EL PAíS › OPINION

Un cambio estilo oriental

Por Washington Uranga*

La euforia que ganó las calles de Montevideo mucho antes del final de los escrutinios sólo puede explicarse como la manifestación de un ansia de cambio y de búsqueda de nuevos rumbos contenida por gran parte del pueblo uruguayo durante mucho tiempo y construida pacientemente por el Frente Amplio desde hace más de tres décadas, desde aquel 1971 cuando se fundó. Desde aquella fecha que es histórica para el país, pero también para la política en esta parte del mundo, ocurrieron muchos acontecimientos en la vida de los uruguayos, incluyendo la larga dictadura militar que se extendió entre 1973 y 1985. Perseguido, combatido, con muchos de sus militantes encarcelados, torturados y asesinados, ese período oscuro de la historia uruguaya y latinoamericana no interrumpió la paciente construcción de un proceso político que sus iniciadores supieron que sería largo, desde el primer momento. En medio también estuvieron las crisis, los enfrentamientos y las diferencias internas. Y allí surgió, con toda fuerza y decisión, la figura del general Líber Seregni, el hombre de la mesura, de la búsqueda permanente del consenso y de las coincidencias, en medio de una fuerza que agrupó a miradas que van desde el Partido Comunista, ex democristianos, ex blancos y colorados, hasta los Tupamaros. Seregni, que falleció este año, no llegó a ver este momento y a participar de esta euforia, pero desde donde esté hoy recibe el reconocimiento de todos y todas en esta hora.
El Frente Amplio fue creciendo paso a paso, consolidándose lentamente, con un piso de votantes en torno del 20 por ciento mientras los blancos y los colorados seguían repartiéndose el poder. Cuando en 1994 el Frente Amplio alcanzó una votación levemente por encima del 30 por ciento las fuerzas conservadoras de la política uruguaya concluyeron que era necesario buscar nuevos mecanismos para impedir el acceso del centroizquierda al poder, porque la llamada “ley de lemas” que le había servido hasta entonces ya no era suficiente. Así se aprobó una reforma electoral para introducir la segunda vuelta. Y con ello, uniéndose más allá de sus presuntas diferencias, los blancos y los colorados lograron mantener el poder hasta hoy. En las elecciones presidenciales de 1999 el Frente obtuvo el 39 % de los votos, pero ello no fue suficiente para impedir que Jorge Batlle (colorado) se impusiera como presidente en la segunda vuelta con el respaldo de una coalición que tuvo mucho más de antifrentismo que de coincidencia programática o propuesta de gobierno.
En este camino del Frente Amplio no puede dejar de verse lo que ha sido el ejercicio del gobierno municipal de Montevideo, donde habita más del 50 % de la población del país, desde 1989 hasta la fecha. El propio Tabaré Vázquez ejerció la titularidad de la intendencia capitalina, seguido de Mariano Arana que está culminando su mandato después de haber sido también él reelecto por un segundo período. Montevideo ha sido una escuela de gestión y de construcción política para la dirigencia del Frente.
La euforia y el clima de festejo que inundaron las calles de Montevideo desde muy temprano del domingo y hasta el sábado previo, a pesar de la mesura reiteradamente solicitada por las autoridades frenteamplistas, tiene que ver con esta ansia contenida de cambio de gran parte de los orientales durante más de tres décadas. Tiene que ver también con el sentimiento de que este momento es la culminación de un largo proceso de construcción que ahora tiene que consolidarse en el no menos complejo y difícil tiempo de la gestión. Tiene que ver con la esperanza que se construye “desde el pie” al compás de la canción de Alfredo Zitarrosa, al ritmo de la murga y del candombe, apoyada en las plumas combativas de poetas y escritores como Mario Benedetti y Eduardo Galeano, y hasta en esa mezcla de fútbol y política de quienes no quieren perder de vista la esperanza de que la “celeste” futbolera pueda retomar el camino de las glorias ya casi olvidadas en la historia.Uruguay es cultura y pasión política. Es también hoy expresión de la tenacidad de un pueblo que sabe de sus derechos y pelea por ellos. Que lo hizo a través de plebiscitos, en la calle y en las urnas. Y que encuentra en este momento un nuevo camino para transitar, pensando en el cambio, en torcer la historia. Su pueblo y sus dirigentes saben de lo difícil que va a resultar. Pero están cargados de esperanza y de entusiasmo. Por eso enarbolan junto a la bandera azul y blanca, la vieja enseña de Artigas y la de los Treinta y Tres Orientales con el lema “Libertad o muerte”. Y así como confían en sí mismos, los uruguayos, los orientales como ellos mismos prefieren denominarse, tienen expectativas de que este camino será transitado con alianzas que están por encima de las fronteras y, por ese motivo, miran a sus grandes vecinos, Brasil y Argentina, y al resto de América latina anidando el sueño de una Patria Grande.

* Desde Montevideo.

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