EL PAíS › SE ACELERA LA DEFINICION DEL JUICIO POLITICO A IBARRA
Ciudad de pobres instituciones
La agresión a Estela Carlotto y la conferencia de prensa de los familiares de las víctimas de Cromañón. Algunas diferencias entre éstos. Un giro en la postura de Ibarra respecto del juicio político. Coincidencias objetivas con el macrismo podrían acelerar mucho un escenario que parecía distante. Y algo sobre los distintos K de Capital.
OPINION
Por Mario Wainfeld
En la provincia de Buenos Aires las cartas están echadas. Se dirime la supremacía en el peronismo, una batalla que los justicialistas consideran esencial y excluyente. Los opositores oscilan, a veces en la misma frase, entre juzgarlas una farsa o una guerra sin reglas. El kirchnerismo y el duhaldismo han elegido sus discursos, sus targets, sus ambiciones. Son asimétricos, aunque tienen algunos puntos de convergencia, especialmente en algunos votantes a los que interpelan. El kirchnerismo procura una victoria aplastante. El duhaldismo, una derrota digna. Su proselitismo no excede el universo de los peronistas convencidos, en los que se ancla y cuyo favor aspira a retener.
Los neolemas peronistas, según las prematuras encuestas, van por el oro y la plata.
Para otros partidos, el segundo puesto sería un éxito rotundo y un tercero no estaría tan mal. Si bien se mira, hay tres fuerzas que pugnan por capitalizar el voto radical en tránsito (la UCR propiamente dicha, Recrear, el ARI), un capital no desdeñable que ha quedado vacante. Si ese colectivo (herido en su pertenencia pero siempre refractario a elegir peronistas) se fragmenta, sus posibilidades menguan. Si alguno consigue polarizarlo a su favor, puede dar un pequeño batacazo o, cuando menos, ganar virtualidad de cara al 2007.
Néstor Kirchner seguirá recorriendo la provincia y Cristina Fernández insistirá, de vez en cuando y de modo creciente, en encabezar sola actos públicos. El oficialismo “lee” en las encuestas que ya dobla al duhaldismo (40 por ciento a 20 por ciento) y que ha instalado una recia tendencia a ampliar la brecha. El duhaldismo no habla de números distintos pero niega que la diferencia se ahonde.
Así están las cosas, hoy por hoy, en un territorio dominado por el justicialismo.
Dos imágenes fuertes
En la Capital, el único distrito del país donde el peronismo carece de peso institucional, la indeterminación es mucho mayor. Tres candidatos pujan por el primer puesto y nada está dicho aún. La situación institucional es también precaria y excitada. El kirchnerismo no consigue unificar su discurso y son comidilla cotidiana las diferencias entre Rafael Bielsa y la Casa Rosada.
Ciudad sensible a la exasperación cotidiana, muy divulgada (y posiblemente exagerada) por los medios electrónicos de difusión, la Capital generó en estos siete días las dos imágenes políticas de la semana más potentes y la trastienda más llamativa, la del PJ.
Los dos hechos dignos de recordación fueron la repudiable agresión a Estela Carlotto y la presencia casi unánime de candidatos distritales en la conferencia de prensa de un grupo de familiares de víctimas de la tragedia de Cromañón. Tantos candidatos variopintos y enfrentados hubo que los organizadores debieron sudar la gota gorda para sentarlos de modo que adversarios irreconciliables no quedaran contiguos con “al lado de ése no me siento”.
Es imposible predeterminar qué incidencia tendrán los dos datos más fuertes de la semana sobre la coyuntura política y en las elecciones, pero es posible (no más que posible, nada menos que posible) que pesen lo suyo.
El primer factor común entre los hechos –perceptible a simple vista– es la presencia de familiares de las víctimas. El segundo, menos aparente pero relevante, es alguna división entre ellos. Quienes agredieron a quizá la máxima referencia moral de un país que tiene pocas obraron de modo agresivo e intolerante, contraviniendo la mejor tradición en la lucha por los derechos humanos. En estos meses, han protagonizado otros episodios de violencia acotada pero no justificable ni funcional a la búsqueda de verdad y justicia. El asedio y las agresiones a Omar Chabán, las presiones sobre León Gieco, algunas agresiones físicas aquí y allá contradicen la templanza histórica de quienes son faro ejemplar en la lucha contra los abusos, los organismos de derechos humanos que pugnan contra el despotismo y la impunidad desde tiempos de la dictadura militar.
