EL PAíS › OPINIóN

Sentido común

 Por Mario Wainfeld

El cronista recorre un amplio espinel del oficialismo: gobernadores, legisladores, figuras centrales del gabinete, funcionarios también de alto nivel. Su diagnóstico, sus propuestas coyunturales, su agenda parlamentaria y sus pininos para las presidenciales rebosan de puntos comunes. Es más, a menudo coquetean con la unanimidad. Hay un detalle digno de mención: nadie está seguro de que tan extendido sentido común sea compartido en Olivos.

Repasemos los puntos salientes del “relato” de la primera línea del kirchnerismo, fuera de su mesa chica. Se ahorrarán comillas, porque se sintetizan varias charlas, personales o telefónicas. Pero la reseña es fiel.

Se perdió, asumen todos. Y no perdió el modelo contra un programa alternativo: el principal objetivo fue castigar al Gobierno. Ni los programas ni los candidatos fueron el principal móvil del voto útil. El capital electoral “contrera” se disemina entre un haz de dirigentes, ninguno validado en todo el territorio nacional ni reconocido por sus competidores. Subiste un buen margen para seguir con las líneas maestras de la política oficial, a condición de allanarse a demandas fuertes surgidas de las urnas. La lógica instrumental también las impone, hay personajes y medidas que no deben seguir, vaciados que fueron de apoyo social o de viabilidad parlamentaria.

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Los principales sostenes del Gobierno afirman que carece de sentido obstinarse en mantener a Moreno. “¿Defendemos un modelo de país o un funcionario que sólo nos crea dificultades?”, pregunta uno de los interlocutores de Página/12, cifrando a todos. El Supersecretario vive de punta con sus compañeros de gestión. El secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, no le dirige la palabra, otros lo saludan apenas, todos lo perciben como una traba en el relanzamiento que promueven y ansían. El balance del disparate del Indec se promedia con datos de la elección. Un bonaerense de ley mira la magra cosecha de votos en el famoso segundo cordón y combina variables: “Los trabajadores formales firmaron convenios colectivos por el doble o el triple de la inflación oficial, nos votaron. Pero los que viven de la ayuda social o changuean no reciben actualizaciones similares, padecen la inflación, escuchan que el Gobierno la niega, se embroncan”. Quizá no sepan qué es el Indec, quizá no identifiquen a Moreno, pero se encabritan contra su legado político más urticante. Les niegan que haya inflación, la padecen, se alejan del oficialismo. El pueblo podrá o no equivocarse, no es irracional.

Si Moreno ahueca el ala, llegará la demorada hora de restaurar al Instituto con una liturgia que le dé visibilidad y credibilidad al cambio. Consejos de notables, concursos con jurados internacionales, algunos nombres propios (¿Aldo Ferrer, comodín para tantas tareas?) redondean la prescripción colectiva.

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“No hay que proponer batallas que sabemos perdidas”, calibra un gobernador, acaso parafraseando al insoportable Sun Tzu. “Y menos si no son razonables”, cantan en canon desde el Congreso, una tonada con reminiscencias del Perón herbívoro. Traducido en términos de agenda parlamentaria: es ocioso insistir con los llamados superpoderes, es desgastante defender la ciudadela sitiada del Consejo de la Magistratura.

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El punto más espinoso de los próximos meses es la relación con “el campo”. Según el mainstream, debe reanudarse el diálogo, resolviendo varios problemas que se enredaron en la brega del 2008 y en las espasmódicas reuniones de este año. Las retenciones al trigo y al maíz podrían y deberían ser suprimidas. Habría que permitir exportaciones de algunos cortes de carne, los más requeridos por países europeos, para mejorar la ecuación económica del sector. Y conseguir, de una buena vez, que los tamberos cobren el precio pleno que, en parte, se les evapora entre las mesas de negociación.

La ley federal de carnes, que elaboran desde hace meses Débora Giorgi y Carlos Cheppi, puede alumbrar un horizonte más previsible.

Los ruralistas exigen cambios copernicanos en la Oncaa. En eso el sentido común se bifurca, entre los que creen que son admisibles, en general, y los que las aceptan muy parcialmente. Mínimo común denominador: se deben conversar.

“Esos acuerdos, ¿son posibles de los dos lados?”, inquiere este diario. “Si se va Moreno, sí”, responde el coro virtual.

Un nuevo estadio de negociación, con esos reconocimientos al sector, debería darse a nivel del Ejecutivo. Voluntaristas tal vez, varios coroneles K imaginan que en tal caso podría frenarse la ofensiva por la baja de retenciones a la soja o llevarla al Congreso, con la actual integración, cuando se discuta el Presupuesto 2011.

En ese marco, imaginan o se esperanzan, la oposición se verá en figurillas para pedir rebajas. “Tienen que explicar de dónde saldrán los fondos que le quitarán al Estado.” Se especula que los gobernadores, salvo los de la Pampa húmeda, querrán mantener las retenciones, de las que reciben gratificante un goteo cotidiano de plata, proveniente del Fondo que coparticipa parte de los impuestos a la exportación.

