EL PAíS › PANORAMA POLITICO

INNOVACIONES

 Por J. M. Pasquini Durán

En campaña electoral, la percepción de la realidad en los discursos públicos, no sólo de los políticos en competencia, suele adquirir una intensidad dramática que por momentos puede ser farsa o tragedia. Cualquier ciudadano sabe que cuando llega la temporada para la caza de votos es la mejor oportunidad para pedir soluciones urgentes a los gobernantes de turno, porque no aguantan quedar mal parados. Lo mismo sucede en las épocas de las vacas gordas: cada sector económico-social quiere mejorar su porción de torta. Tomando en cuenta que en la actualidad nacional coinciden ambas condiciones, además de paritarias en curso para la renovación de convenios colectivos, la conflictividad laboral y la social en general alcanzan niveles moderados, con algunas excepciones particulares.

Entre esas situaciones especiales hay que subrayar los conflictos con los docentes, porque sus consecuencias directas afectan a los alumnos que pierden días de clase y de rebote complican la vida cotidiana de muchos hogares, lesionan la prioridad que debería tener la educación en las políticas públicas, lastiman el principio de justicia social en la redistribución equitativa de los ingresos y ponen en evidencia la necesidad de seguir avanzando en las reformas del Estado. El presidente Néstor Kirchner pidió ayer “buena memoria” a los maestros en lucha, y aunque no los nombró, con seguridad pensaba en los de Santa Cruz, su provincia de origen, refiriéndose a la dedicación que prestó su gobierno a mejorar los salarios del sector y a otras modificaciones sustantivas en el área educativa. No le falta razón en términos globales, pero también es cierto que las demandas laborales merecen ser atendidas, puesto que intentan superar situaciones heredadas de períodos distintos al actual, cuando las emergencias económicas podían justificarse hasta como barreras preventivas contra los vendavales conservadores de los años ’90 y de la crisis que inauguró el siglo XXI. Ameritan, cuando menos, la misma ágil disposición con que hoy se disponen los subsidios necesarios para los sectores empresarios de la producción agro-industrial que pasan por alguna dificultad.

En Neuquén el pleito adquirió otra envergadura desde el asesinato del profesor Carlos Fuentealba, cuya responsabilidad política aceptó por propia voluntad el gobernador Jorge Sobisch, pese a que le faltó la humanidad suficiente para disculparse con los deudos y solidarizarse con el dolor de todos los que en el país sintieron el crimen como un ataque directo a la convivencia democrática. Al partido oficialista Movimiento Popular Neuquino (MPN), tradicional mayoría local, le faltó el coraje cívico para aceptar el reto de un juicio político que diera satisfacción a las protestas populares, tal vez porque sus líderes pensaron que podía afectarlos más esa salida, en términos electorales, que esta prolongada agonía que desconcierta la vida institucional, educativa, estatal y social de la provincia. Así, Sobisch quiere liderar en el país, más que al MPN, al partido de la “mano dura” que en los años ’90 disciplinaba el mercado de trabajo con precariedad laboral, alto desempleo y, cuando eso no alcanzaba, a palos. Es cierto que tiene margen entre los que ahora piden “enfriar” la economía con medidas recesivas (está creciendo demasiado rápido) y terminar a la fuerza con la “insubordinación anárquica de los zurdos”, alentados al parecer por el excesivo “garantismo” del Presidente. Una digresión: ¿cómo saber, si uno olvidó el latín del colegio secundario, qué habrá querido decir el cardenal Jorge Bergoglio cuando aseguró hace poco que “no lloramos lo suficiente a Cromañón”?

En todo caso, la dramatización del conflicto laboral no se atiene a una descripción “objetiva”, si es que esa visión es posible, sino más bien a una percepción ideológico-cultural de la realidad. Democracia republicana no supone ausencia de conflictos ni cada huelga oculta una conjura destinada a derrocar al gobierno provincial o nacional, aunque sea posible que conspiradores de cualquier signo, o simples adversarios políticos, busquen aprovechar el río revuelto. En cualquier caso, cuando centenares o miles de trabajadores se encolumnan detrás de un pliego de reivindicaciones, el buen juicio de los mandatarios de buena fe servirá para separar paja del trigo, en lugar de regalarle esos apoyos masivos a los conjurados o rivales. Sólo el partido de la “mano dura” y, sin llegar a tanto, el pensamiento de derecha, se atreven a imaginar que la rebeldía laboral es equiparable al terrorismo sectario en Irak o que detrás de cada agitador de izquierda se oculta un trastornado Cho Seung-Hui dispuesto a morir matando.