Es posible que todos o algunos de esos familiares se reúnan pasado mañana con Estela Carlotto para reparar en parte lo mal que obraron. Ciertamente, es deseable que así ocurra.
Otros familiares eligieron diferenciarse drásticamente de la agresión. El núcleo más organizado y consistente (que no el único) es el que representa públicamente el abogado José Iglesias. Uno de sus integrantes, Pablo Blanco, asistió a la conferencia de prensa de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo a testimoniar su solidaridad (ver una de las fotos que ilustra esta columna).
Iglesias es abogado y representa a 38 deudos en la causa penal. Ya el 31 de diciembre de 2004 comenzó a percibirse que era un emergente importante entre las víctimas, en buena medida por propia voluntad. “A Aníbal Ibarra le nació un Blumberg”, comentó entonces, para que se entendiera. Desde enero se consagró a la querella, a los medios y también estableció buena relación con el gobierno nacional. El ministro del Interior, Aníbal Fernández, habilitó desde el vamos una reunión semanal con los familiares que quieran asistir, en su despacho, los lunes cerca del mediodía. Iglesias, por integrar un grupo más o menos homogéneo, por tener participación activa en el expediente penal y también por apegarse a un discurso institucional sin fisuras, se constituyó en un interlocutor confiable del Gobierno.
La autocomparación con Blumberg le hace flaco favor a Iglesias en lo que hace a sus movimientos públicos, que no han incluido ningún paso en falso en materia institucional. Mucho menos ha tenido los brotes de fascismo explícito en que recae el empresario con alguna asiduidad. Ni un vocablo golpista, ni discriminatorio, ni siquiera algún desliz a lo políticamente incorrecto. Intransigente en sus objetivos, Iglesias ha sido muy ponderado en el modo de plantearlos. Su crítica al ataque a Carlotto lo mostró coherente y sugirió un liderazgo, que el gobierno nacional observa con respeto.
Y que Aníbal Ibarra también estima propicio a sus movidas más inminentes, aunque suene paradójico, porque todos los familiares, más allá de sus diferencias metodológicas, aspiran a su destitución.
Un giro del ibarrismo
La conferencia de prensa del martes tuvo un notable presentismo de candidatos. Casi todas las cabezas de lista estuvieron presentes, incluidos dos presidenciables. Bielsa se hizo representar por su esposa y Mauricio Macri (en un gesto menos comentado pero significativo) por Horacio Rodríguez Larreta. El canciller estaba fuera del país, en misión oficial. El presidente de Boca, según dijo, estaba cansado tras regresar de un viaje con el equipo de sus amores. Su ausencia personal da qué pensar. Quizá su pereza tributó a cierta inconstancia que suele mostrar puesto a batallar políticamente. Quizá remite a las dudas que tiene respecto de qué hacer en lo inmediato respecto de la situación de Ibarra.
En cualquier caso, el aval político al avance del juicio político fue muy potente. Ese mismo día ocurrió el ataque a Carlotto, con las consecuentes reacciones críticas y de desagravio.
Ese nuevo escenario, entre otros factores, motiva al ibarrismo a imprimir un giro táctico en relación con el juicio político. Hasta la semana pasada, su núcleo era la desacreditación y el vaciamiento. En los días que se vienen, todo indica que el ibarrismo intentará que la respectiva votación en el recinto se acelere mucho. Su anhelo es que la Comisión Acusadora (45 integrantes de la Legislatura unicameral ya sorteados) resuelva antes de fines de septiembre si acusa o no al jefe de Gobierno. Para eso haría falta una mayoría especial de 30 diputados. Escrutando (y operando) un mapa legislativo asombroso, del que algo se dirá en el párrafo siguiente, el ibarrismo cree que conseguirá zafar, aunque quizá quedando en minoría. Los baqueanos de la Legislatura, incluidos los del oficialismo porteño, computan que si se votara hoy un resultado imaginable sería algo así como 26 votos por acusar y 19 por rechazar el juicio político. O sea cuatro votos menos de los necesarios para que prosiga el juicio ante la Cámara juzgadora.
