EL PAíS
Quítame ahí esos carteles
El nuevo round de la interna Lavagna-De Vido. Intimidades del sofocón desatado por las declaraciones del ministro de Economía con los cambios en el gabinete como fondo.
Por Mario Wainfeld
- Al Presidente lo encoleriza que haya internas en su gabinete y, perdido por perdido, si emergen detesta que se las mencione. Pero que las hay, las hay, y a veces se extrovierten.
La más conspicua, la más añosa, es la que involucra a Roberto Lavagna y Julio De Vido.
- A Néstor Kirchner le disgusta introducir muchos cambios en su gabinete, pero debe producir varios en cuestión de días. Los respectivos nombres anidan en el reservado pectore presidencial cuyo titular aborrece que se hagan especulaciones en su torno. Pero se cotillea, se forman corrillos, hay cierta parálisis en varios ministerios incluidos algunos cuyo titular no irá a parar al Parlamento.
- Kirchner hizo circular que sólo hará los, para su rutina, nutridos relevos imprescindibles. Nadie refuta el verbo del Presidente, pero hay versiones en quinchos oficiales que trascienden a lo imprescindible.
La inflación preocupa a todo el Gobierno, empezando por su vértice y es un casus que pueden usar los adversarios contra Lavagna para erosionar su posición o, como poco, para cobrarse alguna deuda vieja.
En ese contexto de sensibilidades excitadas, de inminencia de novedades, de añejas tirrias debe leerse la tormenta que desató la alocución de Roberto Lavagna ante los (hasta ese instante) pipones empresarios de la construcción.
El casus belli
“Lavagna dijo tres cosas interesantes en la Cámara Argentina de la Construcción (CAC). Primero, señaló que no debe existir el Estado ausente de los ’90 pero que, en obras públicas, no todo puede hacerlo el Estado. Segundo, les subrayó que debe hacerse mejor la previsión de la duración de las obras. Acá se estiman con demasiado voluntarismo, pautándose plazos cortos imposibles de cumplir. Hay que ser más realista para evitar decepciones. Tercero, mencionó la tendencia a la cartelización en el sector. No sé por qué la prensa y otra gente del Gobierno se obsesionó tanto con ese último punto, que no era nuevo, los otros eran más desafiantes”, relata un allegado muy cercano al ministro de Economía, quien luego refresca memorias. “Lavagna había hablado de los intentos de sobreprecios en obras viales semanas atrás en declaraciones periodísticas que hizo en Rosario. Ahí puntualizó que el error se había corregido, merced a la rápida intervención del Presidente.” “Se agarraron de una parte del discurso, la menos novedosa, no entiendo”, se obstina el hombre meneando la cabeza.
En Planificación la cuestión se leyó de muy otro modo. “Roberto tiende en exceso al vedettismo. Comentó un problema superado hace meses, sin darnos el menor crédito”, dicen a metros del despacho de De Vido. “Su discurso –se enconan– es engañoso. Nos corre por izquierda e invoca las críticas del Banco Mundial (BM), pero soslaya que la propuesta de ellos es armar ‘lotes’ más grandes de obras para achicar costos.” Y detalla cuál es, a su ver, la argucia. “Ahora tenemos 40 empresas que dominan las licitaciones, son pocas y nos obligan a cuidarnos mucho. Pero si armamos lotes de muchas obras, serán 3”, extrapola y concluye “ahí los riesgos de cartelización y sobreprecios son mayores”. “Roberto nos corre por izquierda pero se prende a un reclamo del BM que vira a derecha. Además, no desperdicia ninguna ocasión de diferenciarse. De paso, lanzó un mensaje contra la inversión pública, porque quiere disminuir el gasto.”
En Economía niegan cualquier intento taimado, atribuyen algo parecido a la paranoia a sus colegas y aluden a internas que, sin concernir supuestamente a Lavagna, lo impactan.
