Domingo, 11 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › CHIMPAY, EL PUEBLO DE CEFERINO, TRANSFORMADO EN UNA ROMERIA
Kioscos, pancherías, cientos de artesanos, gauchos. El pequeño pueblo patagónico donde nació Ceferino espera un milagro de lo más material, el de la llegada de una cifra de peregrinos que les prometieron insólita.
Por Horacio Cecchi
Desde Chimpay
“¡Bienvenido peregrino, llévate esta constancia de participación en la consagración de nuestro santo argentino con tu nombre, apellido y fecha por sólo cuatro pesos! No podés irte sin dejar grabado tu nombre o el de tu familia. Cuatro pesos. Acercate que ya quedan pocos pergaminos.” La voz suena al costado de un local, el primero apenas se cruza la desvencijada vía del Ferrocarril del Sud, apenas se dan los primeros pasos sobre la reseca y polvorienta Avenida Argentina, la que lleva al Parque Ceferiniano. Uno de cada cien bienvenidos peregrinos entra al local y uno de cada dos desembolsa los cuatro pesos. La carita de Ceferino sobre el papel amarronado del pergamino da fe de que el bienvenido peregrino estuvo allí el día de la consagración del único beato argentino. La carita y el nombre del beato, en fin, son eje de la estrategia y se la verá repetida en estampita, en cajas de empanadas, en visera de gorritos, en la panchería, en la santería, en el nombre de una calle y hasta en el municipio: “Chimpay, cuna de Ceferino Namuncurá”. Hoy, un millar de pequeños comerciantes, pymes del artesanato y vendedores ambulantes, espera que se cumpla el milagro: que lleguen esos cien mil peregrinos de los que tanto se habla.
Chimpay, a 1060 kilómetros de la Capital, parece volcada de lleno a la celebración, aunque no se distribuya en partes iguales el milagro de la salvación. Nadie sabe con exactitud el número, pero de los siete mil habitantes de la localidad, la cuarta parte por lo menos actúa de lleno en el acto de la proclamación. Y esto no quiere decir que participen, porque a los locales el escenario les está vedado.
“Tengo dos lugares más, vengo a avisar porque me preguntaron urgente”, dice la vecina del barrio de atrás de la Oficina de Turismo, que viene a ofrecer dos espacios para peregrinos en su casa, quizá los últimos en el pueblo. Los chimpayenses que tienen lugar se han convertido en pequeños hoteleros.
Del otro lado de la vía, a derecha e izquierda de la Avenida Argentina, se distribuyen los comercios. De un lado están los vendedores ambulantes, sus carpas dispuestas cual paseo artesanal sobre un playón municipal donde se les cobra 150 pesos el metro cuadrado. Algunos deberán pagar entre 600 y 900 pesos por el alquiler. “Los vendedores ya no son de Chimpay –dice Mariano, chimpayense que alquiló su casa–. El año pasado no fue bueno, vino mucha menos gente y ya no compra como antes, y este año muchos se guardaron para venir a la beatificación. Es muy caro poner el local y no se recupera.”
Héctor Pathaner está de pie en el puente. Tiene una chaqueta roja que dice “inspector” aunque sea empleado de FunBaPa (Fundación Barrera Patagónica). “Estoy encargado de que no pasen de acá los vendedores ambulantes”, y traza una línea sobre el pedregullo de Argentina. “La Iglesia no te deja vender ahí. Los únicos que venden son ellos en la santería”, dice José Luis, que se ubicó del otro lado del patio de vendedores ambulantes y le alquiló el local a una vecina. “Si tengo que pagar 150 pesos el metro me matan”, susurra.
“¡Ahí vinieron los gauchos!”, grita un camarógrafo. Son unos veinte, llegaron de Zapala. Hace tres días que están al trote. Los acompaña un camión que se les adelanta y cada 50 kilómetros paran para preparar el campamento y un asadito. En realidad, durante el sábado, la ansiada invasión de peregrinos que supuestamente proporcionará el milagro no fue tal. Por la mañana había más periodistas que peregrinos. Prensa de todo el país, de Ecuador, de canales norteamericanos, españoles, chilenos. Había al menos un centenar de carpas de vendedores de comida (a 100 pesos el metro cuadrado), incluyendo la Panchería Ceferino, los Waffles Namuncurá, las Empanadas del Beato, y Rody y sus teclados, vendedor de milanesas, pizzas y empanadas, quien además aprovecha y vende su primer CD Ceferino, el cultrum y la mandolina.
La avanzada de la presunta invasión fueron los gauchos y allí fue el centenar de periodistas. En el camping, entre tanto, se van levantando las carpas, como en las tres escuelas y un playón donde Leopoldo Muñoz descarga su camioneta y ayuda a montar dos carpas pequeñas. “Somos once con los pibes.” Los Muñoz no son de los que vayan a aportar ningún milagro a los chimpayenses. Se trajeron la vianda, acampan de prestado y solamente pagan unos pocos pesos para entrar con camioneta y todo.
Cerca, a unas cuadras, está Yolanda Cardozo, envuelta en un poncho rojo bien salteño porque igual que las otras 60 emponchadas, es salteña, llegó hace escasas dos horas y ya fue a visitar la capilla. “Nos alojaron en una escuela en Belisle, un pueblo cerca de acá.” Yolanda cuenta por qué vino a ver la beatificación y se angustia porque vino por su hijo, que murió a los 12 años, era del colegio salteño Ceferino Namuncurá, sufría una enfermedad incurable. “El me lo prestó tres años más”, dice Yolanda amarrando el llanto.
Por la ruta van llegando ciclistas, un grupo importante. Es media tarde y el anunciado taponamiento de la ruta 22 parece que será cierto. Pero después todo vuelve a la normalidad.
Chimpay parece dividido. De un lado, desde los artesanos hacia la capilla, sobre todo incluyendo al camping municipal, junto al Parque Ceferiniano, de noche y con la llegada lenta de peregrinos se va transformando en una gran romería. Del otro lado, pasando el gran estacionamiento donde se espera ubicar a una cantidad imprecisa de autos (las versiones incluso hablan de mil micros que ya partieron de algún lado sin precisión), la Chimpay de todos los días aguarda el día.
Para anoche se había anunciado helada. Los peregrinos la van a superar con el calor de una buena frazada. Para los chacareros, la helada es sinónimo de pérdida de frutos. Ayer, mientras las autoridades anunciaban que quedaría absolutamente cerrado el paso hacia el parque en forma terminante (exigencias de seguridad vaticana), los chacareros comenzaron a desfilar por los despachos amenazando con un escándalo porque la veda les impediría pasar a proteger sus frutales de la helada. Hoy se sabrá a quién salvó el milagro de Ceferino Namuncurá.
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