Para acelerar el expediente, el ibarrismo debería restringir voluntariamente los plazos para su defensa, que son muy generosos pues llegan a 60 días hábiles parlamentarios prorrogables. También debería esperar que otros legisladores de la comisión de juicio político autolimitaran el pedido de pruebas. Eso es bien factible. Los más interesados en la acusación podrían hacer suyo el dictamen de la comisión investigadora, bancarlo “a libro cerrado” y desistir de producir nuevas pruebas. Así puede resolverse, abreviando mucho los trámites, en la sesión legislativa del miércoles próximo.
Variados motivos incuban este giro del ibarrismo. Su lectura de sondeos de opinión propios lo induce a creer que la aprobación pública del jefe de Gobierno alcanza niveles estimables y que la crispación social media nada tiene que ver con la que demuestran los legisladores opositores. También leen que los familiares de las víctimas tienen menos predicamento que el que sugiere su repercusión mediática. Por último, registran que es muy alta la desaprobación de los encuestados a la Legislatura.
Aunque no lo digan, es imaginable que los ibarristas tomen en cuenta que la actual Legislatura es predecible en su composición y la que surja de la elección es más aleatoria.
En ese nuevo designio, los legisladores ibarristas pusieron entre paréntesis sus recurrentes críticas al dictamen investigatorio y votaron con el resto del cuerpo el pase a la comisión de juicio político.
Los trámites ulteriores, claro, no dependen sólo del ibarrismo sino del heteróclito conjunto de los parlamentarios.
Ciudad de pobres instituciones
Si la provincia de Buenos Aires testimonia cómo funciona la gobernabilidad en un distrito hegemonizado por el peronismo, la Capital sugiere qué tal son las cosas en uno donde el justicialismo no existe. En verdad, tampoco es muy estimulante y seguramente propende más a la incerteza. El Legislativo sólo puede aspirar a un galardón, un premio Guinness.
Tres bloques o coaliciones representan a algo así como la mitad de los diputados: el macrismo, el panibarrismo, el kirchnerismo. La otra mitad se fragmenta entre casi 20 bloques, expresivos de una incompetencia política difícil de superar. La dificultad para articular, la labilidad de los compromisos orgánicos, un personalismo exacerbado redondean un cuadro patético de escueta correspondencia con proyectos reales para la Ciudad o con los intereses de los porteños.
El archipiélago de diputados de izquierda está tan jugado contra el jefe de Gobierno como el panibarrismo a su favor. En ese cuadro, el macrismo y el kirchnerismo se tornan esenciales de cara a lo que se vote y a cuándo se vota.
Macri, dicen sus circunstantes, cavila pero estaría predispuesto a acompañar el proceso de aceleración de la votación. Un primario sentido común sugeriría que es chocante que quiera lo mismo que su adversario preferido, siendo que va a ser vencido en la votación. Es posible que el empresario imagine que algunos diputados podrán cambiar de criterio. Pero, quizá no lo conturbe demasiado una votación en la que Ibarra zafe por poco, con el apoyo de los kirchneristas. Al ver de muchos macristas, incluido su asesor de imagen ecuatoriano, lo que más le conviene a Compromiso para el Cambio es un gobierno local desprestigiado con quien contender hasta 2007, algo que una votación ajustada podría catalizar.
Puede entonces existir una confluencia (objetiva, no conspirativa) entre macrismo e ibarrismo en instar una resolución presta del juicio político, seguramente porque ambas fuerzas imaginan futuros diferentes después de la decisión. El macrismo intuye un rival vulnerable, en consunción. El ibarrismo confía en relegitimarse, andando el tiempo, ya dispensado de la espada de Damocles de la destitución. Ambos argumentan que es insoportable seguir más tiempo en vilo con una situación indefinida.
La agresión a Estela Carlotto, su masiva reprobación y la templanza mostrada por buena parte de los familiares, en especial los cercanos a Iglesias, son (para el ibarrismo) una corroboración de su opción. En la Jefatura de Gobierno porteño se aventura que una eventual absolución no podría desatar una reacción similar a la ocurrida tras la excarcelación de Omar Chabán. Según ellos, el clima social es distinto, desalentador de la exacerbación de las pasiones, de la bronca incontenible expresada en las calles.