De Vido y Lavagna comparten el edificio y tienen roces, como suele ocurrir con los integrantes de otros consorcios más pedestres. Planificación moraen los pisos superiores y eso permite a un funcionario de Economía amañar una metáfora sencillita. “Los misiles van y vienen de acá para allá –glosa mientras traza una línea imaginaria que une las oficinas de Planificación y el primer piso de la Casa Rosada, donde aposenta Alberto Fernández– y las esquirlas nos pegan a nosotros.”
Así hablaba Zannini
Las presuntas internas en cuestión son comidilla en el Gobierno y fuera de él, se trata de las que incluyen a los pingüinos del gabinete con el jefe de Gabinete. Pese a la convivencia de años, los pingüinos nunca terminaron de considerar totalmente propio a Alberto Fernández. Los muy asimétricos resultados en Capital y provincia de Buenos Aires, chimentan, agigantaron las recriminaciones por la obsesión pro ibarrista de Fernández. También las hubo cuando Fernández convenció a Kirchner de apoyar al jefe de Gobierno, hoy suspendido en la contienda electoral con Mauricio Macri, pero el resultado exitoso las hizo amainar. Hoy, leen baqueanos de Palacio, con otro score en las urnas y con Ibarra embretado, las diferencias reflorecen.
En el primer nivel del Gobierno nadie corrobora la especie, pero nadie deja de notar un hecho saliente de la semana que fue la emergencia pública de Carlos Zannini. Para muchos, la mesa chica tiene apenas tres patas y una es la del secretario Legal y Técnico, un hombre sonriente de bajísimo perfil público. Si bien se mira, todos los pingüinos de ley callan orgánicamente para que sólo resuene la voz de Kirchner. De Vido, Alicia Kirchner, son silentes por demás y hasta Cristina Fernández que supo tener otros hábitos se acalló desde que su marido es Presidente. Zannini, un hombre locuaz y simpático en la confidencia, casi no emitió palabra pública durante más de dos años. Pero anteayer emergió a la luz y al sonido en un acto en el que fue orador de cierre durante casi tres cuartos de hora.
Unos cuantos coligen que nada hay de casual en esa súbita mutación, que anticiparía un cambio en el gabinete. O más de uno. Como fuera, la hipótesis de una ofensiva pingüina (contra Fernández y contra Lavagna) está de moda, más allá de que Kirchner abomine que se meneen esas especies.
Sin sangre en el río
De Vido se enfadó mucho con Lavagna, reconocen a su vera, pero Kirchner lo llamó a silencio. De todos modos, el propio Presidente en la CAC y luego el jefe de Gabinete en conversaciones informales transmitieron en cadena que las críticas de Lavagna eran desafortunadas y que el incidente no daba para más. Ayer, el ministro del Interior Aníbal Fernández reforzó ambos mensajes, diciendo que desconoce la existencia de problemas con el titular de Economía pero dejando caer que en el relato sobre la cartelización “no estoy de acuerdo con Roberto”. Fernández fue fiel a sí mismo, breve, pero enfático. Habló en primera persona del singular pero no cabe otra que revertir el clásico proverbio francés, ce singulier est bien pluriel. Es inexorable traducir ese desacuerdo como propagación de la posición del Presidente. A diferencia de Cristina que quiere ser designada por su nombre de pila o por el apellido familiar, los dos ministros apellidados Fernández hacen un mundo en probar que son “de Kirchner” y que en tal carácter emiten su palabra.
Las rencillas con Lavagna son un clásico, una dolencia crónica de un gobierno poco afecto a reconocer achaques. Toda la gestualidad oficial de ayer convergía en dejar claro que, más allá de la desaprobación al ministro estrella, la marea debía bajar.
Nada es definitivo, sin ir más lejos la presencia del ministro en el coloquio de IDEA dará que hablar (así sea en sordina) a sus críticos de gobierno. Pero todo induce a pensar que las internas, como le gusta a Kirchner, dejarán de exponerse. Que los ministros relevados serán tres, no más y que la serenidad regresará cuando toda la grilla haya sido completada.
Por ahora, tal parece, el cántaro (un poco machucado) volverá de la fuente sin romperse.