Sábado, 16 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Juan Sasturain
Al compañero Bartleby
No se puede ni se debe escribir desde la vergüenza, la furia y la tristeza porque al expresarlas –al tratar de hacerlo– se desnaturalizan, se convierten en el tema, cuando lo que corresponde –así son las reglas– es hablar de lo que pasa, no de lo que le pasa a uno. Claro que es así. Y uno trata, insiste en activar los viejos reflejos, pero en algún momento se da cuenta de que ya no puede soportarlo. Que hace rato que se le hace cuesta arriba afrontar ciertos temas y situaciones sin sacarse. Y entonces los evita (o trata de evitarlos) por lo que supone –seguro que equivocadamente– que es una cuestión de salud o de cobardía o de simple cansancio o de lo que fuere. Y entonces sólo cabe parar, porque si no lo único que uno consigue expresar es furia, tristeza, amargura, escepticismo y no cabe usar un espacio público/periodístico para hacer catarsis personal. Aunque se disfrace de docencia, análisis o filosofía de cuarta. Mejor reconocer que uno (ya) no está, no tiene energía, para ciertas cosas. Ni siquiera para bancarse un rótulo como el de Opinión que encabeza estas líneas. Uno las tiene/tendrá siempre, pero es como el culo del refrán: todos tenemos uno. Por eso, “Mejor dejarlo”, como dijo el cholo Vallejo.
Pero uno ha puesto –como tantos en este país, en todas partes– mucha pasión y tiempo y energía en cosas que, más allá de las estrictamente privadas –como el amor, sin ir más lejos–, le importan. O, dicho de otra manera que no es la misma: uno siempre ha creído que le importan cosas en las que ha puesto mucha pasión, tiempo y energía. Y al descubrir que eran importantes (para uno) trató de justificar su valor –universal, metafísico– para justificar(se). A eso le hemos llamado “inventarse un sentido”. Ya que la vida parece no tenerlo, algo hay que hacer. Algunos creen en el poder o en la guita. Uno ha supuesto o creído que hay/había otras cosas. La literatura, el fulbito, la política, ciertas zanahorias para justificar ir hacia adelante. Y por ahí fue.
Estas boludeces que uno improvisa están disparadas por las sensaciones incómodas –por no decir dura la verdad: insoportables– que le provocaron un par de cosas que (no del todo, asqueado) vio por televisión esta semana. El vergonzoso, infernal (por buñuelesco) e infinito entretiempo del Boca-River por la Copa y sus consecuencias –que motivan, de prepo, esta nota– y la entrevista y bochornosa jornada nocturna de ShowMatch en que tres presuntos candidatos a gobernarnos –si elegimos suicidarnos– nos dieron furia, asco, lástima y vergüenza ajena.
Y la incomodidad de uno reside en que no quiere (siente que no debe) y ya no puede escribir sobre esta basura en el fondo irrelevante: uno tiene que dar un paso atrás y mirar (e invitar a mirar) una y otra vez esta mierda estructural y destilada a la que hemos llegado a aceptar como el hábitat natural y contenedor de la mayoría de nuestra experiencia. Si son necesarios dos pasos atrás, mejor. Y abominarla. ¿Por qué darle tiempo, entidad de objetos de reflexión, energía y expectativa a los actores de estas penosas farsas humillantes que salpican sobre todo al que les entrega su devaluado tiempo y su atención masoca?
Cada uno de los sujetos infames con su excusa. Mentirosos que ni se enteran, ladrones avalados por el sistema ladrón, hipócritas inconscientes, cagones sin almohada preguntona quedan en el centro de una escena que no es nueva sino el reiterado reestreno de viejos éxitos históricos de la Argentina / Humana Enfermedad. Por eso, ante la evidencia de que no se puede evitar al furia y la amarga impotencia, uno decide dar dos pasos atrás (para ver mejor, en perspectiva) y uno al costado, para salirse, y dice, como el viejo y piantado Bartleby: “Preferiría no hacerlo”.
Ya está. Uno no ha sido capaz de abstraerse de sus sensaciones y decide –de algún modo, penoso– borrarse: basta, no le da el estómago ni –supone– tiene los huevos o el temperamento, ni quiere enfermarse más de lo que está. Nadie se baja de las convicciones. Sólo las administra mejor.
Por eso, a partir de ahora –y no nos rompan las pelotas con el avestruz– mejor descontaminemos, hablemos de las cosas que nos gustan, como uno supo aprender del diálogo Truffaut-Hitchcock que citaba Carlitos Trillo. Por ahí debe ir el sendero de la sabiduría o al menos del día a día sin pellizcos de úlcera. No nos vaya a agarrar la Huesuda pensando en perverso el dólar blue, las tramposas encuestas o un fallo de la Conmebol. Sería imperdonable. Irreparable, además.
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