EL PAíS › SE APROBO SUBVERSION ECONOMICA Y SE REGLAMENTO EL CORRALITO

Otra ofrenda con papelón incluido

Las encuestas sobre el corralito. La pax pampeana. A imaginar cronogramas electorales. La seguridad en debate: mano dura piden los gobernas. El bochorno del Senado: una comedia que dio vergüenza. Averiguaciones sobre paraderos.

 Por Mario Wainfeld

El funcionario tiene un par de celulares desarmados sobre su escritorio. A sus espaldas, adusto, potente, está Sarmiento. Una estatua de bronce, de buen tamaño, un Sarmiento macizo de medio metro o algo así. Página/12 recuerda haber visto esa misma estatua en otro despacho de la Casa Rosada, cuando gobernaba la Alianza. Tal vez no sea la misma estatua que cambió de repartición, tal vez haya en la Rosada parvas de estatuas iguales, multiuso, repetidas por insondables razones burocráticas o de mecenazgo, como ocurre en el Museo del Vaticano. Página/12 no lo sabe, ni lo pregunta. De momento, le interesan más un par de carpetas que andan por ahí. Encuestas.
“Son de Hugo Haime y Julio Aurelio”, explica el hombre de Duhalde. “Dan más o menos lo mismo: el 65 por ciento de los ahorristas está contra el plan de liberación del corralito. El 35 por ciento a favor”.
“Treinta y cinco a favor, mucho mejor que el Gobierno”, ironiza, sin mentir, este diario.
“Y que el peronismo y el radicalismo juntos”, ríe de buena gana el funcionario, sarcástico, de buena onda en esta semana, como casi todos en ese paraje.
Viñetas pampeanas
La cumbre de los gobernadores discurrió sin drama. La ley de Subversión Económica fue derogada. Felipe Solá estampó la millonaria en el acuerdo de reducción de gasto público provincial y Carlos Reutemann lo hará en la semana que empieza mañana, aseguran en el Ministerio del Interior. El decreto de necesidad y urgencia (DNU) que reglamenta la salida del corralito ya está. No tendrá exactamente la cinta azul de la popularidad pero, piensan en Gobierno, tampoco hará aumentar exponencialmente la ya rutinizada protesta cotidiana de los ahorristas. Vayan preparando la vajilla de lujo, que cualquier día regresan los compañeros del FMI.
Aire de distensión, alguna encuesta electoral, aneja a las que miden la bronca de los ahorristas, el microclima del Gobierno el viernes era primaveral. Area esta de mucha amplitud climática: la semana anterior el tema central era la renuncia del Presidente. Y el mismo lunes, en La Pampa, Eduardo Duhalde volvió a blandirla como amenaza, como recurso, seguramente también como catarsis. Tal vez sobreactuaba, pero registraba bien el tono del cónclave. Néstor Kirchner fue el único gobernador que bregó por elecciones ya, sus restantes compañeros no quieren que se vaya ahora. Sus tres colegas a cargo de las provincias más grandes anhelan que Duhalde pague los costos del acuerdo definitivo con el FMI y que organice una transición ordenada. Buena parte del Gobierno coincide con ese anhelo. Más duhaldistas que Duhalde, los gobernadores de provincias chicas, por ahora, proponen que siga hasta el final pautado de su mandato, un final que da la sensación de ser demasiado remoto. Cada cual, claro, atiende su juego. Carlos Reutemann y José Manuel De la Sota imaginan recalar en el gobierno nacional pero aspiran a que alguien haya hecho ciertas enojosas tareas de mantenimiento previas. El salteño Juan Carlos Romero, que funge de avanzada de las provincias chicas, necesita tiempo para instalar su figura.
Poca sinceridad, mucho arsénico y encaje antiguo en La Pampa. Duhalde se alzó con un papelito de apoyo, un calco de los 14 puntos y unos días de aire. En medio de tanta gestualidad bizantina, hubo un cruce que traerá cola, que ya reveló Página/12. Romero y el dueño de casa Rubén Marín le reprocharon a Duhalde la falta de energía para reprimir las protestas callejeras, su política de seguridad en general. José Manuel de la Sota se sumó manifestando que “no se puede permitir que circulen encapuchados por las calles”. El secretario del área les replicó duramente. Al pampeano le preguntó: “¿Por qué vos, que pedís mano dura en Buenos Aires, no hacés nada con los que nos vienen escrachando y puteando desde que llegamos acá? Porque sabés que eso te sepulta”. A De la Sota le señaló “a mí tampoco me gustan los encapuchados. Pero, contáme, Gallego, ¿qué delito cometen?”. De la Sota, abogado como Alvarez, no tuvo respuesta legal, pero insistió en la necesidad “política” de hacer tronar cierto escarmiento contra los manifestantes.