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El proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual divide aguas. Un ala del oficialismo, en la que revistan Gabriel Mariotto, algunos diputados (y que da por hecho que contará con el flamante secretario de Cultura Jorge Coscia) promueve seguir adelante, no arriar esa bandera. Aunque se pierda.

No son la mayoría. Los legisladores hacen cuentas, dan por hecho que en el Senado el proyecto no pasará. Respecto de las perspectivas en Diputados hay mayor polémica. Depende de cuántos actuales compañeros se pasen de bando (los habrá, máxime de cara a esta lid).

En la lógica de los gobernadores del FPV, el conflicto debe ahorrarse, tanto como la blitzkrieg con el Grupo Clarín. Hay que bajar la temperatura, coinciden. “Nos pasamos meses peleándonos con Clarín y ganó América”, chancea uno de ellos. El cronista supone que sus ambiciones presidenciales refuerzan la prescripción. Nadie quiere arrancar una larga carrera cuesta arriba con la mass media en contra.

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El optimismo de la voluntad imagina un horizonte mejor, si se despejan los nubarrones actuales. Hasta ahora, hay en gateras tres precandidatos a presidente, coligen los kirchneristas: Julio Cobos, Mauricio Macri y Carlos Reutemann. Los ubican en la derecha del espectro político, ven un amplio espacio para una propuesta remozada que definen como de centroizquierda. Creen que pueden conjugar en 2009 y 2010 el poder territorial de varias provincias y el buen manejo de la economía de parte del gobierno nacional.

Kirchner tiene un piso electoral alto pero un techo bajo. Se corroboró en “la provincia”: llegó a su máximo nivel pronto, en mayo... después no consiguió subirlo casi nada. Nadie lo dice con esas palabras, ni en la intimidad del off the record, pero ése era el karma de Menem en 1999 y en 2003.

La comparación con Kirchner sí surge por la positiva y por el espejo retrovisor. Cuando el ex presidente empezó a rodar, en 2003, tenía bajísima intención de voto embellecida por escasos rechazos: piso bajo, techo ilimitado, de movida. Quienes calcan esa situación, se intuye, son los gobernadores que primaron cómodos en sus provincias: José Luis Gioja, Jorge Capitanich, Juan Manuel Urtubey, José Alperovich, acaso en ese orden. Mario Das Neves busca su destino por la libre así que no integra la nómina, por vocación propia. Eduardo Fellner, actual diputado pero taita en su Jujuy, por ahí se tienta. “Lástima que se mancó el Pato Urribarri”, se conduelen varios compañeros, acaso amantes de competencias más nutridas.

Los “gobernas”, según ellos mismos y sus compañeros, tienen que empezar a “construir”, a “caminar” el país, a dejarse ver, a incrementar el conocimiento público fuera de sus distritos. Si alguno llega al 9 o 10 por ciento, como le cupo a Kirchner a principios de 2003, estará en la grilla. Antes del comicio, Daniel Scioli tallaba en ese lugar, la ciudadanía cambió la tabla de posiciones.

La foto de hoy es impiadosa con las chances represidenciales de los Kirchner, pero ni siquiera esa vía está definitivamente cerrada para sus seguidores. Es peliagudo, no imposible. La Presidenta tiene mejores chances que el ex mandatario porque puede rehabilitarse en la acción cotidiana.

“Si Cristina relanza el Gobierno, maneja bien estos años y demuestra que entendió lo que pasó el 28, puede recuperar legitimidad. Enfrente hay muy poco”, se ensueña uno de sus más fieles y eficaces paladines.

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Todos los peronistas, incluidos los disidentes, necesitan que se sostenga la gobernabilidad y la sustentabilidad económica. Si así no fuera, crecen las chances de los radicales, por vía electoral o destituyente. Así que la narrativa K apuesta a la sensatez de los compañeros-adversarios. Los radicales, a su vez, deben fortalecerse y zanjar sus internas. Quizá la oposición no sea tan salvaje. Quizá.

El planteo general del oficialismo que no mora en Olivos combina dosis razonables de tino y voluntad políticos. También haber elaborado el veredicto del 28 de junio. Se le añade un encanto más: detalles más o menos, es el rumbo más sensato (¿el único?) para preservar gobernabilidad, aglutinar el frente interno y recuperar la iniciativa, en pos de la legitimidad diluida.

¿Y por Olivos cómo andamos?, inquiere el cronista. Algunos dirigentes o funcionarios que hablaron con la Presidenta o con Néstor Kirchner o con ambos dicen verlos “más reflexivos”, madurando la derrota. Las señales públicas hasta ahora han sido contradictorias e insuficientes.

Esta historia continuará, a alta velocidad.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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