Martes, 10 de noviembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OTRAS DENUNCIAS SOBRE LO QUE SE VIVE EN EL BORDA
Por Pedro Lipcovich
Los pacientes que llevan, envuelto en frazadas, el cuerpo de un compañero fallecido; la sorpresa de que el servicio de admisión, donde el hospital se abre a la comunidad, sea también el lugar de encierro de pacientes; la solución mágica consistente en suprimir el servicio número 13; el hombre que ayuda a otro a bañarse sin saber que ya está muerto; las “cucarachitas”. Quizá, para acercarse a estas postales manicomiales, lo mejor sea el esfuerzo de detenerse, no tanto en su atrocidad, como en su disciplinada insensatez. Todas fueron aportadas, bajo riguroso anonimato, por profesionales del hospital Borda.
“Hace muchos años, el ámbito de castigo era el viejo servicio 13, de puertas cerradas, hasta que un interventor decidió abolirlo, ya no existe ese número de servicio. Fue sustituido por el servicio de admisión, también de puertas cerradas. Entonces, ahora, cuando un paciente de otro servicio tiene una ‘conducta indebida’, puede ser enviado a ese servicio, donde quedará encerrado”, agregó un profesional que trabaja en el Borda, mientras otro destacaba “unas cucarachas chiquitas que recorren la mesa mientras los pacientes comen”.
“A un paciente que, un sábado, había tenido un fuerte golpe en la cabeza, en vez de tenerlo en observación le dieron una aspirina y lo mandaron a dormir. El lunes a la mañana, otro paciente, que se encargaba de bañar a los demás, vio que estaba en la cama, defecado y orinado, y lo bañó. Pero ya estaba muerto. Esto sucedió el año pasado”, contó a este diario otro profesional del Borda.
–¿Es habitual que los pacientes se encarguen de este tipo de tareas? –preguntó Página/12.
–Han quedado resabios del antiguo “tratamiento moral”, donde se suponía que el trabajo disciplinaba y moralizaba al enfermo mental. Hay pacientes que se encargan de llevar la ropa al lavadero o de buscar al personal de mantenimiento para arreglar algo. Y suele suceder que, cuando muere un paciente, sus compañeros lo cargan, envuelto en una frazada.
–Esto último no parece un “tratamiento moral”.
–Es muy inhumano que tengan que hacer eso –contestó el profesional–: más allá del diagnóstico que cada uno tenga, siempre repercute en ellos el hecho de la muerte de un compañero. Pero ésta es la realidad del Borda. Hace poco, cuando estábamos con un grupo de pacientes haciendo una actividad en el parque, otro paciente se acercó y trató de arrebatarnos un pedazo de torta. Yo no le permití, le dije que así no: si me decía que quería torta, lo consideraríamos; que se sentara y hablara, le dije. hablamos, le dimos un pedazo, tomó un poco de jugo, dijo gracias y se fue. Yo les expliqué a los demás que no le quería negar la torta, pero que así no era la manera. Y otro de los pacientes dijo: “Lo que pasa es que uno acá se embrutece”. Es una pérdida de humanidad, de la condición humana.
–¿Por qué insiste en no dar su nombre? –preguntó Página/12 a este profesional.
–El año que viene voy a tener la oportunidad de irme de esta institución. Ya no soporto más. Entonces, quisiera presentarme espontáneamente ante un fiscal para declarar cosas que me avergüenzan. Pero, mientras tanto, tengo una relación de dependencia con la institución; este trabajo es lo que me permite mantener a mi familia.
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