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¿Choque frontal y final?
Por Sergio Moreno
“Nosotros actuamos sobre los gobernadores porque debemos garantizar la gobernabilidad.” La frase, que salió de boca de uno de los más cercanos colaboradores del presidente Néstor Kirchner, fue publicada por este diario hace más de quince días. Quien la dijo sabía por qué lo decía, y la representación que se hace de la palabra “gobernabilidad” es la misma que expuso el Presidente varias veces anoche. Kirchner suele sostener que la gobernabilidad que imagina es imposible de mantener con la práctica política que imperó hasta ahora, que el Presidente define como “la visión del ejercicio del poder por el poder mismo”. También dio indicios del camino que piensa andar al alertar que “en una Argentina acostumbrada al pacto corporativo es muy difícil hacer una gobernabilidad diferente”. Y, por si quedase algún receptor con dudas, aclaró a quién iba dirigido su mensaje: “La burocracia política de la política de Buenos Aires debe entender que conjuntamente con la gente hay que construir un nuevo país”.
Hubo dos casos en que Kirchner apeló al enfrentamiento abierto sin que buscara negociar después. Uno fue la carga contra la mayoría automática que Carlos Menem dejó en la Corte Suprema. Otro, el descabezamiento de las cúpulas de las Fuerzas Armadas y de la Policía Federal.
En el resto de las ocasiones, Kirchner usó el enfrentamiento como un medio de negociar después en mejores condiciones. En política y economía, su método fue presionar a fondo. Así acostumbra crear la sensación de que la ruptura es inevitable. Y queda en mejor posición para una hipotética mesa de conversaciones. Con las privatizadas, con los gobernadores o con los dirigentes del peronismo. El enemigo de ayer puede ser el aliado de hoy. Lo prueban José Manuel de la Sota y Jorge Obeid.
En este caso Kirchner encolumnó a tirios y troyanos detrás de su proyecto de coparticipación. La promesa de un Tesoro nacional más benévolo sirvió para suavizar el encrespamiento político. También aplacó todo relincho rebelde que había asomado en aquel tempestuoso congreso peronista de Parque Norte luego del acto en la ESMA del 24 de marzo.
La pelea actual es con Eduardo Duhalde, viejo aliado del Presidente. La pregunta es hasta dónde está dispuesto a llegar Kirchner en el enfrentamiento. El comodín de la Casa Rosada se llama Cristina Fernández. Según indican hoy todos los sondeos, ganaría cualquier contienda a uno u otro lado de la General Paz. El asunto es, esta vez, cuál opción predomina. Una es que Kirchner esté preparando de nuevo el escenario para negociar más adelante desde una posición ganadora. La otra es convencer a todo el país –y buscar su compañía– en un choque duro contra el enmohecido aparato duhaldista de la provincia de Buenos Aires.
Los colaboradores del Presidente lo escuchan decir con frecuencia que no siente deudas con Duhalde. Considera que Duhalde lo escogió en su momento después de que Carlos Reutemann le dijera que no sería candidato a Presidente contra Menem y que De la Sota fracasara en seducir a la sociedad. De alguna manera, Kirchner cree que él le sirvió a Duhalde para su propia salvación. Algo de eso dijo anoche.
Duhalde está dispuesto a acordar cuando sea con Kirchner, incluso si se trata de las listas legislativas o de CFK. Al menos hasta ahora, Kirchner también. Pero el modelo de política que dice imaginar en la provincia es bien diferente a la construcción de Duhalde desde 1991 a hoy.
Falta poco tiempo para desentrañar si el choque será frontal. Y, además, final.