EL PAíS
Estrategias
Roberto Lavagna eligió mostrarse esta semana junto al cardenal Jorge Bergoglio con el pretexto de la presentación de un libro de un escritor oriental. Esa debilidad por las corporaciones lo expuso a aparecer junto con personajes de la ultraderecha católica, como los representantes de la Congregación del Verbo Encarnado y el sacerdote Aníbal Fosberry, el hombre de confianza de José López Rega, Domingo Bussi y Leopoldo Galtieri,quienes le encomendaron misiones internacionales que incluyeron la compra de armas. Maestro refinado del doble discurso, Bergoglio fustigó el asistencialismo y el clientelismo el mismo día en que la Iglesia lanzaba su colecta “Más por Menos”, que debe ser un instrumento de construcción de ciudadanía y liberación integral. Kirchner diluyó la jugada de posicionamiento de Lavagna con una decisión tan astuta como curiosa: ordenó que también asistieran los ministros Aníbal Fernández y José Pampuro. Es el mismo sistema de razonamiento por el cual eligió como candidato en la Capital a Rafael Bielsa, a quien no soportaba más en el gabinete. Bielsa, quien deseaba continuar en la Cancillería, le retribuye profundizando su estrategia de diferenciación personal. El viernes en el agasajo a Bachelet leyó un mensaje tan provocativo como ramplón en el que recitó la agenda de Estados Unidos, incluida la “lucha contra el terrorismo internacional”. Nada menos que en un encuentro con intelectuales llamó “Ferdinand Audell” al historiador social crítico de la globalización Fernand Braudel e inventó un papa Juan Pablo VI para su propio consumo. Luego de leerlo se retiró antes de que sirvieran la cena, en un ostensible desaire a CFK. El problema con este método de designación de candidatos es que una derrota en la Capital golpearía a Kirchner y una victoria implicaría el surgimiento de un monstruo político, cuyas aspiraciones son ostensibles y que se ofrece para cubrir el lugar que dejó vacante Menem como intérprete de los deseos de Washington.