EL PAíS › OPINION

El ataque discursivo

 Por Sandra Russo

La imponente Marcha Federal tomaba cuerpo en las cinco columnas que se iban acercando lentamente, primero desde pueblos a ciudades, y luego desde las ciudades a la Capital. El hormigueo popular se iba tejiendo en esa red de pasos, de pasos en muchos sentidos, literales y simbólicos. Gente de a pie, caminando, confluyendo de a muchos miles o centenares que se llevaban a sí mismos en sus pasos, en los pueblos y las ciudades por las que iban pasando las columnas. Todo ese entretejido que hará historia la televisión no lo mostró. Y en otro sentido, la Marcha Federal iba diciendo con su propia existencia y desarrollo que hay un pueblo que está diciéndole al gobierno que así no.

Mientras tanto, mientras ese proceso de unificación desde las bases sólo se veía en las redes, en los medios de comunicación iba germinando el discurso oficial defensivo: un ataque de discurso sobre quienes marchaban. Los ataques discursivos se basan en la desnaturalización del objeto de desprecio. El desprecio siempre tiene objeto, nunca sujeto. El ataque mediático, que a esta altura nadie puede ignorar que enmascara un ataque político –abriéndole el aire a opinadores, funcionarios y presentadores de noticieros que manejan el mismo argumento–, primero cosifica y luego clava el aguijón. Ese ataque necesita primero despojar al objeto de desprecio de su especificidad. Necesita implicarlo en algo más general y ya definido como negativo en la tabla de valores standard que propaga el mismo bloque de emisión de sentido. Por eso, mientras las columnas de la Marcha Federal se iban aproximando a sí mismas en un recorrido monumental, y ese mismo recorrido era la principal expresión de su naturaleza (es federal porque el que habla es el país), en los medios comenzó a circular el argumento de que quienes protestan, en la Argentina, son desestabilizadores o destituyentes.

Que el oficialismo y el panperiodismo oficialista haya incorporado la palabra “destituyente” es revelador. A todas luces es una palabra que instaló en 2008 Carta Abierta. Y a todas luces esa incorporación revela el mecanismo a través del cual la derecha corporativa funciona como un packman del lenguaje del que quiere atacar, y se lo apropia. Durante años se dijo que quienes hablaban de clima destituyente para referirse a las presiones y mentiras mediáticas que enfrentó el gobierno anterior, eran paranoicos, mercenarios, militontos o cosas por el estilo. Esas cosas por el estilo son precisamente las cosificaciones necesarias para instalar un ataque mediático, y quitarle al otro su dignidad.

Ahora un gran bloque generador de discurso, integrado también por algunos dirigentes de la oposición autodenominada “responsable”, confluyen en el argumento de que la protesta incluye a “grupos de fanáticos”, a “desestabilizadores”, a “gente que quiere que caiga el gobierno”. Tal performance bizarra sólo es posible porque su mascarón multiplicador de proa es un diario que cada día se especializa más en noticias distorsionadas, como la que presentó esta semana la quiebra de una librería y el remate de sus libros de viejo como “un boom por el libro impreso”. Es la misma línea de sentido: la autoconfianza ilimitada del emisor en su propia capacidad para fijar sentido lo hacen volcar en la banquina. Estos desmanes discursivos hablan de impunidad y de uno de los frutos de la falta de pluralismo. Dicen cualquier cosa porque saben que nadie les contesta.

La Marcha Federal no fue televisada. Eso no habla de la Marcha sino de la televisión. Habla de lo que se denomina periodismo hoy en la televisión. Esa agenda funciona con criterios de pauta, no con criterios periodísticos. Por eso pasan cosas gravísimas que sólo dejan huella en las redes. Por eso también se multiplican las marchas y no van a cesar. Porque la realidad y la televisión tienen cada día menos cosas en común, y porque es en la realidad que transcurre el dolor y la impotencia. No cabe duda que el ataque discursivo destinado a cosificar a los que marchen está destinado a que luego parezca necesaria y justificada la represión. Ese ataque seguirá tomando cuerpo y forma, pero cuanto más se unifiquen las banderas, que arrancan otra vez del bajo cero, más difícil le será al establishment sostener sus falacias. Sin ir más lejos, a ese armado de discurso preparador de la violencia, a ese arrime descalificador, nada puede hacerlo tambalear más rápido y dejarlo tan en completa evidencia como el grito de unidad.

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