EL PAíS › QUE PIENSAN KIRCHNER Y LAVAGNA TRAS EL CIERRE DEL CANJE
Para “ellos” que lo miran por tevé
El Gobierno se observa en el espejo, conforme con su imagen corporal. Las razones de Kirchner y Lavagna, qué piensan hacer. Con qué armas se disponen a lidiar con el FMI. Una mirada sobre el Salón Blanco y sus implicancias futuras. Un mimo a Alfonsín y su sentido. Más algunas líneas sobre intenciones nuevas y coaliciones viejas.
Opinion
Por Mario Wainfeld
El Gobierno, con la autoestima muy alta, no trepida. La dureza negociadora cuyos frutos saborea en estos días, debe proseguir. Néstor Kirchner adelantó que será firme la pelea con las privatizadas. Al Fondo Monetario Internacional (FMI) no le queda sino esperar dureza de Argentina. La ecuación ha cambiado, coinciden en una instancia de coincidencias, el Presidente y Roberto Lavagna. El ministro de Economía partió raudo hacia Washington para cumplir con la palabra de reanudar presto las tratativas tras el cierre del canje. Pero coincidió con Kirchner en que “no tenemos apuro”.
“Va a tomar un café con Rodrigo Rato”, jugueteó el Presidente.
“¿Apenas eso?”, le preguntó un periodista a Lavagna.
“No –chanceó el ministro de Economía–, vamos a almorzar, entrada, plato principal, postre y café.”
No se trata de ningunear al antagonista, pero sí de precisar que los negociadores argentinos creen atesorar nuevas herramientas para cinchar. “Hasta ahora le vinimos reconociendo a los organismos internacionales la condición de acreedor privilegiado. Si nos aprietan mucho, eso puede ser puesto en entredicho, poniendo por delante a los privados que entraron en el canje”, rumió el Presidente en ámbitos confidentes. Las tácticas pueden variar, en espejo con lo que haga la contraparte. De momento el oficialismo imagina dos posibilidades: acaso la mejor dentro de lo posible sea pagar intereses, refinanciar capital “con cero condicionalidad”. La segunda sería “desendeudar”, siempre en jerga presidencial.
¿Y los acreedores que se quedaron fuera del canje? Lavagna se permite ser irónico ante su equipo. “Emitimos prospectos en cinco idiomas, incluyendo el japonés, anunciando el destino de los que no entraran... Ahora, que se atengan a las consecuencias.” Un modo delicado de decir “alpiste”.
Como una apostilla acotemos que los japoneses (que siempre fueron un arcano para los negociadores locales incluido Guillermo Nielsen, otro de los ganadores políticos de la semana que hoy epiloga) entendieron el mensaje, emitido en su lengua vernácula.
Italia es otro caso, sigue porfiando, pero también a su respecto hay ganas de cambiar las reglas de juego. “Hay que ver cómo se mueven –comenta Lavagna en la intimidad– pero si siguen entorpeciendo en el G-7, condicionando a Rodrigo Rato, tenemos pensado pasar a plantear el tema como un conflicto entre dos países soberanos. Ya hablé del tema con Rafael Bielsa y con el Presidente.” “No queremos que nos aplaudan, pero no vamos a tolerar sin reaccionar que un integrante del G-7 nos tire bolilla negra cada cinco minutos, es un condicionamiento intolerable al director gerente del FMI”, se encona el ministro.
Las broncas de Kirchner y Lavagna, ya se vio en sus discursos del jueves, no viajan sólo a ultramar. Se direccionan fuerte contra sus adversarios internos, esa derecha cerril que los cuestionó permanentemente. “Nicola Stock –rememora Lavagna– fue tratado por medios y analistas argentinos como si fuera un tipo muy importante. Se demostró que no lo es ahora, posiblemente no lo fue nunca.” El tono de Lavagna cambia cuando reseña las peripecias judiciales y parlamentarias de los “contras” italianos, que lo regocijan bastante.
