Sábado, 12 de septiembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
El planeta se ha inclinado al Norte y hacia allí discurre la marea humana como el agua en una pendiente. Según la Cruz Roja, 46 países del Africa subsahariana tienen 767 millones de habitantes; entre ellos, 148 de cada mil nacidos no llegan a cumplir los cinco años, el 45 por ciento de la población no tiene acceso a agua potable, el 63 por ciento no tiene cloacas ni acceso a saneamiento básico, el 32 por ciento está desnutrido, la prevalencia media del SIDA entre jóvenes de entre 14 y 24 años es del cinco por ciento y el 38 por ciento de la población adulta es analfabeta. Entre los más pobres de esta lista de países pobres, están Somalia y Eritrea en guerra interna permanente –Somalía desde hace más de veinte años–, entre señores de la guerra y dictadores armados hasta los dientes con armas de última tecnología. La mayoría de estos países soportan enormes deudas externas que ahogan a sus economías, en muchos casos saqueadas por mineras y trust europeos. Para completar el escenario, el Congo, Liberia, Mali, Sierra Leona, Guinea, Nigeria y Senegal fueron afectados por el virus del Ebola que produjo decenas de miles de muertos. Países africanos como Libia, Congo, Nigeria o Mali soportan guerras internas con grupos armados de fanáticos religiosos financiados por los Emiratos, Arabia Saudita u otras potencias o como en Libia que fue invadida y desestabilizada por una invasión de tropas europeas. Y lo mismo sucede con las guerras en Afganistán, Irak, Siria y Yemen.
De allí provienen las grandes oleadas de migrantes y refugiados que atraviesan montañas, desiertos y mares en condiciones elementales. El 65 por ciento de las personas que han llegado este año a Europa a través del Mediterráneo proviene el 43 por ciento de Siria, el 12 por ciento de Afganistán y el 10 por ciento de Eritrea. El resto se completa con los demás territorios de la lista. Son sociedades cuyas economías han sido arrasadas por abusos y guerras y donde, además, los medios socavan los lazos culturales del arraigo promoviendo valores y metas que no existen en esos países.
Estados Unidos y Europa, que han tenido responsabilidad en la generación de esas realidades expulsivas, también la tienen en gran parte por la creación de los factores de atracción de esas migraciones ya sea a través de los medios o con el aprovechamiento ilegal –y en condiciones de explotación– de la mano de obra barata. A conciencia o no, ellos los han convocado, pero ahora los repelen.
A pesar de la crisis del capitalismo en Wall Street y en Europa, la desigualdad cada vez más profunda ha sido la marca de la globalización. La desigualdad extrema entre Estados Unidos y Centroamérica o entre Europa y la mayoría de los países africanos constituye la expresión de un ordenamiento mundial del que también son consecuencia la mayoría de las guerras en Medio Oriente. La excepción a esa polarización planetaria entre muy ricos y muy pobres con guerras y exclusión la constituyen las economías emergentes, como la Argentina, que han aplicado estrategias económicas heterodoxas, pero que ahora están afrontando los coletazos de la crisis en las economías centrales.
No están fuera del sistema sino que son parte. Pero como todo sistema donde las partes juegan un rol, en este caso los emergentes conforman el sujeto que puja por el cambio. Desde estos países surgen las propuestas de superación de un proceso que ha llevado al aumento permanente del hambre, la pobreza y la exclusión. Un proceso que también acumula tensiones y crisis en el corazón del poder económico que trata de resolverlas transfiriéndolas a las economías periféricas cada vez más pobres. Desde las economías emergentes han surgido propuestas para reestructurar la ONU, el FMI, propuestas de integración e intercambio económico equitativo, así como fórmulas para la solución pacífica de los conflictos evitando injerencias e invasiones. No es una comunidad ideológica. Es un grupo heterogéneo de países que a su vez tienen que resolver gran cantidad de problemas internos en sus propias realidades, pero que en la dinámica mundial generan aperturas y alternativas al callejón sin salida al que empujan las economías centrales.
En ese contexto hay que valorar la aprobación este jueves del proyecto presentado por el gobierno argentino ante Naciones Unidas para reglamentar la reestructuración de las deudas externas y evitar la proliferación de fondos buitre que constituyen otra excrecencia de ese ordenamiento mundial junto con las guerras y el hambre. Los medios opositores relativizaron esa importancia porque la resolución no tiene consecuencias inmediatas en el conflicto que Argentina sostiene con los fondos buitre. José Luis Espert, un economista neoliberal que respalda a los buitres y forma parte del elenco estable de ex funcionarios consultados por medios y periodistas opositores, suele expresar crudamente el pensamiento íntimo y más reaccionario del capital concentrado y las grandes financieras. Espert denomina al juez Thomas Griesa como “Big Thomas”. Ayer publicó varios tuits descalificando la declaración aprobada por amplísima mayoría en la ONU como “sólo política” y pidiéndole disculpas al “Gran Thomas Griesa”. “Che K, no te apoya nadie. Bah, sí, los más pobres”, dice otro tuit.
Lo que desprecia Espert es lo que más hay que valorar. El economista representa los intereses y las políticas que hundieron a la Argentina en dictaduras y en la crisis del 2001, la más grave en 200 años de historia, con lo que estuvieron a punto de llevarla a la situación de los países africanos destruidos. Como dice Espert, la declaración es “sólo política”, pero los cambios en la economía se construyen desde la política. La política es la que tiene que decidir las estrategias económicas. Por eso no es malo que la resolución sea política. En ese plano se da la primera puja para decidir la economía. Desde esa mayoría aplastante, el FMI está obligado a poner más atención en el tema.
Espert resalta el rechazo de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Japón, así como la abstención de la Unión Europea, y desprecia el apoyo de “los pobres” (135 países). Pero el apoyo de esos países es el más valioso. Los que votaron en contra respaldan un status quo que ha perjudicado a la Argentina. En cambio, los países que buscan cambiar ese sistema que llevó a los argentinos al abismo coinciden con los intereses de los argentinos. Estados Unidos y Europa tienen que ser ciegos para no darse cuenta que una votación que divide tajantemente a los países ricos de los pobres es el reflejo de un sistema que agudiza tanto los contrastes que también les resultará costoso a mediano plazo.
Cuando la presidenta rechazó este modelo de crecimiento que representan las economías centrales y se refirió a la fotografía del chiquito sirio muerto en una playa turca, la oposición, puesta a la defensiva por el escándalo de los contratos truchos de Niembro con el gobierno porteño, manipuló la muerte de un chico qom en el Chaco. Dijeron que había muerto por desnutrición y ocultaron que el chico padecía hidrocefalia y parálisis cerebral y que además había enfermado con una fuerte neumonía. Quisieron equiparar a la Argentina con los países más pobres del planeta, o los que padecen tragedias como Siria, y de alguna manera aparecieron solidarizándose con las potencias que Cristina Kirchner había criticado. “Antes de fijarse en la muerte de un chico sirio, tendría que hacerse cargo de las muertes de chicos en Argentina por causas evitables” dijeron. El chico qom tuvo la atención médica que requería, pero estaba condenado. La manipulación de su muerte, la foto del chico agonizante que publicó Clarín en su tapa, mostró la cara más inmoral de la política. Es imposible no mencionarlo porque se usa el dolor de todos, oficialistas y opositores, por la muerte desgraciada de un chico. Paradójicamente, la mentira que se montó sobre ese dolor hubiera sido la Argentina actual real si se continuaban las políticas económicas de los ‘90 que parte de esa oposición quiere restaurar.
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