EL PAíS › UN REPORTAJE ESPAÑOL A CRISTINA FERNANDEZ DE KIRCHNER
“Discutimos mucho con Kirchner. A él le gusta discutir”
Evita, el padre gorila, la ambición (y la obsesión) política, el misterio que es el peronismo para un europeo... temas de un diálogo en Madrid entre el diario español El País y la senadora y primera dama argentina. Pero lo que más impresionó por allá es “la energía” de la entrevistada. “Un día puede ser Kirchner el marido de la presidenta”, escribieron.
Por Juan Cruz *
Debe de ser temible, en el Senado al que pertenece desde 1995, y en casa. Está casada desde 1975 con Néstor Kirchner, el presidente argentino, y aunque los dos tienen las mismas ideas –peronismo de izquierdas–, discuten hasta el infinito y no es el Presidente el que tiene la última palabra: ella misma dice que “suele temblar el mundo cuando nos peleamos”. Es una mujer decidida y fuerte. Se le ve enseguida, desde que llega y se adelanta, da la mano con la distancia adecuada para que el otro sepa que se las ve con una alta ejecutiva de la política y no sólo con la esposa de un abogado argentino al que ha ayudado a triunfar en la abogacía y en la política. Luego ordena que nos vayamos a otro lugar aún más grande y aún más confortable, para hablar de la política y de la vida, e incluso del amor, aunque sea la política la que termine marcando todo el diálogo... Fue una conversación impregnada por su energía y por su confianza en un país que hace dos o tres años estaba en la parte más gris de las noticias del mundo, y que ahora vive un renacimiento lento, pero cierto. Ella misma está muy feliz en este momento: cuando hablamos está terminando su reciente gira por España y ya se vio con las autoridades españolas, mantuvo un coloquio con Felipe González y con Juan Luis Cebrián, y a todos les dijo que la Argentina renace a pesar de la desconfianza que le han regalado organismos internacionales como el Fondo. Y ella está particularmente feliz porque fue la presidenta del III Congreso de la Lengua Española, celebrado en Rosario (Argentina), en el que se puso de manifiesto, por si era preciso, que la lengua que hablamos es tanto latinoamericana como española. Cristina Fernández, senadora argentina, peronista, de 51 años, no es la mujer del Presidente, eso está claro; es más, un día puede ser Kirchner el marido de la presidenta. Ahora, en efecto, el Presidente es su marido, pero ella va por su cuenta y riesgo.
–¿Qué le pasó a la Argentina en el siglo XX, por qué atrajo tanto mal?
–No sólo ha sido la Argentina, toda la región latinoamericana ha sufrido los vaivenes de políticas que vienen impuestas de afuera; lo que pasa es que en la Argentina esa realidad impacta de manera diferente, y sus resultados son más visibles en la medida en que somos un país que desde sus orígenes tuvo una fuerte connotación europea. Cuando camino por Madrid parece que ando por Buenos Aires, y uno va a París y parece que estuviera en el corazón de La Recoleta. Entonces, una crisis en mi país impacta mucho más porque es un lugar mucho más visible de América latina. Cuando colapsó Argentina en 2001, Bolivia colapsó más tarde, colapsó Ecuador, Perú tuvo una gran crisis. Pero es que hasta en eso somos distintos los argentinos: cuando colapsamos, colapsamos en serio. Yo espero que de esta última crisis haya habido un aprendizaje diferente en todos los estamentos de la sociedad, y creo que estamos dispuestos primero a no creernos que somos los mejores del mundo, pero tampoco a creer que somos los peores. Porque tenemos esa tendencia a la autodestrucción por un momento y a la autoestima sobrevalorada por otro. Es como si oscilásemos entre que somos los mejores y que somos los peores. Yo creo que ha llegado la hora del equilibrio, de convertirnos en un país normal, en un país serio.
–Dígame usted, si tuviéramos un “argentinómetro”...
–¡Si tuviéramos un argentinómetro! ¡Me encantaría tener uno de ésos! ¿Te imaginas, un argentinómetro midiendo en Argentina, quién lo aguanta?...
–... un “argentinómetro” que midiera el momento en que están los argentinos en ese proceso de sentirse los mejores a sentirse los peores. ¿En qué punto estarían los argentinos de autodestrucción y de sobrevaloración?