Políticos ambos, el Presidente y su principal ministro siempre caracterizaron a su puja como ideológica. Lavagna, de ordinario menos frontal en esos planteos, lo dijo el jueves y habló de “pensamiento propio”.
“¿Qué hay más progresista que lo que hicimos? –se interroga retórico Kirchner–. Le ahorramos miles de millones al país, recuperamos poder para el Estado, poder para la política.” Ese autorretrato signa la pintura de los otros. De “ellos”, porque la política es conflicto, algo en lo que concuerdan el titular de la Rosada y el de Economía.
“¿Dónde estaría el Gobierno si el canje hubiera salido mal?”, se preguntó, otra vez retórico, el Presidente en su discurso del Salón Blanco. “Estaríamos de vuelta en Río Gallegos”, se replica en su despacho.
Pero está en la Rosada, firme, eufórico. “Con Roberto siempre actuamos de acuerdo –sintetiza, simplifica un poco la historia–, él se sentaba a conciliar y yo salía desde los barrios más humildes a radicalizar el discurso. Así son las negociaciones. Los que no se dieron cuenta, no entienden nada.”
Por no decir “ellos no entienden nada”.
Mensajes políticos
Varios mensajes compartidos emitieron Kirchner y Lavagna en sus presentaciones del jueves. Uno de ellos, más explicitado por el ministro, es el valor político atribuido al superávit, entendido como un potencial para resistir presiones, para potenciar consensos internos. En aras del superávit los argentinos le dieron largas por un buen tiempo a la negociación, entendiendo mejor que las contrapartes que andando los meses, el Gobierno estaría más sólido a fuerza de estar más líquido. Claro que ese manejo no fue omnipotente. La demora con el traspié con el Banco de Nueva York cayó en mal momento y suscitó enconos internos que hoy nadie en el Gobierno quiere rememorar. Y en los días postreros del canje Lavagna miraba el reloj como el técnico de un equipo que gana uno a cero, es asediado y pide la hora. “Mi temor era que algún juez ordenara mantener abierta la oferta. Esa situación no podría prosperar, pero sí generar meses de incertidumbre.” La tarde de cierre el ministro festejó la hora de cierre como el pitazo final de una victoria de visitante.
Otro mensaje político central, propalado desde el Salón Blanco, fueron los agradecimientos predispuestos y obrados por el Presidente. Hubo elogios inusuales para el empresariado local, cuyos capitanes aplaudían tanto como Luis D’Elía. También hubo un masaje al ego de los gobernadores provinciales, “no sólo a los de mi partido”.
Ya que de eso se habla, la presencia de Raúl Alfonsín, tratado con respeto por Lavagna y ensalzado por Kirchner, es todo un dato. En verdad, el Presidente tiene buena onda con el líder radical. Cuando en marzo de 2004 Alfonsín se sintió desairado por la oratoria de Kirchner en la ESMA, el Presidente (muy desapegado a esos gestos) llamó personalmente a “don Raúl” y le pidió disculpas. El agradecimiento del jueves fue al apoyo a las leyes propuestas por el Gobierno. “Don Raúl es lo mejor de la vieja política. Te pelea, te exige, te socava, te gana alguna gobernación... pero en los temas centrales –redondea el Presidente tamborileando con el índice la punta de su nariz– sigue teniendo olfato.”
El mensaje público, quizá se prolongue en los tiempos por venir. Kirchner está convencido de necesitar un año de gobernabilidad y el radicalismo realmente existente puede serle funcional a esa visión. Un juego dialéctico entre la novedad y la gobernabilidad de la mano de lo viejo es una carga genética del actual Gobierno. El homenaje a Alfonsín puede tener el tono de una señal hacia los transversales, que no socavan, pero al ver del oficialismo tampoco son aptos para ayudar a gobernar.
