EL PAíS › OPINION
El derecho a la vida
Por Mirta Mántaras
Los obreros de Brukman se quedaron en la calle sin cobrar sueldos ni indemnizaciones, mientras los dueños vaciaron la empresa y la abandonaron. Los obreros eran acreedores de esos patrones y, sin embargo, quedaban en la calle, sin trabajo, sin protección familiar, excluidos.
Sus derechos constitucionales de trabajar, participar en la dirección empresaria y en las utilidades serían “letra muerta” si se quedaban esperando soluciones desde arriba.
Por eso tomaron la fábrica, la hicieron funcionar, cada uno siguió cumpliendo la tarea que hacía antes, pero sin el patrón, y empezaron a producir, con la misma calidad y aun más creativamente, las confecciones de prendas de vestir. Pagaron la luz, que tenía deuda, tomaron la lista de proveedores de insumos y de clientes, y continuaron la producción.
Llevaron así el pan a su casa.
Se sintieron dignos trabajando y compartiendo.
Lograron el apoyo de los vecinos, de las asambleas, de los estudiantes, de las agrupaciones de toda índole.
Se conectaron con los obreros de Zanon, de Grisinopoli, de muchas fábricas abandonadas que funcionaron nuevamente y hasta incorporaron a desocupados.
Levantaron la bandera de la dignidad.
Se volvieron dueños de su hacer.
Y el hacer es poder. El poder de los de abajo. Que, sencillamente, se ganan la vida con su esfuerzo y cuidan a su familia, a otros chicos, a otros viejos, a otros excluidos.
Los días domingo, el Palacio de Justicia está cerrado. Sin embargo, se abre para algunas diligencias “privilegiadas” y así es como apareció el Sr. Brukman con la policía y el oficial, y parece que hizo un acta de posesión. Ya que estaban, metieron presos a los trabajadores y a una de ellas con su hijita de 9 años, y rompieron máquinas y llevaron los datos industriales y comerciales de la computadora con la que estaban trabajando los obreros. El dueño no tiene derecho a romper las máquinas, porque tienen función social.
Nadie le discute la propiedad privada abandonada, lo que se toma es el derecho a usarlas, que está en el artículo 14 bis de la Constitución Nacional cuando garantiza el derecho a trabajar, a participar en la dirección de la empresa y en las ganancias para, atención, la protección de la familia y de la vivienda.
Los obreros de Brukman están ejerciendo, así, un legítimo derecho: el derecho a la vida. Y la forma en que lo ejercen está garantizado por todas las convenciones de derechos humanos: es el derecho de resistencia a la opresión, a estar libres del temor y la miseria. La mayor opresión es el hambre. Y lo que se quiere ganar es también un derecho fundamental: el de tener la dignidad intrínseca de la persona humana a través del trabajo.
Las asambleas cumplieron su rol de apoyo. Ellos deciden, las asambleas apoyan sus derechos y su gestión.
Los vecinos bajaron alarmados, porque simpatizan con los trabajadores de Brukman, que trabajan en armonía.
Los transeúntes se paraban para averiguar qué pasaba.
Los periodistas corrieron a registrar la represión y a escuchar a los trabajadores.