EL PAíS › OPINION

Esta vez los paranoicos tienen razón

 Por Martín Granovsky

Todo puede ser casualidad.
Puede ser casual el estallido de la cuestión piquetera cuando la realidad piquetera se redujo en vez de estallar.
Puede ser casual el asesinato del dueño de un restaurante en la Recoleta justo cuando el gobierno nacional relevó a Roberto Giacomino como jefe de la Policía Federal y aún no reformó la fuerza.
Y puede ser casualidad absoluta la complicidad de la Policía B onaerense en secuestros extorsivos bajo una modalidad activa o bien tolerante.
Los paranoicos, por supuesto, dirán que nada de esto es casualidad.
Pero esta vez tienen compañía: todo ocurre en el borde del diciembre que arrancó ayer, el mes en que se cumplen dos años de la masacre final de la Administración De la Rúa y cuando comienzan los cuatro años restantes del mandato de Néstor Kirchner.
El caso del restaurante es sintomático. Los robos a lugares de comida abundan cuando hay redefinición policial o se discute el presupuesto. Asaltar un restaurante o un bar tiene impacto asegurado porque deja la sensación de que a cualquiera puede pasarle. Y si es en la Recoleta está claro que para evitar el robo no basta con caminar por calles iluminadas o esquivar fondas de barrio.
También es interesante la explicación del comisario de la 19. Dijo que recién a las 21, diez minutos después del asesinato, comienza la ronda habitual. Como hipótesis, el análisis puede descartar que parte de la Policía Federal haya acordado con los ladrones dejar la Recoleta como zona liberada. Entonces, quedan dos variantes disponibles:
- Cualquiera con ganas de provocar una sensación de caos puede distraer a la policía con pequeñas acciones o robos a la misma hora.
- La Secretaría de Seguridad, de la que depende la Federal, puede haber sido poco imaginativa y haberse abstenido de una orden que evitase la rutina. Si los patrulleros pasan a la misma hora por el mismo lugar (y siempre que toda la policía sea inocente) cualquier cosa es posible.
Si una mayor sensación de seguridad se instala en la Capital Federal, el resultado será que se potenciará la crisis de seguridad en la provincia de Buenos Aires.
Allí, la segura salida de Juan José Alvarez dejará en los próximos días un lugar vacante. Pero, sobre todo, una política vacante. Allí no parece haber otra chance que una política conjunta entre Kirchner y el gobernador Felipe Solá. Kirchner percibe que un estallido bonaerense dará inestabilidad a todo el país, y por eso está dispuesto a jugar fuerte. Si Solá sigue solito y solo, su falta de poder propio lo convertirá en un blanco cada vez más lábil para los neo y paleo duhaldistas, y la Bonaerense quedará intacta.
Suena utópica una solución que no sea nacional. Políticamente utópica. Cualquiera sea la forma que adquiera (un ministro consensuado entre Solá y Kirchner o una estructura nacional de apoyo), la variante más probable hoy apunta a una intervención de hecho de la seguridad provincial por parte de la Presidencia. Si no, habrá más casualidades.

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