–El argentinómetro está reconociendo que tenemos cosas excepcionales, pero que también tenemos defectos. O sea, que las cosas que nos han pasado, nos han sucedido porque tenemos responsabilidades en lo que eclosionó en 2001; aunque tengamos que convenir que en esa debacle hemostenido coprotagonistas estelares, nos han venido multinacionales de crédito que bueno... ¿Le prestaron a una Argentina que no crecía y quieren condenar a una Argentina que está pagando, que está demostrando que puede crecer? Hemos podido vincular, en la administración de Kirchner, los números de la economía y los números de la sociedad; hemos tenido un crecimiento superior, en el último año, del 8 por ciento y hemos reducido los índices de desocupación del 21 al 13, e incluso podemos bajarlos un punto más a final de año. Hemos ingresado con un 54 por ciento de pobres y hoy estamos con un 38, que es también un número terrible pero comprendamos que 54 es mucho peor. ¡Y esa reducción se produjo en año y medio! ¡Un Gobierno que ingresó con 9000 millones de dólares en reserva y creo que terminaremos el año entre 19.500 y 20.000 millones de dólares en reserva!
–Pero, senadora, ¿qué ha tenido que pasar en la propia Argentina, qué han hecho los argentinos para que se produjera el desastre?
–Por lo pronto, llegar a creer durante 10 años que un peso valía lo mismo que un dólar. Eso trajo consigo otro problema estructural y cultural de mi país, la inflación. Las cosas se valorizaban sin que nosotros hiciéramos nada para que se valorizaran. La cosa se prolongó en el tiempo y terminó como terminó. Y todo el mundo hace hincapié en si se privatizó o no se privatizó. El problema no fue la privatización, el problema es que se hizo monopólica y sin regulación, y no hay que explicar qué impacto tiene eso en la calidad de vida del usuario y el consumidor. Se abrió indiscriminadamente la competencia, sin ningún tipo de protección a la industria local. Eso en un mundo que protege sus productos y solamente larga a la competencia aquellas que ya tienen suficiente competitividad, de modo que no se destruyan las fuentes de trabajo en su país de origen.
–¿Y cómo asistía usted, desde el punto de vista personal, a esa crisis, cuando nosotros recibíamos aquí noticias de que había niños que morían de hambre en la Argentina?
–Todo ese proceso de degradación económica fue acompañado de una degradación política, que quizá fue la que dio sustento para la posterior degradación económica. Una cosa es la pobreza y otra cosa es la miseria, y yo creo que alcanzamos momentos de miseria, donde la pobreza de orden económico se mezclaba con una pobreza de carácter moral. Sostengo que la crisis fue esencialmente moral. La debacle económica estuvo acompañada por la impunidad; la sensación de que alguien puede violar la ley, matar, robar, hacer desaparecer, torturar, y que no le pase nada. La gente llegó a pensar que la defensa de los valores, de los derechos humanos, tenía que ver con las izquierdas, y no, la defensa de los derechos humanos es una cuestión de humanidad, y en ese campo la Argentina se fue degradando económicamente, moralmente, socialmente, y terminó eclosionando. Es mentira que lo de 2001 haya empezado un año antes, ni siquiera empezó cuando comenzó el gobierno de Menem. Tuvo sus orígenes mucho más alejados, el 24 de marzo de 1976; ése fue el punto de inflexión en la sociedad argentina, la última ruptura del orden institucional a cargo de las Fuerzas Armadas, la más terrible de todas las dictaduras, la de 1976. Recordar es un ejercicio valiente para superar ese pasado y poder caminar hacia adelante. Aquella experiencia nos hizo a todos distintos, a la sociedad argentina la hizo como es.
–¿Qué cicatriz les ha dejado esa herida de la dictadura?
–Fue la impunidad, el no respeto a la ley, y me parece que la única manera de sobrellevar esto es garantizar la vigencia de la ley. La justicia hoy lo tiene todo en sus manos, no hay más ley de punto final. Hemos vuelto a la división de poderes en la Argentina, con lo cual será la Corte la que se pronuncie acerca de la constitucionalidad de las leyes. ¿Se imagina el trauma que impone en una sociedad que sea el Estado el que viole las leyes? El terrorismo de Estado es algo más que la violación de las leyes, es el rompimiento del pacto fundante de la sociedad. Los queviolaron la ley tienen que ser castigados por ello, porque si no retornamos a la época predemocrática, a la venganza por mano propia, a la ley del talión. La reconstrucción democrática hace imprescindible la finalización de la impunidad.
–Es lo que han hecho los chilenos.
–Esto es lo que han hecho los chilenos y lo que hemos hecho los argentinos. Fíjese que con el dolor de familiares perdidos, de hijos, padres, hermanos, abuelas, nunca preconizaron la venganza o la violencia, sino la ley; castigo y verdad, pero dentro de la ley y la Constitución.
–¿Y cómo un país con esa cultura se mete en una historia como ésa?