Se trata de una profecía muy aventurada, que homologa circunstancias bastante distintas. Pero ésa es la hipótesis de trabajo del ibarrismo, que sólo podría cuajar contando con el concurso del macrismo para cerrar el trámite de la comisión. Y con el voto favorable del bloque kirchnerista, otro intríngulis.
Kda uno es kda cual
Tres actores, por así decirlo, integran la galaxia K en el distrito: la Casa Rosada, Bielsa y los legisladores. Decir que no viene actuando muy en conjunto es un eufemismo.
Las diferencias entre Bielsa y la Rosada, en especial con el jefe de Gabinete, ya se han convertido en un tópico. El canciller pugna por ser un candidato con perfil propio, diferenciable en estilo del kirchnerismo. Esa diferenciación podría ser funcional a su aceptación por el padrón porteño, muy arisco al peronismo y (en la elección del 2003) muy poco pródigo con el kirchnerismo. Pero también arriesga difuminar su perfil oficialista, minimizando la ventaja comparativa que significa ser paladín de un presidente con buena imagen pública.
Se trata de una tensión entre la personalización del candidato y su bandería, no tan infrecuente en una campaña. No es un dilema sencillo pero tampoco es insoluble. Los puntales de campaña oficialistas deben gestionarlas diferencias entre el candidato y la escudería de modo que no sean lesivos para su aceptación.
De momento, Bielsa y Fernández no han logrado gestionar esas diferencias de modo eficaz, ni siquiera reservado. Sus reiterados choques y diferencias han sido ostensibles. El pico de esta semana fue la presencia de la esposa de Bielsa en la conferencia de prensa de los familiares de Cromañón, muy contradictoria con declaraciones previas de Fernández sobre la calidad del dictamen de la comisión investigadora.
Según confidentes de Palacio, ni Kirchner ni Cristina Fernández se privaron de cuestionar al candidato por haberse unido a toda la oposición, en lo que leyeron una desautorización al discurso del oficialismo. Hubo una agria discusión telefónica internacional entre el canciller y el jefe de Gabinete.
El viernes, coinciden ambas partes, en el contexto de un acto en la Rosada, ambos y Kirchner pusieron paños fríos y consensuaron trabajar más unidos y con menos roces. Un camino imprescindible que les está costando emprender, porque a las diferencias se le adiciona una buena dosis de desconfianza recíproca potenciada por la falta de diálogo. Los intercambios entre Fernández y Bielsa son asiduos pero (así al menos se endilgan ambos) suelen ser ulteriores a sus movidas, que no vienen consensuando mínimamente.
Los legisladores K, que se referencian en Fernández, observan con reticencia esos devaneos y se preocupan por su propia posición de cara a la aceleración del juicio político. “No vamos a ser el pato de la boda”, comentaron por separado, calcados, dos de ellos a este diario. La idea de votar la inocencia de Ibarra en medio de la campaña les parece un riesgo político severo para ellos y para Bielsa, urdido sólo en función de las urgencias del jefe de Gobierno. Tampoco los complace como solución institucional.
Alberto Fernández dijo que no dará directivas a los legisladores de cara al juicio político. Bielsa todavía no se expidió sobre el punto, pero es verosímil pensar que le cuadraría más evitar una situación impredecible y excitada un mes antes del comicio.
Parece quimérico defender la institucionalidad en un territorio donde la crispación es la regla y la deslegitimación recíproca una añeja costumbre. Sin embargo, aun en un sistema democrático raído es imprescindible respetar ciertas instancias, consagrar ciertas rutinas, consensuar mínimos respetos cruzados. La autoconservación debería ser un principio cardinal compartido por partidos y candidatos en la ciudad que más vibró con el que se vayan todos. Pero no.
Una circunstancia política gravísima como es la votación sobre un juicio político debería ser puesta a cubierto de los vaivenes de la campaña, algo que sólo puede garantizarse evitando su coincidencia en el tiempo. Quizás así deba ser, pero nada garantiza que así sea en una ciudad que no es para nada de pobres corazones pero sí de pobres instituciones.