EL PAíS › OPINION

Lo malo, si largo, dos veces malo

Por Mario Wainfeld

Culmina una campaña cuyo comienzo se remonta a las brumas del pasado remoto y cuya ausencia no será añorada por nadie, salvo por quienes hayan estado involucrados profesionalmente en el desaguisado. Un producto humano tan extendido en el tiempo y en el espacio no es uniforme, por definición. Existieron excepciones, pero la media ha sido la chatura, la falta de ideas, la desmovilización, el desaliento a formas nuevas (o viejas) de participación.
Releída la competencia a la hora final, es patente que el gran protagonista de la puja fue el Presidente, quien intervino intensamente, consiguió un abrumador dominio de la agenda y, todo lo indica, logrará una victoria amplia. Aun si así no fuera, lo real es que se habló (básicamente) de lo que propuso Néstor Kirchner, tanto como se miraron preponderantemente los territorios en los que él fue, alternativamente, posando su libido.

Plebiscito y polarización:
Las elecciones que anteceden en dos años a las presidenciales son en la Argentina determinantes (y proféticas) del futuro. Néstor Kirchner sinceró ese dato empírico. La oposición lo cuestionó y todo indica que se equivocó. Se equivocó al leer la historia reciente que revela que esos comicios anticipan, con feroz regularidad, el resultado de las presidenciales. Sólo Carlos Menem prevaleció en la votación de 1993 y fue reelecto en 1995. Alfonsín, que perdió en 1987 le cedió lugar en 1989. El riojano, que trastabilló en 1997 a manos de la Alianza, le entregó la banda a Fernando de la Rúa en 1999. Este, que padeció un plebiscito en contra en 2001, no pudo siquiera llegar a 2002. A Kirchner esa constante lo escalda mucho, ya que (a diferencia de Alfonsín, Menem y De la Rúa) su mandato no nació con una legitimidad sustentada en el voto de la mitad del padrón nacional.
Kirchner leyó bien la situación y jugó fuerte a favor de esa corriente. Parece que consiguió transformar el plebiscito en una polarización que las elecciones parlamentarias, de ordinario, propenden a amortiguar. En Buenos Aires y Santa Fe el partido parece jugarse entre dos, en Capital y Córdoba, entre tres. En Mendoza puede que sea entre dos, puede que entre tres. En Tucumán se avizora un resultado semejante al unicato. Y estamos hablando de los distritos más poblados del país. La diferencia con la fragmentaria representación parlamentaria que surgió del voto en 2001 pinta para ser muy grande. El impacto de esa contingencia sobre la representación parlamentaria de la izquierda puede ser llamativo.

Sin tiza, sin carbón, sin spots:
La campaña que más se pareció a los afanes de Kirchner fue la de Cristina Fernández. La candidata emblema no participó en debates, no concedió reportajes, no fue a la tele en ningún formato. Recién en la última semana apareció en spots publicitarios, casi como una formalidad cuando se daba por hecho que la suerte estaba echada. Lo suyo fue un caso extremo, pero hubo muchas herramientas tradicionales de campaña que estos meses quedaron herrumbradas. Más allá de un preocupante y repudiable episodio de violencia en Quilmes, no hubo mucha batalla por las paredes en Buenos Aires. Escasearon los actos masivos. De caravanas, ni hablar. La publicidad comercial fue menos ostensible que otras veces. El spot más sonado, el de la plebeyización machista de López Murphy, fue más observado como tema de polémica que como oferta publicitaria.
La mediatización de la campaña fue imponente. Hasta el debate entre los tres punteros en la compulsa porteña pesó más por su repercusión ulterior que por el impacto que produjo en sus pocos telespectadores. Entre paréntesis, ese debate fue una de las pocas instancias que combinó aceptable nivel político con algo de espectáculo.