–¿Y la Alemania de Hitler? ¡En la Alemania de Goethe, en la Alemania enciclopedista, donde la condición humana conoció los momentos más excelsos históricamente, se pasa a los momentos más espectacularmente tenebrosos! ¿Cómo puede ser? Es como si en el ser humano se despertaran de repente cosas subyacentes en los lugares más recónditos.
–¿Qué la hizo militar políticamente?
–¡Uy! En mi casa, mi abuelo era muy peronista, mi madre también; pero mi padre era antiperonista. Una cosa curiosísima.
–¿Y qué era ser peronista o antiperonista?
–Era ser mi padre o ser mi madre, o era ser mi abuelo, que vivía con mis padres. Participar en política produce una fuerte sensación de no conformismo con el mundo que nos rodea. La política no es un objetivo en sí mismo, es un instrumento para cambiar las cosas de los que menos tienen, porque la economía normalmente tiende a consolidar a los que más tienen, así que se me ocurre que la política es el instrumento de los que tienen que cambiar las cosas porque no han sido tan favorecidos por ella. Esa interpretación de la política, y la asociación de peronismo con justicia social, fue la que me llevó a la política. Y la figura de Eva Perón, una figura emblemática no sólo con los peronistas, es un icono mundial. La Eva Perón que recuerdo es la Eva que mi madre tenía en sus fotografías: la Eva Perón que recala en el teatro Colón, con sus magníficos trajes, sus joyas, su hermoso pelo recogido; la Eva que mi madre conoció. Mi madre es coetánea con el peronismo que llega para darles a los pobres de la Argentina lo que nunca habían tenido. Entonces había una visión de Eva como Eva-hada, que reparte dones; una Eva fantástica, con tules, armiños y joyas, y mi mamá tenía esa Eva. Y me acuerdo de La razón de mi vida, un librito precioso de tapas duras, rojas; lo recuerdo muchísimo. Yo era muy lectora, desde muy chiquita; aprendí a leer a los cuatro años, casi sola.
–¿Y cómo es eso?
–Yo qué sé, lo cierto es que ahí estoy yo, leyendo esas páginas brillosas, con fotos en blanco y negro donde Eva está hermosa. En unas está sola, en otras junto a Perón; en unas junto a mujeres, en otras con obreros. Mi abuelo tenía su carné de peronista escondido, y yo miraba ese libro y el de los planes quinquenales, que era un libro grandísimo, con dibujitos... Esa es la Eva y el peronismo por el que yo empiezo a transitar. Después está la Eva de mi hermana. Mi hermana es médica, y también fue militante, como yo. La Eva de mi generación es otra Eva, es la Eva del traje sastre, casi aséptica ya; en los dos últimos años tuvo un cambio incluso de aspecto. Se volvió más dura, con su rodete, su gesto crispado, junto al micrófono; es la Eva militante.
–¿Y ahora quién es Eva Perón para usted?
–Algo irrepetible. Irrepetible en la historia y en el propio contexto. A los 26 años, en 1946, Eva Perón vivía en un país donde las mujeres no votaban, condenada ya por ser mujer. El lugar de la mujer era la cocina, y su obligación eran los hijos, nada más. Y ella además era pobre, una hija extramatrimonial. Y por si todo esto fuera poco, también era artista; hoy ser artista es un plus espectacular, pero ser artista en la Argentina pacata, mojigata e hipócrita de los años ‘40 era poco menos que ser una prostituta. ¡La pobre Eva no se salvaba por ningún lado! ¡Era una cuádruple condenada! Y a pesar de eso pudo ser lo que fue, algo irrepetible, como mujer y en el mundo en el que vivió; irrepetible en la Argentina.
–Usted dice que es irrepetible, pero siempre que en política destaca una mujer en la Argentina se dice que puede ser como Eva Perón.
–Eso debe de ser porque tienen poca imaginación para decir otra cosa, o porque desgraciadamente somos demasiado pocas las mujeres que tenemos la suerte de poder hacer realmente lo que queremos. Tenemos más posibilidades ahora. Hemos logrado un fuerte avance con la ley del cupo femenino; pero le confieso que a los lugares que ocupo no llegué por ser mujer, sino por mi militancia. Cuando llegué al Parlamento me di cuenta de que este requisito de la capacidad se aplica a las mujeres y no a los hombres: llegan también los que no tienen capacidad. Lo cierto es que la democracia está reconstruyendo poco a poco esta reparación que le debe al género.
–Usted podría llamarse hoy socialista. ¿Por qué insisten en llamarse peronistas? Tampoco pareció ser tan beneficioso Perón en 1973.
