EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Olor a pan, sin pan
Por Luis Bruschtein
Dicen que en la ciudad de Benarés, en la India, una vez un mendigo quedó extasiado con el olor que salía por la ventana de una panadería, tomó un mendrugo de su bolso, lo expuso un buen rato al aroma y después se lo comió. Pero el panadero salió furioso y le quiso cobrar por el olor a pan. Apichonado entre dos guardias y el panadero, el mendigo pidió una moneda prestada, se la hizo oler, devolvió la moneda y dio por pagada su deuda. Este lunes regresará al país el indio Anoop Singh, no se sabe si es de Benarés, pero trae el bolso lleno con el aroma a dólares. Y lo recibirá el Gobierno, que tiene la maleta cargada con el olor a reformas. Mientras intercambian olores y nadie ve plata, ni es seguro que llegue en algún momento, algunas personas, cansadas de alimentarse con olor a comida como el mendigo del cuento indio, comenzaron a saquear transportes y algún supermercado.
Más allá de este juego de olores sin materia tangible, el Gobierno se ve obligado a tomar medidas para soportar los corcoveos de la crisis e impone las retenciones a los exportadores, luego las aumenta y trata de poner coto a la especulación con el dólar, más todo el embrollo generado por el corralito y la pesificación. Eso es lo único concreto que va quedando mientras se embelesa con los préstamos del FMI. Lo que parece secundario y muy coyuntural se convierte en lo principal, porque va determinando las nuevas reglas de juego, pero más por voluntad de las circunstancias que por una decisión a partir de un proyecto de país, donde el dinero del Fondo, tan elusivo y trabajoso, sea secundario y no central. Por otra parte, esto es lo mismo que dice el FMI, que no se muestra muy convencido de prestarle a un deudor moroso. Paradójicamente, los argentinos partidarios del Fondo critican ese camino que aconseja el mismo organismo, porque “llevaría al aislamiento”.
Pero el aislamiento que anuncian no vendrá, sino que ya está, y se expresa justamente en la negativa del Fondo a soltar más plata. Argentina puede producir, vender y comerciar con todo el mundo sin que nadie se lo impida. Y en realidad, los préstamos del Fondo serían en su mayoría para pagar deudas y amortizar los costos –con más endeudamiento público– que tendría la crisis para grupos de la cúpula económica. El pueblo, la gente común, el trabajador, el comerciante, el desocupado, está pagando el costo más alto y, en la actual situación, lo seguirá pagando llegue o no el dinero del Fondo.
En el plano político, el Gobierno parece afianzar su base de sustento a partir de las expresiones parlamentarias del justicialismo y el radicalismo bonaerense que tiende a ampliarse con gobernadores del interior. Los dirigentes de ambas fuerzas históricas entienden este acuerdo como una forma de evitar que la crisis económica profundice la crisis institucional. Las dos fuerzas también parecen coincidir en esta estrategia de no sacar los pies del plato y avanzar según el día a día, sin esbozar un proyecto con más perspectiva.
Al igual que en la economía, como no existe ese proyecto del cual se deducirían alianzas y confrontaciones, lo único concreto pasa a ser lo principal, aunque se lo asuma como circunstancial. Y en realidad el acuerdo entre la UCR y el PJ tiene más implicancias de las que los mismos dirigentes están dispuestos a reconocer, básicamente porque ambos ataron a la suerte de este gobierno su posibilidad de sobrevivir como fuerzas políticas importantes. Tras la crisis de diciembre, no tenían otra opción que asumir esa responsabilidad como lo hicieron, aunque sí la tenían para elegir otros caminos para este gobierno. Es difícil imaginar cómo podrían afrontar una elección ambos partidos, en caso de que deban ser adelantadas por un presunto fracaso del presidente Eduardo Duhalde. En todo caso, los operadores tácticos de las dos fuerzas, desde Coti Nosiglia, hasta Eduardo Bauzá y José Luis Manzano, han trabajado para fortalecer esta urdimbre que había comenzado a delinearse en el Acuerdo para la Producción que firmaron Duhalde, Raúl Alfonsín y José Ignacio de Mendiguren en los inicios de la campaña para las elecciones de octubre del año pasado, cuando se avizoraba el derrumbe estrepitoso del modelo cavallista. Sin embargo, esta alianza no hubiera sido posible si las dos fuerzas no fueran conscientes, además, de sus propias crisis.
