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De tapas

Al anochecer, cuando ya había terminado el baile, el canciller Jorge Taiana se cambió el saco del traje por una camperita de hilo azul, y salió del hotel. Caminó sólo dos cuadras hasta llegar al lugar donde estaba la antigua y disputada mansión de Puerta de Hierro de Juan Domingo Perón, donde había estado cuando tenía 22 años. La casa fue demolida y ahora hay un complejo de viviendas. “¿Son argentinos?”, preguntó el guardia de seguridad cuando lo vio arrimarse a la entrada junto con su asistente personal. Ellos asintieron y él les advirtió: “Les pido por favor que no vayan tocando todos los timbres preguntando dónde vivía Perón”.

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Al final del día, los pocos funcionarios que quedaban se juntaron en la residencia del embajador argentino, Carlos Bettini. Fue cuando el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, aprovechó para dar rienda suelta a su faceta artística y se puso a tocar el piano.

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Podría decirse que la expedición a Madrid tuvo su costado místico. Así como unos cuantos funcionarios argentinos saltaron de contentos al notar que el primer lugar donde los recibirían se llamaba, por una coincidencia pingüina, Palacio de Santa Cruz, otros tantos saltaban de contentos cada vez que en el hotel desfilaba alguna novia que festejaba allí su casamiento. Señal de buena suerte, decían.

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