Como la Selección de fútbol:
Cinco dirigentes compitieron en paridad por ser presidentes en 2003. Cuatro de ellos (Elisa Carrió, López Murphy, Menem y Adolfo Rodríguez Saá) buscarán una banca el domingo. Kirchner, ya se dijo, está en el centro de la refriega. Muchos otros candidatosintegran el conjunto de las figuras más expectables de la política local, por no mentar más que un puñado piénsese en Cristina Fernández de Kirchner, Hilda González de Duhalde. Mauricio Macri, Rafael Bielsa, Hermes Binner, Jorge Sobisch. Prácticamente todas las primeras figuras de las menguadas fuerzas de izquierda son candidatos. Distintos cortes de surtidas carnes se han puesto en el asador. Pero la parrillada no ha sido formidable.
Como sucede con la Selección nacional de fútbol, la pobreza de desempeños no parece derivada de la falta de figuras relevantes en el plantel. La productividad colectiva deja bastante que desear, lo que no habla tanto de que no estén todos los que son sino de cómo son todos los que están.
Algunos optimistas auguran que el Congreso mejorará con el acceso de figuras más rutilantes que las que predominan ahora. Habrá que ver.

El imperio de los sondeos:
Mucho queda por discutir acerca de las encuestas y los resultados de la Capital pueden dar mucho aire a la polémica, si se confirman los virajes que, en la recta final, auguran muchos consultores. Estos debates no deberían obturar una corroboración: las encuestas parecen haber indicado las tendencias dominantes, en especial la gran concentración de los votos. Y han determinado las movidas de muchos actores en juego, que aunque las cuestionen, han adecuado sus tácticas a ellas. Un caso notorio de movilidad fue Ricardo López Murphy, que arrancó en pos de la senaduría y confrontando con el Frente para la Victoria y termina pugnando por no perder el tercer puesto y confrontando con el duhaldismo.
El radicalismo, en Capital y Buenos Aires, y el PJ bonaerense asumieron muy rápidamente su dificultad para apelar a votantes “independientes”. Se abroquelaron en una suerte de nacionalismo partidario, con fuerte apelación identitaria, tratando de amainar la ola polarizadora que los relegaba. Nadie que no sea radical se siente interpelado a votar si se lo llama desde la boina blanca. Nadie que no sea peronista se siente conmovido si se le habla afincado en las veinte verdades. El éxito de esa praxis defensiva está por verse, porque el núcleo de lealtades previas es fuerte. Sea como sea, en ese juego resistente hay una dimisión implícita al crecimiento.
Un interrogante a develar en horas es si la existencia de encuestas que vaticinan que muchos partidos chicos no colarán ni un candidato, inducirán un voto útil en pos de los elegibles, lo que agravaría la malaria de los del pelotón de abajo.

De La Quiaca a Ushuaia:
Amén de Kirchner sólo una protagonista competitiva, Carrió, trasegó todo el territorio nacional. El radicalismo se fragmentó en tantas estrategias como provincias, en las que puede lograr resultados muy dispares. Binner, Sobisch, López Murphy, Macri, pueden tener aspiraciones nacionales pero juegan su suerte futura básicamente en un solo distrito. El duhaldismo, ni qué hablar. Según el resultado puede ocurrir que el PJ sea la única fuerza nacional subsistente o que sea la mayor, muy dominante. En ese mapa, Kirchner, el gran elector, no tendrá todavía poder territorial en ninguna provincia que no sea la suya. Le vaya como le vaya, el suyo seguirá siendo un gobierno débil en estructuras políticas. En ese sentido es bien posible que el Presidente haya pensado esta campaña (con un par de presencias determinantes “del palo” sobrevolando las estructuras) como una maqueta de la de 2007.

A modo de cierre:
En un sistema fuertemente presidencialista, las campañas electorales suelen ser muy gobierno-céntricas, proclividad que se repite en las provincias. En tiempos de crecimiento económico las elecciones suelen ser propicias para los oficialismos. La primera regla se corroboró con creces. De qué pasó con la segunda, hablaremos el lunes.

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