EL PAíS
La gente tiene todo el Mundial y más para elegir cómo va a perder
El depositante argentino es un preso al que le dan a elegir entre dos patios de la prisión. Uno es el Estado, fundido e inerme, que pasaría a ser su deudor. Otro el banco, que puede cerrar en cualquier momento. Cada quien debe adivinar el mal menor. El menú incluye dólares a la cacerola.
Por Julio Nudler
Para que en las próximas semanas los argentinos piensen en algo más que el fútbol, el Gobierno resolvió proponerles que decidan, respecto de la plata que les apresó el corralito, si prefieren que se las deban los bancos donde candorosamente la pusieron, o desconfían menos del Estado, a pesar de todo. En el primer caso, los depósitos seguirán pesificados y ajustándose por inflación, documentados en unos papeles que se llamarán Cedros (quizá les cuadraría más llamarse Cipreses, por tratarse de un cementerio financiero). Esos certificados servirán para diversos usos, desde la compra de acciones hasta el pago de impuestos atrasados. Quien elija esta variante mostrará su fe en la supervivencia del banco y en la inflación, y cierta vocación por vivificar con su dinero la economía. Quienes opten por los bonos retornarán al dólar (a un dólar muy mediatizado, se entiende) al increíble precio de $ 1,40 por unidad. Los elementos de juicio para que cada uno tome su decisión en los próximos 30 días hábiles son escasos.
Al ministro de Economía, Roberto Lavagna, no le caería bien que nadie acepte el bono porque eso se vería como un fracaso suyo y además le empeoraría aún más la relación con los bancos extranjeros, partidarios de un bono estatal y compulsivo para quitarse definitivamente el problema de encima. Pero el problema del bono es que a través de esos títulos el Estado vuelve a dolarizar la deuda que antes pesificó. Al final del partido puede encontrarse así con una deuda pública en dólares tan grande como la que tenía antes, pero en una economía cuyo tamaño, medido en dólares, es más de un 50 por ciento menor. Además, como los bonos son de aceptación voluntaria, para seducir a los encorralados -y como concesión a los bancos– se los dota de un “rendimiento atractivo” (mayor que el que pretendía ofrecer el Bónex de Remes), como subrayó ayer Lavagna en su rueda de prensa. Por ejemplo, tasa variable. Pero, ¿cómo hará el Estado para pagar un rendimiento atractivo? ¿Cuánto deberían crecer la economía y la recaudación para que obtenga los recursos? ¿Qué chance hay de que eso suceda? ¿O habrá otro canje en el horizonte? En todo caso, el ofrecimiento de una disyuntiva voluntaria y dolarizada le permite al Ejecutivo darle a la Corte lo que necesita para cesar la intifada judicial contra el corralón. Como se ve, ningún argentino que alguna vez puso plata en el banco podrá ocupar todo su cerebro con el fútbol durante el Mundial.
Pasando en limpio, la elección para el depositante es: 1) riesgo Estado, recibiendo bonos dolarizados a largo plazo, pero con mercado de reventa y diversas aplicaciones posibles; 2) riesgo banco, quedándose en pesos indexados, con un cronograma más corto de recuperación y también opciones de salida. De todas formas, estos dos caminos alternativos pueden unirse más adelante si el banco en cuestión se funde. En ese caso, el depositante recibirá bonos, porque el Banco Central no va a monetizar el clavo. Estos bonos ya no serán voluntarios sino, obviamente, compulsivos. Pero, además, serán emitidos en pesos, o bien en dólares, pero no a 1,40 por unidad sino al tipo de cambio –claramente muy superior– que rija en el momento.
Aquí la pregunta es si los bancos, en general, van a mantenerse en pie el día en que al drenaje del corralito (cuentas a la vista) se le sumen los primeros vencimientos del corralón (plazos fijos reprogramados), previstos para el 2003. No olvidar que éstos se habrán hinchado considerablemente por la indexación. Si el Banco Central facilita el dinero a los bancos por medio de redescuentos, la emisión por ese solo concepto, aun en el caso de que la mitad de los plazos fijos se hubiese convertido en bonos, podría resultar semejante a casi toda la circulación monetaria que hoy existe. Esa es la amenaza de dólar por las nubes e hiperinflación que agitan los partidarios del bono compulsivo, descartado por Lavagna.
La alternativa es que el BCRA niegue los redescuentos y haya una gran mortandad de bancos. ¿Pero cuántos podrán zozobrar sin llevarse consigo al fondo al directorio del Central y quizás al Gobierno mismo? Este parece uncul de sac. La esperanza para el sistema es que las prometidas nuevas cuentas que se habilitarán atraigan a los bancos la liquidez que necesitan para que la vieja cartera de depósitos se extinga sin una hecatombe, y que también vaya habiendo recupero de créditos. De otro modo, si de los bancos sólo sale plata, el final será igual de nefasto, cualquiera sea el camino que se tome. Pero para detener la sangría es preciso que el público recobre la confianza perdida en los activos financieros locales, en pesos o en moneda extranjera, y perdone a los bancos el mal que le han hecho. ¿Hay posibilidad de que esto suceda a tiempo? Aquí reside la apuesta al acuerdo con el FMI. ¿Pero el Fondo quiere acordar, o seguirá corriendo la línea? Si no ayuda a un país en esta crítica situación, ¿para qué está?
Si hasta ahora se evitó la híper es porque al Central le quedaban reservas. Y se la seguirá evitando mientras haya dólares para alimentar el mercado. Pero a esta altura la condición es que los organismos multilaterales le reprogramen la deuda a la Argentina, en lugar de vaciarle las reservas, y si es posible se las refuercen. En ese caso, la foto dará bien: la relación reservas-circulante dará un dólar bastante inferior al actual. En cuanto a la película, dependerá este año de lo que drene el corralito, del que la gente está llevándose pesos licuados. Para esterilizarlos, Lavagna ofrece el complicado mecanismo de licitar bonos en dólares o en pesos ajustables. En cuanto al Fondo, seguramente envíe con prontitud una nueva misión, pero eso no excluye que la elaboración de la carta de intención sea laboriosa y cansina.
Por de pronto, a pesar de los grandes anuncios de la víspera, es probable que mañana nada cambie en el sísmico paisaje financiero. La gente seguirá llevándose de los bancos toda la plata que pueda y comprando dólares. En las grandes empresas que van a adelantar el medio aguinaldo casi todos piensan en convertirlo en moneda dura, por poca que sea. La desconfianza y la bronca serán las mismas. Aunque Lavagna sugiera que los bancos deben cortejar a sus clientes, con la libertad incluso de mejorar todo lo que quieran la oferta contenida en el decreto oficial, no podrán desoldar los chapones que los protegen de la furia del público. La gente siente que le robaron lo que ahorró cuando en este país aún se podía ahorrar. Ahora ya no le alcanza ni para vivir. ¿Para qué le sirve reconciliarse con los banqueros?