EL PAíS
Un padre dolorido responsabiliza a su yerno, el manager de la banda
Su hija era la esposa de Diego Algañaraz, manager de Callejeros, y falleció en el incendio. Ahora pide que investiguen a su yerno por su responsabilidad en la tragedia. “El tenía que saber las condiciones en que se encontraba el local”, dice.
Las estatuitas son reproducciones en miniatura de La Piedad, David, Dante. Son decenas, y custodian los tomos de la biblioteca de César Branzini. “Son hermosas, pero no sé si las voy a seguir juntando”, cuenta su dueño, que además colecciona espadas asiáticas y encendedores, entre otras menudencias que pueblan su departamento de un ambiente. “No tiene sentido nada. A mi mujer y a mí nos cortaron el futuro”, dice. Su única hija, Romina, murió en República Cromañón a los 27 años. Era esposa del manager de Callejeros, Diego Algañaraz. A él lo responsabiliza Branzini por la muerte de los 192 chicos, porque “como manager tenía que saber las condiciones en que se encontraba el local”. Con un nuevo tatuaje en su brazo, el de las iniciales de Romina acompañado de las fechas que fueron el paréntesis de su vida, Branzini todavía se pregunta “por qué empezaron el show, por qué siguieron cuando encendieron las bengalas, por qué permitieron que las entraran”.
“No acuso a la banda ni a mi yerno”, recalca Branzini. “En todos lados están agrandando lo que digo. Yo sólo los responsabilizo. Si son culpables o no, sólo lo puede decir la Justicia”, puntualiza. Aunque sigue sin entender “por qué el cantante no dijo ‘si no paran con las bengalas no canto’. Por qué nadie puso los puntos sobre las íes. Cómo no sabían que las puertas estaban cerradas si el día anterior hubo un problema. Y el día antes, cuando tocó La 25, también hubo un principio de incendio, y siguieron las puertas cerradas”, se pregunta el padre, quien afirma que “a mi yerno no lo veo desde el entierro de mi hija”, el 1º de enero.
El cuerpo de Romina fue uno de los primeros en ser entregados a los deudos. Su autopsia fue la número 13. “Con Diego perdí todo contacto. Solamente vino a visitarnos hace un tiempo su padre”, dice Branzini.
Robusto como un personaje de lucha libre, a este hombre las lágrimas se le salen solas cada vez que nombra a su hija. “Cuesta hablar. Es muy duro. Pero veo que cada día se cambian las noticias y nuestros hijos pasan a ser nada más que un número, una cifra de muertos. Si dejamos que esto pase se pierde su identidad.” Branzini habla abanicado por el chirrido de un ventilador de techo, entre varias computadoras desarmadas. Es técnico además de encargado de un edificio de Palermo. Su hija trabajaba como secretaria contable en una empresa de computación. También participaba en Faba, una ONG de protección a animales domésticos. De esta militancia queda Cuba, la perra Labrador a la que Branzini llama “nuestra nieta”.
Su hija se había casado hacía un año y dos meses con Algañaraz. El padre tiene una foto en las que se los ve a los dos, padre e hija, en el día más feliz de sus vidas. Ufano y trajeado, mira a la cámara mientras abre el auto del que está bajando su hija radiante con el vestido de novia. “Esa sonrisa la tuvo siempre”, observa Branzini. “Era demasiado pura y muy buena. Se preocupaba por todos siempre, no tenía maldad. Hablando con gente que la conoció, nos dimos cuenta de que había dejado una huella en todos. Un amigo de ella nos corrigió: no dejó una huella, dejó un surco en el que se sembró algo bueno. Era mucho más profundo lo que ella dejaba”, cuenta.
Branzini tiene 54 años y tatuajes en sus brazos. Hay una pantera rampante y un dragón envuelto en el fuego que larga, entre otros. El más reciente se lo hizo hace un mes. Dice 5.3.78 R.T.B.M 30.12.04. La fecha de nacimiento de Romina Tamara Branzini Mangiarotti, y los otros seis números que no necesitaba inscribirse para recordarlos en todo momento.
“No culpo a los chicos de la banda, porque ellos también perdieron a familiares y sé lo que sienten. Pero tendrían que haber salido a decir algo. Algo, no sé: ‘compartimos el dolor’. Tendrían que haber salido a dar la cara”, dice tocándose una mejilla. “Quiero una justicia pareja. Que pague hasta el que tenga la culpa más mínima. Hay muchos responsables. Ibarra es responsable por la gente que puso y no hizo lo que tenía que hacer. Que pague el inspector que agarró el mango y se tomó el buque. Que esté preso 20 años, un día o una hora, pero que los diarios y la teve digan su nombre y por qué es culpable”, concluye.
Informe: Sebastián Ochoa.