Ni siquiera en todos lados la derecha, a lo mejor porque es civilizada y no cerril como algunos exponentes criollos, piensa igual. Mañana, domingo, habrá elecciones presidenciales en Francia y, como es habitual, durante la campaña los candidatos cruzaron críticas y reproches de toda laya, pero a ninguno de ellos se le ocurrió que la administración republicana o la libertad democrática hayan pasado por el riesgo de sucumbir debido a la huelga masiva que sacudió a esa nación en 2006 contra los contratos laborales que permiten el despido de jóvenes hasta los 25 años, o la del año anterior (enero de 2005), que paralizó los ferrocarriles, los servicios postales y la enseñanza, con la adhesión de cinco millones de empleados estatales. No se le ocurrió a ninguno, porque ese riesgo jamás existió. Claro, dirán algunos, porque allí hay una democracia consolidada, pero en cambio aquí todo está pegado con alfileres. Falso: nunca en la historia nacional los trabajadores han sido causa de inestabilidad institucional.

Los golpes militares y de mercado fueron provocados, sin variación, por privilegios económico-sociales que codiciaban más o creían que podían perder una porción de los beneficios que recibían. La megacorrupción es otro de los factores contemporáneos que desestabiliza gobiernos en la región y, por eso, la intransigencia debe estar reservada para el coimero antes que para el más rebelde de los huelguistas y hay que ser implacable en disipar toda sospecha sobre la administración de los negocios públicos. El recurso de atribuirle a los tribunales el monopolio de este tipo de investigaciones, o dejar que la prensa se ocupe, eran gestos típicos del menemismo o de los tiempos de “la banelco en el Senado”, incompatibles con las aspiraciones refundacionales de este período de la interminable construcción democrática.

El diálogo y la disuasión son rasgos deseables para tratar tanto los conflictos laborales como los sociales, que no es lo mismo que anomia o caos. Si fue posible sentar alrededor de la misma mesa a las diplomacias uruguaya y argentina –suceso digno de todo elogio cívico aunque del encuentro sólo surja un calendario de citas futuras– para considerar las respectivas posiciones en el conflicto ambiental sobre el río Uruguay, es de imaginar que no hace falta ningún rey para que las demandas salariales encuentren un cauce pacífico y las aulas vuelvan a abrirse antes que las urnas. Hasta en Neuquén es imaginable alguna comunicación con el MPN para invitarlo a reflexionar sobre la manera de salir de los callejones bloqueados: en política, saber perder es más importante que saber ganar.

Es una lección que todo presidente recibe durante la gestión, pese a que no todos la aprenden o la aceptan de buena gana. La edificación de la Unión Sudamericana de Naciones, que volvió a reunir a los presidentes de la zona, es una buena muestra de la paciencia que supone la construcción política en todo nivel. Por suerte, la inteligencia y la necesidad han condicionado los temperamentos y han aligerado las diferencias entre los mandatarios de América del Sur, de manera que, a veces tascando el freno, avanzan de a poco en la integración de identidades e intereses diferentes. Han tenido que sortear más de una trampa, la última de las cuales ensayó George W. Bush con la pretensión de armar una sociedad con Brasil para la producción de etanol, biocombustible que se obtiene de la caña de azúcar y de los granos básicos que se usan como alimentos. Estados Unidos necesita prever que se interrumpa el suministro de petróleo, ya que sus aventuras militares en los países árabes está logrando que toda la nación musulmana se sienta agraviada, mientras el resto del mundo lo señala como el principal responsable del calentamiento global del planeta que, entre otras consecuencias ingratas, está cambiando el clima en todos los rincones, como bien lo saben los argentinos.

Sin embargo, la búsqueda de energías alternativas no es sólo una necesidad estadounidense, sino de todo el mundo y Brasil es sólo un adelantado en ese camino. Argentina tiene una ley que fija el año 2010 para iniciar el ciclo y ahora mismo, en el quinto piso de la Facultad de Ingeniería de la UBA funciona una planta piloto que produce biodiésel. El proyecto fue realizado con el talento y la dedicación de una profesora y varios alumnos de ingeniería, las donaciones de empresas privadas y un subsidio mínimo de la UBA (seis mil pesos anuales, créase o no), pero ha probado no sólo su factibilidad, sino algunas de sus futuras ventajas. Imaginarse el desenlace trágico según el cual las masas de la pobreza serán hambreadas todavía más para que los ricos puedan seguir viajando en sus autos de lujo, es un ejercicio de imaginación tan catastrófico como el de los que se sienten humillados por la conflictividad sindical o social. Este es un siglo de innovaciones de todo orden, desde las ciencias sociales y políticas hasta la tecnología y las disciplinas más duras, porque sólo así el mundo podrá rescatarse a sí mismo. Las imaginerías antiguas, de la derecha o de la izquierda, tendrán que cambiar o el mundo les pasará por encima.

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