Por mencionar algo que tiene que ver. Aunque se habla de una película cuyo desenlace todavía está lejano, es pertinente señalar (como viene haciendo Página/12) que la hipótesis de una confrontación con el duhaldismo en la provincia no atraviesa su mejor momento. Lo cual no significa que todo sean mieles. Lavagna se permite lamentar que Duhalde no haya podido (¿tan ocupado está que no pudo?) estar en el Salón Blanco. El disco duro del kirchnerismo da la sensación de estar menos compungido.
Homenaje al antes
Puesto a proponer una tipología sencilla de “ellos”, Lavagna los divide en “setentistas” y “noventistas”. Estos escuecen más al ministro por ser más poderosos y tener más afiatado su frente interno. “La billetera es un factor de unificación, las ideas dividen más” es su descripción que tiene sus reminiscencias a las disquisiciones de Juan Perón.
De cara a ambos sectores, Lavagna precisa que en economía “no tiene por qué haber un ‘antes’ y un ‘después’ del canje. El ‘antes’ está bien, según se demostró. Hay que consolidar lo hecho, hay que estirar el horizonte, pero no deben existir cambios bruscos”. Lavagna alza la guardia contra la derecha que ya pide “un jubileo financiero”. “Quieren descalzar las tenencias en divisas y en pesos –se enfada– y acortar el plazo de las colocaciones financieras.”
¿Volverán los capitales golondrina en su balcón los nidos a colgar? El Gobierno augura que no pasarán. Economía está dispuesta a sostener medidas de control de capitales, “a la chilena”. Pero Lavagna cree que el nudo no son las medidas de contralor, siempre burlables, sino tener una política que no genere incentivos para las inversiones de corto plazo. En ese punto hay una divergencia, diríase funcional, con las necesidades del Banco Central y un potencial foco de polémicas internas que pueden llegar a advenir.
En lo que atañe a los setentistas, Lavagna no cree en las bondades de un shock distributivo. Pero sus prevenciones no terminan extramuros del oficialismo. El índice de precios al consumidor hizo fruncir el ceño del ministro quien, ante su equipo, encuentra en el respingo inflacionario un elemento central: los aumentos masivos de salarios de fin de año. La vivienda y la salud se fueron para arriba y eso (explica) sucede porque las expensas y la salud son muy sensibles a los sueldos. El ministro cree que va siendo hora de poner fin a la acción estatal en materia de incrementos masivos, sobre todo por abajo. Ese será quizás otro punto de polémica interna en el Gobierno.
La pulseada con las privatizadas y el espacio relativo con que cuente en esa brega Lavagna respecto de Julio De Vido, también merecerán una mirada atenta, como un issue de la nueva agenda.
Interrogantes
Así como el Gobierno jamás asumirá que hizo tiempo durante un buen tramo de la negociación, tampoco confesará que no se arroba con la perspectiva de un flujo firme de inversiones extranjeras. Kirchner y Lavagna intuyen que los capitales que pueden dinamizar la economía local son de argentinos. Las loas presidenciales a los empresarios remiten a ese implícito. Lo que puede generar dudas es si las clases dominantes locales, cuya propensión al ahorro ha sido escueta durante siglos, ha escarmentado algo o adquirido cierta conciencia social.
Hummm...
Una mirada a ojo sugiere que el consumo de los argentinos más ricos viene trepando exponencialmente, que esas gentes han vuelto a pasarla bomba en este país generoso.
Su ostentación y su propensión al gasto... déme tres.
Su frugalidad, su sesgo calvinista, son menos promisorios.
La apreciación del peso es una perspectiva que Kirchner detesta casi tanto como a “ellos”, pero que crece tras el ancla que significa el canje. Así no haya un antes y un después, sí habrá un nuevo escenario donde será más difícil mantener la paridad recontraalta que también fue signo de época.
