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Cuando El Olimpo era el infierno

El ex centro clandestino podrá visitarse durante el fin de semana. Hay una muestra gráfica sobre otro campo: El Atlético.

 Por Victoria Ginzberg

Rebeca Sacolsky tiene 82 años y una lucidez envidiable. Cuando la secuestraron, en julio de 1978, ya era abuela. Ahora es bisabuela. Ayer volvió a ver el mismo portón metálico por el que hace más de 27 años la entraron al centro clandestino de detención El Olimpo. La celda en la que permaneció durante 107 días no está en pie. Rebeca estaba en el sector de los incomunicados. No porque la consideraran peligrosa o importante, sino porque era judía. El Olimpo se abrió ayer por primera vez a la comunidad para narrar, a través de una muestra, el trabajo de reconstrucción de otro centro clandestino: El Atlético. Sobrevivientes, familiares de las víctimas, miembros de organismos de derechos humanos y vecinos pudieron recorrer juntos el lugar que, a pesar del abandono, o tal vez por eso mismo, permite evocar lo que fue.
El Olimpo es hoy un gran galpón vacío y sucio. Un ex estacionamiento. Allí funcionó hasta hace poco tiempo la planta verificadora de automóviles de la Policía Federal. Luego de años de reclamos de los organismos de derechos humanos y de agrupaciones de vecinos de Floresta, el gobierno nacional y el de la ciudad de Buenos Aires acordaron en octubre de 2004 que, como la ESMA, el sitio se utilizase como un espacio para la Memoria. A mediados de este año el lugar fue desalojado y ahora una comisión está debatiendo qué destino darle.
Los carteles de la muestra sobre el trabajo de excavación que se está realizando en el Club Atlético –que funcionó en Paseo Colón y Cochabamba hasta que fue demolido para la ejecución de las autopista 25 de Mayo– se colgaron sobre una pared blanca y sucia. Es el muro que separa el estacionamiento de lo que fue propiamente “el pozo”, es decir, el lugar donde los desaparecidos permanecieron secuestrados.
El sitio sufrió varias modificaciones, pero los sobrevivientes fueron rearmando el lugar con sus testimonios. Sus palabras fueron ratificadas por las marcas que se hicieron visibles en el terreno. Debajo de una capa de asfalto, por ejemplo, la losa de cemento corroboró la ubicación de los baños. En lo que fue la enfermería, una pequeña abertura en el techo bajo hizo revivir a los ex detenidos la doble sensación de claustrofobia y de sentirse constantemente vigilados. Una habitación de dos y medio por dos y medio que se mantuvo casi intacta fue antes una sala de torturas. Vidrios rotos en las ventanas, excrementos y plumas de paloma en el piso terminaban de formar el cuadro.
“La entrada era ‘triunfal’, te mandaban a la picana eléctrica y te ligabas bastantes patadas. Después estuve incomunicada, tabicada y engrillada durante casi todo el tiempo, no porque me consideraran ‘pesada’ sino porque decían que era sionista y que los judíos no sabíamos cantar el Himno nacional”, narró a Página/12 Rebeca. Aunque la celda en la que estuvo durante casi toda su estadía en El Olimpo fue destruida, quedan todavía las ojivas de las ventanas que daban a la calle Lacarra. “Por ahí escuchaba todas las noches a un canillita ofreciendo los diarios”, recordó.
“Este es un espacio de muerte pero también de vida, porque acá se compartieron muchas cosas entre compañeros. Por eso queremos que sea un lugar dinámico, no inerte, un lugar donde se reivindique la militancia”, señaló Isabel Cerruti, una sobreviviente del lugar antes de invitar a los presentes a sumarse a la Comisión de Trabajo y Consenso por la recuperación de El Olimpo.
Mientras los ex detenidos recordaban y hablaban con los medios, muchos vecinos recorrían ayer en silencio la muestra sobre El Atlético –que seguirá allí hasta mañana–, el centro que compartió con El Olimpo represores, víctimas y hasta las rejas de las celdas.

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Hasta hace poco tiempo funcionó en El Olimpo la planta verificadora de autos de la Policía Federal.
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