Domingo, 21 de septiembre de 2014 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Melina Romero es una joven de 17 años, la crónica periodística de estas semanas se encarnizó con ella. Se violaron leyes que preservan la intimidad de los jóvenes. Pulularon abordajes perversos con una marcada proclividad a estigmatizarla, dibujando el clásico y deplorable cuadro de la víctima que busca su castigo o su destino fatal.
Dos columnas notables enfrentaron el sadismo mediático que, como es habitual, traspasó los límites de la buena praxis periodística o del humanismo más primario. Una, publicada en Página/12 por la periodista Mariana Carbajal, se titula “Adolescentes descartables”. Otra, editada en el portal Cosecha roja. está firmada por el colega Maximiliano F. Montenegro. Ambas son insustituibles, se recomiendan y a ellas se remite.
Este cronista agrega que artículos anónimos que describen a Melina como un personaje desarticulado y hasta irrecuperable trasgreden todos los parámetros de la comunicación social. La cobertura del diario Clarín y la de casi todos los canales de televisión privada son tan chocantes que hasta es preferible evitar dar detalles acerca de su barbarie, de su esencia discriminatoria, de la violencia que divulgan.
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Es común y plenamente válido poner en la picota a “la política”, los gobiernos, a lo público en general. El propio Estado cae en la volteada, ora con buenos argumentos, ora por posturas ideológicas. Compartidos o no, forman parte del repertorio democrático.
Lo que cabe preguntarse, a esta altura, es sobre cómo funcionan la sociedad civil y dentro de ella los medios de difusión masiva.
El silencio de los comunicadores de primer nivel que trabajan en esos medios es una forma capciosa de complicidad. Llenarse la boca de dicterios contra el Estado o los gobiernos construye prestigio y carreras, la introspección está vedada o contraindicada, por lo que se ve y escucha.
Días atrás se polemizó sobre un nuevo régimen escolar en la provincia de Buenos Aires. Catedráticos y académicos de postín se llenaron la boca con los derechos de los chicos, la necesidad de respetarlos y enaltecerlos. Se habló recurrentemente de la necesidad de educarlos (así tengan 6 años) mediante “premios y castigos”. Discrepamos con ese criterio, pero es su punto de vista que propagaron con fruición... para cuestionar a la escuela pública.
Es chocante que no busquen ser congruentes con esa mirada cuando se pone en cuestión la comunicación de masas. El afán crítico se toma licencia.
Cualquier chica o chico se informa nutridamente a través de la tele o las redes sociales. Ni hace falta calcular cuántas horas dedica a estudiar y cuántas a mirar esas imágenes que se repiten hasta el hartazgo. Se socializan de esa manera... se construirá rating, jamás ciudadanía.
Para Melina abunda la pedagogía del castigo. Digámoslo de nuevo, porque no sobra: es ilegal, perversa. Está manejada por quienes ponen el grito en cielo contra “los avances del Estado contra la libertad de prensa”.
El modo en que ejercen ese sagrado derecho los deja expuestos. La sociedad civil y el mundillo de los medios privados tendrían que mirarse al espejo en vez de denigrar a Melina o a tantas otras víctimas. La imagen que verían, su rostro, mete miedo.
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