–Si tuviera que definirlo en pocas palabras diría que es una construcción histórica del pueblo argentino que tiene que ver con la identidad, con lo popular, y que es tal vez una categoría inentendible aquí, en Europa, o en Estados Unidos, donde las categorías son más antiguas, donde tienen otro tipo de evolución histórica. A veces discuto con mis amigos, los socialistas chilenos. “¿Qué es esto del peronismo?”, me dicen, y yo les digo: “Con tantas cosas comunes que nos unen, ¿por qué tenemos que hablar de aquello que nos va a separar?”.
–Si usted fuera estudiante, ¿tendría un retrato de Perón en su cuarto?
–Nunca los tuve. Kirchner tampoco. Hay dirigentes radicales que tienen los de Alem o Yrigoyen, y peronistas que tienen cuadros de Perón o Evita.
–¿Y su hijo Máximo los tiene?
–El de Evita, el de su padre y el de su madre, debo confesarlo. Máximo tiene una gran admiración por sus padres, y creo que lo más grande que ha pasado en mi vida es que mi hijo esté orgulloso de mí.
–¿Y su hija Florencia?
–Florencia, mi hija, es todo un personaje del posmodernismo. Máximo es el modernismo, Florencia es el posmodernismo, ¡hay una diferencia de 13 años entre ellos! La adolescencia de Máximo fue muy parecida a la mía. Florencia ha tenido una niñez y tiene una adolescencia ligada a la computadora, a la protección ambiental, a la protección de las especies... Es muy fuerte ver el cambio de épocas en los propios hijos.
–¿A qué se dedica Máximo?
–Administra nuestras cosas, trabaja en una inmobiliaria. Quise que fuera abogado, pero no tuve suerte, y después estudió periodismo, pero no alcanzó a terminar la carrera. El me dice que me va a hacer el gusto y se va a recibir de abogado.
–Además, con la impresión que tiene usted de los periodistas, mejor espera el chico y se hace abogado...
–Vamos a aclarar, sería malo generalizar. Describo algunas conductas que me parecen equivocadas en cuanto a lo que debe ser el rol de la información en una sociedad que necesita ser informada. Ahora los medios de comunicación son empresas donde la libertad de prensa se mezcla con la libertad de empresa, y se produce toda una disquisición sobre cómo esto influye en la política, y en qué medida la mediatización de la política a través de los medios de comunicación no exige repensar la forma de comunicar a la sociedad. Todo está muy mezclado; no es el periodismo y desentendámonos del resto, es todo junto.
–¿Cómo se hizo usted, qué hicieron sus padres?
–Mi padre era un pequeño comerciante, y mi madre era dirigente sindical, una empleada en el sector público; un antiperonista y una peronista, ya le dije. De esa dicotomía me vino la necesidad de relativizar las cosas. Y en aquel tiempo, la sociedad argentina se había dividido: eran racistas y antirracistas, peronistas y antiperonistas, unitarios y federales. Era la política blindada, que todo se podía comprender a través del enemigo, y no del adversario. A esto es a lo que tenemos que acostumbrarnos los argentinos, a lo que mi amigo el filósofo José Pablo Feinmann llama “la otredad”. El otro existe; si no está conmigo, no hay que eliminarlo como si fuera una porquería. Así que yo veía esa discusión entre los que eran peronistas y los que no lo eran en mi propia casa, y eso fue lo que me hizo alejarme de los extremos.
–¿Usted es “todo política”?
–Todos somos todo política; algunos no se dan cuenta, yo sí.
–Lo digo porque trato de llevarle a sus orígenes y ya usted habla otra vez de política.
–Y algunos pueden decir, como decía Lucho Gatica en una película: “Ah, yo no sé de política, yo soy peronista...”. Y no es así. Yo cuando hablo de política no hablo de partidos políticos. La política es una expresión de la sociedad; la política es económica, social, cultural. Alguien que se para delante de un cuadro para ver si le gusta o no el impresionismo, ya está participado de formas políticas.
–¿El amor también sería política?
–Qué pregunta. El amor, no, ¿qué amor? Hay muchos amores: el de un hombre y una mujer, el amor a los hijos, el amor a la sociedad, a las artes...
–El amor a la política...
–Creo que la política es una manera de querer a los demás; porque, en definitiva, yo me podría dedicar a lo mío y nada más, a mi profesión, a mi vida. Tuve una vida profesional muy exitosa. Como en la dictadura no me podía dedicar a la política, tuve un estudio jurídico, con mi marido y otro socio. Fue el más grande de la provincia.
–¿La persiguieron a usted?
