Sábado, 16 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Facundo Martínez
El fútbol argentino no está bien. Huele mal, a podrido. Con dirigentes que –como ocurrió en el último Mundial– prefieren revender entradas antes que atacar los problemas que ellos mismos genera –por acción u omisión–, la solución no parece estar cerca ni mucho menos. Son ellos quienes eligen esquivar responsabilidades, cuando a decir verdad son los padres de la criatura y los principales responsables de este deterioro generalizado. La violencia que muta pero no detiene su crecimiento, tarde o temprano se los terminará devorando.
En el fútbol argentino hay dirigentes ventajeros, vivillos de escritorio, politiqueros de baja estofa, y se ven ambiciones de distintos calibres que parten desde el fútbol en todas direcciones. Lo que escasea es el sentido común, y los valores. Faltan gestos de bien, de grandeza. ¿Dónde habrá ido a parar el humanismo que hizo grande al deporte? Porque en la Bombonera, precisamente, ayer brillaron por su ausencia. Y uno, que además es hincha, no puede dejar de sentir vergüenza por ello.
Con la honrosa excepción del delantero Daniel Osvaldo, el resto de los jugadores de Boca no estuvo a la altura de la gravedad de los hechos. Fallaron en aspectos que son mucho más importantes –como ejemplos que son en muchos sentidos– que el resultado de un partido, de una serie copera, de lo que sea. No leyeron bien los acontecimientos. O se dejaron llevar, cumpliendo órdenes aberrantes, como disponerse en varias oportunidades para demostrar que estaban para jugar, que si no lo hacían era porque sus pares de River estaban haciendo bombo con eso del gas pimienta que les había quemado los ojos a cinco de los titulares que presentó el equipo de Gallardo.
Y, sin embargo, eso no fue lo peor que hicieron. Todavía se podía caer más bajo. Pasada la medianoche, comandados por el arquero Orion, los futbolistas xeneizes se juntaron en el círculo central para rendirles tributo a los violentos, con un aplauso incluido. Patético. Hubiera sido al menos un gesto humanitario, de bien, que abandonaran la cancha junto a sus colegas agredidos. Pero eso no ocurrió. Los jugadores de River debieron dejar el campo de juego caminando amparados por un puente de escudos policiales, bajo una lluvia torrencial de botellas que los hinchas les arrojaban desde la platea. Fue una vergüenza, con todas las letras. Y algo de lo que los xeneizes no podrán enorgullecerse, jamás.
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