–¿Cuál sería la forma de combate a las causas de la migración masiva?
–Primero una ayuda de carácter económico y asistencia humanitaria en aquellos lugares donde hay guerra civil. Incluso hay que dar apoyo a los países que acogen refugiados, como Jordania, porque en algún momento no lo van a poder soportar. Debemos desplegar una política que no caldee más los conflictos sino que contribuya a una solución. Muchas veces escucho en Europa que se elevan reclamos en favor de soluciones militares. Es increíble. Aprendamos de nosotros mismos. Por primera vez en la historia llevamos 60 o 70 años de paz. Por primera vez no se dirimen conflictos con medios militares sino con instrumentos humanitarios, económicos y sociales. Estoy orgulloso de poder decir que hay movimientos de derecha que pueden ver distinto lo que estoy diciendo pero que en Alemania esos movimientos no tienen ninguna oportunidad de triunfar con su propuesta.
–¿Grecia es un problema o un desafío?
–Ambas cosas. La crisis griega es una fuente de problemas para los mismos griegos, para la Unión Europea, para la solidaridad en Europa y también para Alemania. A diferencia de muchos otros países de la UE, Alemania está bien económicamente. Entonces no nos podemos hacer las víctimas si debemos pagar algunos euros para ayudar a resolver la crisis. Por otro lado Grecia internamente es un gran problema para sí misma porque es víctima de su propia elite. Una elite que no paga impuestos, que está exprimiendo a su propio país y que se lleva su dinero al exterior. Los más pobres pagan la crisis. A ellos les hacen pagar. Necesitamos que el nuevo gobierno griego logre que de una buena vez los ricos hagan su contribución a la financiación del Estado y de la sociedad.
–¿Esto se aplica a otros países en crisis como España?
–Para los Estados periféricos del sur de la UE precisamos una ayuda a fondo. Como sindicatos alemanes exigimos, junto con las confederaciones europeas, que para esos países haya un Plan Marshall o similar que esté en el orden de los 200 mil millones de euros. Un aporte menor carecería de efecto. Si se realiza en forma planificada teniendo en cuenta la industria, la renovación ecológica y el desarrollo tecnológico, la protección del Estado tendrá una utilidad concreta en la elaboración de condiciones para un futuro mejor. Para eso no hay que seguir la corriente que se expresa por ejemplo en la prensa de derecha según la que hay que dejar solos a los griegos y echarlos del euro. Para esta derecha, Alemania sería la gran isla de los que siempre están felices. Es un error. Solo para tener en cuenta motivos prácticos, Alemania necesita de la UE como mercado. La estrategia de olvidar a la UE y pensar solo en los Estados Unidos y Asia no funcionará. Los sindicatos creemos en la solidaridad, pero ayudar a Grecia no es solo un acto de solidaridad europea. La solución de la crisis en los países de Europa también es un resultado que favorecerá a Alemania.
–El Nobel de Economía Paul Krugman suele criticar a la canciller Angela Merkel por su defensa cerrada de la austeridad como base de la política económica.
–En Alemania hemos desplegado políticas en un sentido distinto. La propia Merkel lo hizo. En 2008, cuando apareció la crisis de los bancos, hicimos lo contrario de la política de austeridad que entonces y ahora predica la canciller. Como sindicatos impulsamos y conseguimos una política laboral activa para proteger a la gente del despido y entre otras cosas logramos un plan de estímulo al cambio de autos de modelos antiguos. Algo parecido a lo que había hecho Franklin Delano Roosevelt en los Estados Unidos después de la crisis del ‘30. Fue un enorme programa de coyuntura y obtuvo un resultado: la crisis del 2008 en Alemania terminó en 2011. En 2008 el Producto Bruto había decrecido menos cinco por ciento. Con austeridad no hubiéramos logrado salir del estancamiento. La austeridad es un sinsentido. Ahorrar en el marco de una crisis solo profundiza la crisis. La austeridad es doblemente asocial. Uno, profundiza la crisis. Dos, lleva más gente a una situación de crisis y la vuelca en ella. En Europa en el marco del movimiento sindical, aun teniendo en cuenta las diferencias entre el norte y el sur del continente, tenemos mucha conciencia de que la crisis no se puede combatir con medidas de austeridad. Las diferencias dependen de la profundidad de la reforma en cada país y del contenido de esa reforma.
–¿Qué significa “reforma” para usted?
–La palabra va cambiando, ¿no? Cuando yo era joven se reformaba para lograr progreso. Hoy “reforma” es una descripción del retroceso. Por eso soy alérgico a la palabra reforma, porque es una palabra de barricada de los neoliberales. Creo que hay una amplia disposición por parte de los sindicatos a cambios de verdad. El problema es la relación entre las fuerzas de capital y trabajo. Hoy la política europea es un partido aburrido de fútbol que después de 120 minutos, con alargues y todo, sigue cero a cero. De hecho no se hace nada. Incluso eso sucede en el gobierno federal de Alemania por la relación entre las fuerzas conservadoras y las fuerzas progresistas del SPD, el Partido Socialdemócrata. Un director de cine solía decir que el camino del medio termina siendo el camino de la muerte. Hay que tratar de modificar la relación de fuerzas porque en Europa hace falta una solución rápida. En Italia, en Grecia, en España y en el Reino Unido estamos perdiendo generaciones. Mire las cifras: 40 por ciento de desocupados en España, 25 en el Reino Unido, 60 en Grecia. Para la gente joven es una realidad insoportable y al mismo tiempo esas cifras representan una gran amenaza contra la democracia. Veo con gran preocupación que las fuerzas de la solidaridad se debilitan y proliferan las fuerzas nacionalistas que desprecian a la gente. Fíjese lo que acaba de pasar en Finlandia.
–Los ultraderechistas obtuvieron menos diputados, pero igual superaron el 16 por ciento de los votos.
–Por eso digo que hay muchas razones que deben llevarnos a hacer algo. No podemos seguir en la nebulosa. ¿En qué punto de la crisis estamos? Nadie sabe si estamos exactamente en el punto medio de la crisis. Nadie sabe cuándo finalizará la crisis y tampoco si finalizará o si, en cambio, ya estamos viviendo la próxima crisis de la especulación. Las burbujas siguen. Hay que observar los valores alcanzados en el mercado por empresas como Google o Facebook. Son inflados, no reales. En 2010, como vocero de los sindicatos, me entrevisté con los jefes de gobierno del G-20 y del G-8. Se nos prometió combatir las razones de la crisis financiera. No pasó nada. Los especuladores siguen felices. Ya tienen enormes colchones financieros y los hijos de los especuladores aprenden en las universidades cómo se especula mejor. La próxima crisis superará a las democracias occidentales. Avanzarán ideas como las del Tea Party en los Estados Unidos. En la próxima crisis van a votar a un caballo como presidente.
–Una versión democrática de Calígula, que hizo emperador a su caballo. ¿Hay una propuesta sindical alternativa?
–Inversiones en la economía real. Todo lo demás conduce a la locura. Nunca antes hubo tanto capital en el mundo. El problema es que no solo no se reparte sino que el reparto existente es contra los más pobres. La única manera de dominar la especulación es que el reparto de abajo hacia arriba termine y se invierta en la economía real y en la infraestructura. No es que en el mundo no haya trabajo. Suceden otras cosas: el trabajo no se paga y la riqueza está en los bolsillos equivocados.
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