–Sí, claro. Estuvimos detenidos durante un mes. Luego hubo atentados, intentaron volar nuestro estudio con una bomba en 1980, y cuando el conflicto de Malvinas hubo otro atentado, incendiaron el estudio.
–¿Qué impresión le dejó todo eso?
–Me dejó admiración por quien es hoy el presidente de la República. En los dos atentados, yo estaba fuera de la provincia. En 1980, él me estaba esperando en el aeropuerto con mi suegra, algo que me resultó raro. Pensé que era una broma cuando me dijo que habían puesto una bomba en el estudio. La suegra venía a corroborar, a que yo me lo creyera. Querían que supiéramos que estábamos marcados. Y tengo una imagen de ese día, de mi marido en medio de las ruinas, dando órdenes para la reconstrucción.
–Como cuando se hizo cargo de Argentina.
–Y como cuando se hizo cargo de la provincia de Santa Cruz. Cuando llegó al cargo de gobernador llevaban tres meses sin pagar los sueldos. La provincia estaba devastada, no tenía salud, no tenía educación, estaba superendeudada. Y dejó un sistema de salud pública que es un orgullo para nosotros, y con 550 millones de dólares depositados en el exterior.
–Como es lógico, usted tiene una ambición política.
–No creo absolutamente nada a la gente que está en política y dice que no tiene ambición, es una hipocresía tremenda. La lucha política es la lucha por el poder. Lo importante es para qué quieres el poder y qué se quiere hacer desde el poder. En esta economía globalizada, en este mundo en el que lo mediático tiene una fuerza incalculable, si uno tuviera que definir el poder diría que el de la política representa no más allá de un 40 por ciento. ¡Qué digo un 40, un 30! Hay un 70 por ciento que no va a elecciones; es el poder de las grandes corporaciones económicas, de losgrandes medios de comunicación. Ese poder se decide en asambleas de accionistas o por el derecho de la herencia. Este sistema tan vilipendiado de los partidos políticos va a las elecciones cada dos o cuatro años. Y la sociedad nunca decide qué empresario le va a dar la luz, el gas, el que le pone precio al pan que come o a la carne que consume.
–¿Ambiciona usted ser como Kirchner?
–¿Presidente?
–Sí.
–Hay algo de narcisista en eso de mirarse al espejo y decir: yo quiero ser presidente. A mí me gusta más mirarme en el espejo y decir: ¡pucha, formo parte de un proyecto que antes quería transformar el mundo y que ahora es más humilde, quiere nomás participar en el cambio de mi país!
–¿Y a veces se siente en oposición a su marido?
–No. ¡Y mejor que no me sienta él, porque le va a ir muy mal a Kir-
chner si me pongo de opositora; ya en casa soy terrible! Sí, discutimos mucho. A él le gusta discutir, aunque a veces se enoja.
–¿Peleó con él cuando se retrasó cerca de tres horas para inaugurar con los reyes el Congreso de la Lengua?
–¡Si se nos estropeó el avión! ¡Estábamos sentados y tuvimos que salir del aparato!
–¿Qué tal le cae Zapatero?
–José Luis me parece encantador, su estilo me parece inédito. ¡Quince horas explicando en el Parlamento! ¡Inédito! Tenemos una visión común de cuáles son los problemas del mundo y de la sociedad.
–Estuvo con Felipe González. ¿Cómo lo ha visto?
–Es una institución. Metió a España en este proceso de modernización del que hoy disfrutan los españoles.
–Nosotros decimos muchos chistes de argentinos, pero, dígame, ¿qué chiste de esos que cuentan los argentinos de los españoles, o gallegos, cree que nos hace más justicia?
–Ah, son dos clásicos, los de acá y los de allá. Creo que hay tantos chistes de un lado y de otro porque somos muy parecidos.
–Cuénteme el que más gracia le hace con respecto a nosotros.
–Uno que me contó Felipe. El de los tres cafés. Pero que se lo cuente él.
Lo supimos luego. Un parroquiano acude a un bar y le pide al camarero que le sirva tres cafés. “¿Tres cafés?”, se extraña el camarero. “Sí –dice el cliente–, uno para mí, otro para ti y otro para tu puta madre.” Al día siguiente, el mismo parroquiano: “Tres cafés”. “¿Tres?” “Sí, uno para mí, otro para ti y otro para tu puta madre.” El camarero no aguanta más, salta al otro lado y le da una paliza al cliente. Este regresa al día siguiente, y el camarero le recibe con ironía. “¿Tres cafés?” “No –responde el lesionadísimo cliente–, no, sólo dos: uno para mí y otro para tu puta madre, porque a ti el café te pone nervioso.”
* De El País Semanal. Especial para Página/12.