Sábado, 21 de noviembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Se dice que Scioli hizo campaña de miedo porque dijo lo que iba a hacer Macri. Pero lo que más miedo dio fue el silencio de Mauricio Macri. Da más certeza lo que no se dice ex profeso que lo que se dice abiertamente. Y en este caso, lo que se oculta da miedo. Macri se conformó con decir que son mentiras del kirchnerismo, una excusa que conforma a los ya tienen la cabeza lavada por el ametrallamiento insultante y gritón de las radios opositoras todas las mañanas, pero no alcanza para convencer a nadie con las neuronas en su lugar. Entre los cabeza lavada y los cabeza rapada hay cierto parentesco. Porque entre las grandes lagunas que dejó el discurso del macrismo, apareció Marcos Aguinis, uno de sus intelectuales emblemáticos, para justificar el respaldo de un sector de la sociedad civil al golpe genocida de Videla en 1976 y para insultar a Hebe de Bonafini y a Estela de Carlotto como personas “despreciables”.
Por ese mismo intersticio que abrió el escritor radical se colaron los que fueron de noche y embadurnaron la Mansión Seré, el ex centro clandestino de detención durante la dictadura en Morón, con consignas contra los derechos humanos. Una modalidad parecida a la que usaban los nazis locales con las sinagogas. En realidad usaron una de las frases que acuñó el candidato conservador que respaldan radicales de derecha como Aguinis y los progresistas de Margarita Stolbizer: “El 22 se va a acabar el curro de los derechos humanos”.
El papa Francisco evitó revelar sus preferencias en la elección del domingo. Pero el súper asesor Durán Barba dio por descontado que el Papa apoyaba a Scioli y salió con los tapones de punta. “¿A quién le importa lo que diga el Papa?”, mandó en un ataque de laicismo anticlerical, “más de diez votos no arrastra el Papa” remató por si quedaban dudas. De lo que no quedan dudas es de que el macrismo da por descontado que el Papa prefiere el triunfo de Scioli y que ellos se ubican a la derecha del Vaticano.
Otro personaje que salió a hacer campaña junto con Aguinis fue el juez Claudio Bonadio, quien se ha convertido en magistrado ejemplar para radicales y proístas. En estos últimos diez días de campaña electoral, abrió una causa basura contra el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, y realizó un allanamiento en el banco, muy publicitado, para buscar información que ya le habían dado. Al mismo tiempo citó a declarar como testigo al jefe de Gabinete Aníbal Fernández por otra causa basura abierta por la ex titular del PAMI Graciela Ocaña, ahora legisladora de la oposición, y en una tercera causa basura, en un record histórico por la cantidad de basura que juntó en tan pocos días, procesó al actual titular del PAMI, Luciano Di Cesare, por operaciones financieras que les hicieron ganar 300 millones de pesos a los jubilados. Con este mecanismo –denuncia-causa judicial-amplificación mediática– les calientan la cabeza todas las mañanas a los cabeza lavada. Están hechas con ese objetivo.
No se trata de un profesional con gran currículum, más bien lo contrario si se tiene en cuenta que acumula diecisiete denuncias en su contra, doce de ellas ante el Consejo de la Magistratura y cinco ante la Justicia penal. Varias son anteriores al kirchnerismo. Ha sido uno de los jueces más cuestionados pero la oposición macrista y radical lo ha convertido en una especie de héroe judicial porque lleva la causa políticamente inflada de Hotesur, la empresa familiar de los Kirchner. La idea de Justicia profesional que ha declamado la oposición ha decantado sus propios funcionarios como Bonadio, convertidos en emblema de la Justicia que quieren. El otro es el fiscal Alberto Nisman, cuya muerte motivó una gran movilización para convertirlo en una especie de mártir por su denuncia contra la presidenta Cristina Kirchner por el Memorándum con Irán. La investigación está demostrando que el fiscal no es un mártir, que tenía una vida muy vulnerable a las presiones, empezando por una fortuna que no se explica con sus ingresos, que evadía impuestos con cuentas millonarias en el exterior, que usaba los fondos de la investigación del atentado a la AMIA para pagar sus vacaciones en el Caribe con mujeres que contrataba y que recibía órdenes de los servicios de Inteligencia locales y extranjeros en esa investigación. Pero lo más grave fue que en más de diez años no agregó una sola prueba sobre el atentado a la AMIA, a pesar de contar con todo el respaldo financiero y de infraestructura del gobierno nacional. Nisman y Bonadio sintetizan la idea macrista y radical de Justicia simplemente porque usaron a la Justicia con fines políticos que le convenían a la oposición. Esa es una idea de Justicia como parte de un sistema de defensa de privilegios. Ese sistema quedó anacrónico y en gran parte ha sido reformulado, pero ha prevalecido en todas estas décadas en la Justicia, incluyendo los tiempos de dictaduras. Es una Justicia estructurada para proteger intereses determinados así como sus propios privilegios corporativos.
Podría decirse que Bonadio y Nisman son malentendidos extremos, algo así como ejemplos de lo contrario de lo que se quiere ejemplificar. Pero en los últimos diez días también hubo fallos acelerados de la Corte en tiempos electorales. Si son coincidencias cronológicas, en todo caso a los miembros de la Corte no les importó. En pocos días hubo tres fallos. Los medios concentrados dijeron que se trataba de tres fallos contra el Gobierno. En parte es así, pero en realidad, uno es en contra de YPF, otro en resguardo de la corporación judicial y un tercero –ya casi como una broma– a favor del megamultimedio Clarín que le permite aguantar hasta el próximo gobierno sin desmonopolizarse como plantean la ley de medios y todas las leyes antimonopólicas.
El proceso electoral estuvo siempre determinado por la ofensiva a dos puntas mediático judicial de ese esquema denuncia mediática-apertura de causa judicial-reamplificación mediática, usado como herramienta política de la derecha. Ha sido una constante muy visible en estos doce años. Sobre la base de esas dos corporaciones más la del poder económico concentrado se basaría la gobernabilidad de un presunto gobierno conservador de Mauricio Macri cuyas medidas económicas, más orientadas al ajuste y la devaluación, provocarían un profundo malestar social. En contrapartida, la gobernabilidad de un presunto gobierno de Daniel Scioli se basaría en el respaldo popular y de los demás sectores que se verían beneficiados por las políticas de industrialización y fortalecimiento del mercado interno.
Para los cabeza lavada, esta opción que se plantea entre los dos candidatos presidenciales es “una mentira kirchnerista” y no les entran razones. Ellos están luchando contra la encarnación del mal. Como grupo social, los cabeza lavada han pasado más tiempo arrepintiéndose de sus apoyos siempre fallidos a la dictadura, al menemismo y a la Alianza, o a Domingo Cavallo, que tomando definiciones a partir de sus intereses y posibilidades reales. La derecha es más realista. Apoya las políticas de ajuste y devaluación porque la favorecen, pero sabe que tiene que ocultarlas para atraer a los cabeza lavada. Aparte hay un voto consciente, que se apoya en críticas concretas y que está abierto al debate y a las posibilidades que se le planteen. Ese voto es el que ha estado en disputa en la campaña para esta segunda vuelta y lo más probable es que se haya repartido, lo que agrega suspenso a la definición de mañana.
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