Es decir que en el plano económico y en el político hay un nuevo país que se está gestando, pero a los ponchazos, con acciones y medidas de coyuntura que no surgen de un proyecto estratégico, aunque lo van conformando de hecho.
Con la UCR y el PJ en crisis y la desaparición del Frepaso como fuerza nacional, que encauzaban a la gran mayoría del electorado, hay un amplio sector que no tiene representación política y muchos de los que todavía permanecen en los partidos tradicionales lo hacen con dudas y distancia. El actual sistema de partidos ha quedado semivacío. Los partidos históricos aspiran a recuperar ese espacio casi por simple permanencia. Otras agrupaciones populares y de centroizquierda imaginan nuevas siglas con discursos renovados, como el ARI. Y los partidos de izquierda se lanzan a una mecánica de divisionismo y copamiento de movimientos populares que los emparenta con la vieja política tradicional de subestimar a la gente.
Desde un punto de vista racional podría pensarse que ninguna de esas tres líneas de acción sirven para llenar ese vacío, que en este momento involucra a la mayoría de los argentinos. En primer lugar porque la simple permanencia pudo funcionarle a los partidos tradicionales cuando tenían liderazgos claros y antes del desgaste que les produjo haber ejercido el gobierno para administrar el modelo.
El ARI, que aprovecha la imagen positiva de Elisa Carrió, corre el riesgo de ser visualizado como una construcción tipo Frepaso: un acuerdo de dirigentes alrededor de la imagen positiva de Chacho Alvarez, que luego sería rellenado por votos, o sea, de arriba hacia abajo, como fue la práctica política de los últimos años. Si el ARI quiere ocupar ese espacio tendría que bajar sin prejuicios a esa masa que no tiene expresión política y participar en la construcción de formas democráticas, sindicatos, movimientos piqueteros, asambleas de vecinos y asociaciones populares de todo tipo y desde allí reconstruir un nuevo discurso popular.
Y los partidos de izquierda pierden espacio cuando se ganan la antipatía de la gente como el 24 de marzo, cuando abandonaron el lugar que tenían asignado en la columna, sobrepasaron a la carrera la cabeza de la marcha conformada por los organismos de derechos humanos y demás convocantes al acto y ocuparon la Plaza de Mayo con camiones con altoparlantes que impedían el ingreso de la manifestación a la plaza y tampoco dejaban escuchar la lectura del documento que se había acordado. O manipulando las asambleas de vecinos, imponiendo temas desde arriba, en la interbarrial, y provocando, con escasa vocación democrática, el alejamiento de vecinos que no piensan como ellos. Ni en la plaza eran mayoría ni lo son en las asambleas y con esas actitudes de imposiciones vanguardistas podrán incorporar algún militante desorientado pero se ganan el rechazo de los demás.
Tanto en el PJ y la UCR, como en el ARI y en los partidos de izquierda hay personas y dirigentes que no piensan o actúan así, pero esas son las dinámicas más fuertes. De la misma manera existen formas de participación democrática, desde posiciones ideológicas diversas, incluso desde antes del 20 de diciembre, como las que utilizan las agrupaciones de piqueteros más representativas como la CCC, el MTD, el FTV, el MIJD y otras; la CTA desde el gremialismo combativo; o los planteos de Luis Zamora, desde la izquierda, junto a la práctica democrática de los vecinos en lasasambleas. El hueco que dejó la crisis en el sistema de partidos debería ocuparse por representación genuina de los intereses populares si aspira a una permanencia estratégica. Pero aquí también funciona el sistema de ir a los ponchazos y seguramente ese espacio se ocupe con una mezcla de todo lo que existe. El peligro es que otra vez suceda lo mismo que al mendigo de Benarés, que en vez del pan solamente se quedó con su fragancia.