EL PAíS › OPINION

El gemelo tropical

Por James Neilson

El regreso triunfal de Hugo Chávez ha sido un revés desagradable para los deseosos de que América latina volviera ya a sus raíces golpistas y motivo de regocijo para sus propios simpatizantes, pero, ¿cambiaría las perspectivas frente a la inmensa mayoría de los venezolanos cualquier desenlace concebible del drama que está representándose en Caracas y sus alrededores? Es que lo mismo que en la Argentina, la presunta identidad política del ocupante de turno del palacio presidencial o su equivalente no parece incidir demasiado en lo que efectivamente sucede en el país. Trátese de demagogos populistas o liberales severos, enemigos de Estados Unidos o voluptuosos carnales dispuestos a todo para engatusar al macho de la Casa Rosada, su destino consiste en manejar la despauperización colectiva. Lo demás es teatro que beneficia a algunos vivos y perjudica a millones.
¿Por qué es así? Porque el gran problema de América latina es que una proporción notable de sus habitantes, que incluye a los miembros de la “clase política”, tiene la cabeza en el Primer Mundo –o sea, Miami–, y los pies en el subdesarrollo. Sabe consumir pero producir no es su fuerte. Modificar esta situación nada cómoda requeriría una transformación que ningún sector tiene interés en emprender. Conscientes de que es así, los que pueden intentan trasladarse a lugares presuntamente menos escleróticos aunque estén en guerra, como Israel, o humillen a los inmigrantes del montón, como es el caso con Estados Unidos y la Unión Europea. Con la posible excepción de los chilenos que, a diferencia de los argentinos, venezolanos y, podríamos agregar, los brasileños, nunca se han sentido privilegiados por vivir en un “país rico”, pocos creen todavía en la futura “modernización” latinoamericana, pero por razones comprensibles ningún gobierno de la región quisiera asumir semejante eventualidad. Por lo tanto, bolivarianos y empresarios venezolanos, populistas, izquierdistas y liberales argentinos, más sus diversos sucedáneos locales, continuarán dando a entender que si no fuera por los crímenes y errores cometidos por sus adversarios el progreso material no plantearía muchos problemas. Sería bueno poder compartir su optimismo, pero la experiencia de los años últimos, sobre todo de la Argentina y Venezuela, los dos países que a su modo simbolizan “la riqueza” de América latina, sugiere que a menos que la región acepte que la pobreza generalizada será permanente y actúe en consecuencia, los chisporroteos que están registrándose aquí y a orillas del Caribe son sólo el comienzo de un incendio que no será apagado en los próximos años.

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