La embestida de varios gobernadores contra lo que viene siendo una de las más estimables decisiones del Gobierno –tratar de evitar violencia represiva contra los ahorristas, promoviendo cierta templanza y tratando de prevenir incidentes serios vía “saturación policial”– sigue en pie. Cuenta por lo demás con apoyo en el propio riñón bonaerense y en la cartera de Defensa en la que, aunque usted no lo crea, sigue revistando el Coronel, honoris causa, José Horacio Jaunarena.
La jornada de movilización del miércoles, promovida por la Central de Trabajadores Argentinos, fue agitada como un espantajo por sectores del Gobierno y comunicadores que auguraban disturbios y violencia. No los hubo y para quienes manejan la seguridad en el Gobierno eso fue un triunfo. También, sobre todo, lo fue para sus promotores, que consiguieron expresar la protesta en toda la geografía nacional y dieron prueba de organización y de conciencia.
Internas, la sal de la vida
En otro despacho de la Rosada, otro integrante del gabinete está en operaciones electorales. “Hay que armar la provincia. Ir pensando las listas, colocar allí a la gente.”
Según el operador, no queda tanto tiempo. El proyecto más sensato, arguye, es convocar a internas abiertas simultáneas de todos los partidos para octubre y elecciones generales para febrero, renovando todos los mandatos y abriendo espacio a nuevos partidos. Mientras el socio del silencio culposo, Raúl Alfonsín, veta sistemáticamente toda propuesta de oxigenación del sistema de representación, los peronistas –más pragmáticosy más confiados en sus fuerzas– piensan que permitir nuevos partidos y formas de representación disminuirá el caudal de voto bronca y desperdigará a la oposición. “Cuando hay muchas opciones ‘por abajo’, el que está arriba gana”, imagina el operador y ya se sabe quién, según él, está arriba.
El Pacto de Olivos (Part XXXIII)
“Sale 34 a 34.” Cinco cronistas de Página/12, incluido el autor de esta nota, recibieron anticipos del resultado de la votación senatorial horas antes de que se produjera: los dos que cubrían el Congreso, tres que transitaban por despachos del Ejecutivo. La corporación política y quienes la trajinan conocían la urdimbre de la enésima jugarreta parlamentaria desde tempranito. El dato viene a cuento pues sirve para deducir la complicidad radical en la jugada. No ya la patética pero expuesta complicidad de los dos senadores rionegrinos de la UCR, sino la capciosa intervención de sus correligionarios que dieron quórum sabiendo que con eso sellaban la suerte de la ley y luego jugaron a ser doncellas ofendidas.
El peronismo y el radicalismo vienen consagrándose, entre otras depredaciones, a vaciar de contenido la acción parlamentaria. Desde hace tiempo arman debates que no son, proponen con la boca decisiones que luego abandonan con el cuerpo, se indignan en el recinto mientras rosquean en los pasillos. Muy a cuento, el periodista Eduardo Tagliaferro recordó en el diario de ayer una sesión ocurrida pocos meses ha pero alejada de las memorias de muchos por el vértigo de nuestra historia: en ese caso, gobernaba la Alianza, los que retiraron sus senadores para posibilitar que ganara el oficialismo fueron los peronistas y el que desempató fue el radical Mario Losada. Un role-playing perfecto donde sólo cambia quien hace de oficialista y quien se caracteriza de pseudo opositor.
Los dirigentes políticos se enardecen cuando ulula el “que se vayan todos” pero hacen lo imposible para igualarse en el mismo lodo, como viene ocurriendo desde el Pacto de Olivos.
Si la senadora Amanda Isidori pensaba que lo mejor para la Argentina era derogar la ley, debía quedarse en el recinto y levantar la manito. No hacer una movida hipócrita y dual, que naturalmente asquea a quienes no forman parte del juego.
