Jueves, 12 de junio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Daniel Goldman *
Es peligroso establecer como verdad aquello que debe resultar innombrable. Porque una vez nombrado cualquier procedimiento argumentativo pretende justificar la expresión y comienza a padecer de uno de los mayores flagelos: la irresponsabilidad de la palabra. La tradición judía necesita, para ser dinámica, la legitimación conceptual de que a la palabra no se la lleva el viento. Fue a través del espacio que ocupa cada vocablo dicho por el hombre que la riqueza esencial de nuestra propia condición permitió durante gran parte de la historia verse enriquecida por la heterodoxa posibilidad que otorgaron el pensamiento, la acción y la ética en todas sus maravillosas variantes. Por eso “judío” y “genuino” son términos contradictorios. Del mismo modo que ortodoxo y heterodoxo. Pedirle a la ortodoxia que sea heterodoxa es reducir a un infantilismo una profunda situación existencial. Cuando los bordes de dos materiales tienen rugosidades diferentes, se sabe desde un inicio que es imposible unirlos. Nuestros bordes son disímiles y ello nos lleva a habitar límites que no nos son comunes y que abarcan formas distintas de ver el mundo. No habito la forma judía de la ortodoxia, y “genuinamente” no estoy dispuesto a caminar por sus límites. Porque es el amplio espacio de una comprensión vital la que aloja mi forma de comprender el judaísmo. Y somos mayoría los que no queremos ser híbridos en una dilución de nuestras identidades, similarmente judías en nuestra iconoclasta distinción.
Las inconvenientes expresiones de “judío genuino” no son levemente ingenuas. Revelan una gravedad no sólo porque no son términos ligeros, sino porque repercuten en medio de un estado de desconcierto que produce que el judío, se sienta desplazado y el no judío confundido. El desplazamiento motiva la exclusión, y la confusión, perplejidad y extrañeza. Y esa es la mayor irresponsabilidad social producida por la palabra. Si el presidente de la AMIA pretendía bajar el perfil, lo único que hizo fue mostrarse de frente. Ante su invasiva sinceridad, no alcanza con confrontar o exigir respeto. El límite no se resuelve democráticamente por el voto, porque la AMIA es emblemática y no mutual como la de los taxistas o empleados metalúrgicos. El límite se comprende revelando la crítica situación a la que hemos llegado, la cual inquieta, ya que es producto de la insensatez, la mediocridad y la miopía de las observaciones.
* Rabino de la comunidad Bet-El.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.