Nueva época
Kirchner y Lavagna mostraron en el Salón Blanco algunas de sus mejores cualidades políticas. El ministro hizo una presentación lujosa, precisa, didáctica, nunca inocente de sentido. El Presidente combinó su garra de polemista con algunos gestos institucionales que no suelen integrar su equipaje. En un día de festejo, que muy pocos atisbaban hace un año o seis meses, se dieron el gusto de darle duro a “ellos”.
Kirchner está convencido de encabezar una lucha contra un país de privilegio, regido por lobbies y caracterizado por un bipartidismo plegado al statu quo. La obcecación de esos lobbies en la defensa de lo establecido resurge, conforme la mirada presidencial, en las fenomenales presiones de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Para Kirchner, en política tampoco hay un antes y un después de la reestructuración de la deuda. “Tenemos que seguir en la misma. Estamos jugados”, exhortó.
Un punto intrincado es que su voluntad renovadora opera con una coalición, que en buena medida, está ligada a lo viejo. Piénsese, a título de símbolo o de síntesis, en quiénes lo acompañaron en el Salón Blanco. El agradecimiento a los gobernadores tuvo un valor institucional ponderable, pero es también una caricia en el lomo a figuras patéticamente expresivas del ancien régime como José Manuel de la Sota o Gildo Insfrán.
Los plácemes con Alfonsín, colocándolo en el lugar de patriarca de la democracia, que malhadadamente el ex presidente nunca quiso asumir del todo, es también agridulce. El respeto a un ex mandatario es un valor, pero es claro que Alfonsín preferiría, ha bregado (y seguramente bregará) por una Corte superpoblada de Fayts o Maquedas y sin ningún Zaffaroni.
Hugo Moyano enrojeció sus palmas, pero no milita en pos de la prédica pluralista y de paz en las calles que propugna el oficialismo. José Luis Lingieri es aliado en eso de pensar en reestatizar, pero años ha estuvo en la vereda de enfrente y no como perejil.
Por último, sólo a los fines enumerativos, porque es axial. Los empresarios que, adulones, festejaron las críticas a los gurúes de la derecha, fueron muy permeables a sus propuestas y necesitaron llenarse de guita para cambiar su parecer. Y su compromiso con la democracia, con la transparencia, con los derechos humanos... Hummm....
Quizá el sino de éste gobierno sea esa dialéctica relación entre la procura del cambio y la urdimbre de alianzas con actores de lo viejo.
En ese trajín, el oficialismo sostuvo una negociación inédita en la que probó variados méritos. Acaso los centrales hayan sido las decisiones de vivir con lo nuestro y de ejercitar el pensamiento propio. Sin ellas, la firmeza de la muñeca (una cualidad que también ornaba a Domingo Cavallo) habría sido en balde. También les cupo la cualidad de haber leído mejor que nadie la realidad y su prospectiva.
El Presidente se permitió otear el futuro e imaginar que habrá nuevos y mejores debates en estas comarcas. Un afán pluralista saludable que la praxis oficial no siempre suele alentar. Pero es cabal que hay agendas mejores en ciernes y ciertamente más progresistas que lo actual. El ingreso ciudadano universal, una política salarial de largo plazo, una lucha por la regeneración institucional más profunda que la actual, la reforma impositiva, serían algunos ítems interesantes. La promoción de instancias de participación popular podría llenar de savia a una democracia que sigue siendo muy delegativa, así cambie el sentido que se le imprime desde su vértice superior. La nómina puede ser muy vasta y habría que ver qué haría en tal caso buena parte de la eufórica claque del Salón Blanco.
De todos modos, el futuro es efectivamente más propicio para pensar y luchar por un país mejor. Lo apuntala una perspectiva de crecimiento alentadora, aunque su repercusión en la desigualdad y en la marginación es mucho menos veloz que el enriquecimiento de los ricos.
Con sus más y sus menos, no es poca cosa en un país sobre el cual pendía la espada de Damocles de la disolución nacional hace la minucia de tres años.