La euforia peronista tras la votación también incita a la náusea. José Luis Gioja levantando su pulgar evoca a sus compañeros que cantaban la marcha peronista cuando –yendo más allá que la mayoría de los gobiernos neoliberales de América Latina– privatizaron YPF, generando la simiente de la desocupación de miles de argentinos, de decenas de pueblos fantasma, de pérdida de recursos fiscales irrecuperables. Una fiesta reiterada, compañero Gioja.
Simbólica como pocas, la ley de Subversión Económica sólo ponía en debate una cuestión de poder. Una intromisión foránea asombrosa en la legislación penal nativa, una norma para ahorrar malos ratos a un puñado de pillos de guante blanco. No pone en cuestión el déficit fiscal, el rojo de vaya a saber qué cuentas, el clientelismo de las provincias o esos cucos tan de moda. Sencillamente desde el Norte se pedía al Gobierno que se bajara los pantalones.
Hay instancias crueles en la vida de los pueblos. En tales casos es exigible altura para asumir caminos dolorosos. Sea. Ya es terrible que haya que debatir si hay que bajarse los pantalones. El autor de estas líneas cree que hacerlo es intolerable y seguramente vano. Pero puede suponer que haya partidarios honestos de tamaña opción. Lo que colma toda medida es su desparpajo a la hora de celebrar la decisión, que se supone dolorosa: parece que les gusta.
Queda la amarga sensación de que nada bueno, ni siquiera nada decoroso, puede esperarse de la coalición parlamentaria gobernante. Su decisión fue lamentable, abdicante y se rodeó de una liturgia mentirosa, un circo quedescalifica a la política democrática justo en uno de sus momentos más lánguidos.
Vendetta con los propios
En surtidos pasillos y despachos del Congreso y del Ejecutivo se amañan venganzas contra los ocho senadores rebeldes del peronismo. Algunos de sus compañeros tienen cargos en el gobierno nacional, tendrán que ir ahuecando el ala.
Nada indica que los radicales vayan a sufrir represalias análogas, lo que comprueba que el Gobierno piensa que los palos en la rueda se los ponen los compañeros y no los correligionarios. Por algo será. Tampoco parece que el fervor patriótico de los radicales y su supuesto sesgo opositor los lleve a pedir las renuncias de los dos ministros que tienen en el gabinete y de los infinitos supernumerarios que colman reparticiones nacionales.
El testigo de bronce
“¿Qué pasó con el Ministerio de la Producción?”, pregunta el politólogo sueco, que escribe una tesis de posgrado sobre Argentina. Puntilloso el hombre, recuerda cosas archivadas en el desván. Está vacante, se le explica. “¿Tiene funcionarios?”, insiste, cargoso, detallista. Mejor no indagar, sugiere el cronista. “¿Qué es de la vida de José Ignacio de Mendiguren? ¿Y de sus propuestas?”, insiste el escandinavo y el cronista lo expulsa por provocador.
Aunque hay que reconocerle cierta percepción. El virtual cierre de la repartición da cuenta de cómo se desmadejó la coalición oficial y lo que pudo parecer su proyecto. Hoy su solo afán es cumplir los 14 puntos y, en su ala sensata, retirarse en buen orden.
“El problema –dice un memorioso que trabaja en Economía– es que el FMI nos pidió un plan sustentable y eso lo abandonamos hace rato. Lo que bien puede pasar es que nos sigan corriendo el arco, porque cumplimos algunas de sus demandas pero del plan sustentable, ni rastros.” En verdad, lo que sigue impertérrita es la economía real, en la que nadie repara mientras se juega al ajedrez parlamentario.
Jugadas todas sus fichas al acuerdo con el FMI, el clima de la Rosada antes del fin de semana trasuntaba un ligero optimismo. Roberto Lavagna recibió un par de palabras amables, teléfono en mano, desde Washington y el DNU sobre el corralito define, mal y muy, muuuuuuy tarde, la situación de los ahorristas. La renuncia del Presidente parecía una pesadilla remota, aunque se habló de ella hasta la misma mañana del jueves, día de la sesión senatorial.
¿Cuánto durará la relativa calma, el penoso éxito de esta semana? Todo es efímero en Balcarce 50, parece decir el Sarmiento de bronce, acostumbrado a ver pasar gobiernos como si fueran agua bajo el puente. Tan parecidos entre sí como una estatua de Sarmiento a otra.

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