Lunes, 26 de julio de 2010 | Hoy
EL PAíS › LA VISIóN DE CASIMIRO CONASCO, DE LA DERECHISTA REVISTA CABILDO
La publicación de la ultraderecha católica critica a la cúpula de la Iglesia por conciliadora con los homosexuales y califica al matrimonio gay como una “unión depravada, un fruto más de la perversión kirchnerista”.
Por Sergio Kiernan
La revista Cabildo es la tía loca del nacionalismo católico, la que dice a los gritos lo que muchos piensan pero no se animan. Corporativa, profundamente autoritaria, drásticamente antidemocrática, calificarla de preconciliar es quedarse cortos y decirle fascista también. La decana de los órganos de la derecha dura argentina que dirige Antonio Caponnetto tuvo una suerte de soponcio con la ley que amplía el matrimonio. Sin darle mayores vueltas, la definió de antemano como “esta discusión sobre si los putos pueden casarse y adoptar niños”.
El nacionalismo católico difiere de los demás fascismos en su firme adhesión al cirio, su gusto por la fe dura –la de los Cristos que sangran, la de las iglesias negras y el Santo Oficio– y su referencia a la Falange y a Franco. Para ellos, fascistas y nazis pecan, justamente, de heréticos o ateos, con lo que esdrújulamente terminan siendo “parte del sistema”, un hito más “en la perversión moderna”. Lo que detesta este pensamiento es esa idea de que las sociedades se gobiernan sobre soberanías que no sean divinas. La democracia es una farsa y la Caída se data en 1789 y en una revolución que habla de pueblo y ciudadanía.
Con los años, Cabildo se terminó quedando con este mercado ideológico que supieron transitar tantos otros grupos y medios. Ser nacionalista y católico férreo después de tantos años es mostrar una rigidez notable, una vocación minoritaria hasta dentro de la grey, que encontró hace tiempo otras maneras de ser reaccionario.
Ampliar el contrato matrimonial fue, para la revista, crear “una unión depravada”, un “fruto más de la perversión kirchnerista” que permite “consagrar el matrimonio entre degenerados”. Buena parte de lo publicado por Cabildo tiene siempre que leerse en clave de interna (después de todo, es a su manera una publicación partidaria). Por ejemplo, el colaborador “Casimiro Conasco” –alias que muestra el humor del medio– critica que la Iglesia simplemente no le haya declarado la guerra a la República. Conasco cuestiona duramente a Alberto Bochatey, vicepresidente del Instituto para la Familia de la UCA y sacerdote él mismo. La opinión sobre el matrimonio gay de una universidad que tiene un edificio llamado Monseñor Derisi es fácil de adivinar, pero a Conasco no le alcanza. Sucede que Bochatey, en un reportaje, explica que “el acento está en el respeto por la dignidad y la libertad de la persona homosexual”, lo cual para Cabildo lo descalifica como católico. El “enjuague” del sacerdote no es de extrañar, explica la revista, ya que la UCA hace rato que “renunció a las certezas absolutas” y dejó de enseñar que los dogmas de la fe son absolutos.
Para Caponnetto y sus seguidores, las posiciones válidas son las de, por ejemplo, la Corporación de Abogados Católicos –que por algo se hace llamar corporación– o el grupo militante Notivida. Ambos se oponen al cambio en la ley porque “el matrimonio es una institución de orden natural” y denuncian al “lobby gay” que, a través del Inadi, busca penar las críticas y “consolidar el amenazante dominio homosexual”.
Caponnetto, que tiene fuertes devaneos de ideólogo, picó por arriba de la polémica y comenzó a teorizar con resultados pintorescos. Una de sus conclusiones, publicadas bajo el título “Bodas de infierno”, es que “los homosexuales no deberían haber reclamado jamás el matrimonio”. Esto es porque la idea no sólo “peca contra la estructura lógica del pensamiento” sino porque es “una hipocresía”. Según el autor, “lo que condice con sus prácticas (de los homosexuales) y con sus ideas es el apareamiento transitorio, sucesivo o simultáneo, hedonista y soluble, sin vestigio alguno del institucionalismo burgués. El matrimonio, en cambio, es una institución de Orden Natural, anclado en aquellas categorías tradicionales que los mismos sodomitas dicen rechazar”.
Con lo que el resultado es que “pedir matrimonio homosexual es pedir anarquía ordenada, caos conservador, delito virtuoso, desgobierno gobernado y subversión subordinada a la autoridad constituida”. Los homosexuales piden matrimonio “porque lo odian y porque saben que, asumiéndolo ellos, es el modo más vil de destruirlo”.
En el fondo, todo esto es un capítulo particular de la furibunda bronca que le tienen los cabildos a la misma idea de democracia. Puede ser llamativo que la revista ni siquiera se moleste en criticar con nombre y apellido a los políticos que votaron a favor de la nueva ley. Pero basta ver qué opinan del mismo sistema para entender por qué ni se molestan en hacer nombres. Así, la democracia “embrutece la dignidad humana con sus políticas permisivas en materia sexual aprobando el nudismo y los vicios más repugnantes como la homosexualidad y la pederastia, que han convertido las sociedades en inmundos lupanares y las naciones en asquerosas cloacas como Sodoma y Gomorra”. Según uno de los autores cabilderos, el cura español Pedro de la Inmaculada Muñoz Iranzo, la democracia mata a los niños antes de nacer, destruye las familias, hunde la economía (con las huelgas), lava el cerebro, atonta la cultura, exprime a la propiedad privada, llama derechos humanos a la impunidad de los asesinos y confunde cobardía con tolerancia. Semejante sistema es “¡la Babel de este siglo!”.
La falla, dicen estos nacionalistas, es que “para la democracia no existe la verdad absoluta. Esta la crea la mayoría”, con lo que cualquier cosa –el aborto, el divorcio, el matrimonio entre homosexuales– pasa a ser “legal y buena” y así “se destruye la Ley Natural, que es reflejo de la Ley Divina”.
¿Y qué dice la Ley Natural? Que “toda autoridad viene de Dios” y el que no gobierna en su nombre “y por su Ley” no tiene legitimidad. El ejemplo perfecto que puede dar Cabildo es el de Franco, que fue “Caudillo de España por la gracia de Dios”. El voto, los pactos sociales, la misma idea de que el poder deriva de lograr una mayoría de voluntades civiles “es LA GRAN MENTIRA”, porque los habitantes de un país “son una suma de ceros”. Y es de ceros andar pecando bravo, ampliando el matrimonio y agitando a estos reaccionarios imperdibles.
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