EL PAíS › OPINION
Chorlitos
Por Sandra Russo
¿Vio el partido?”, me preguntó el taxista. “¿Qué partido?”, le repregunté, no porque no supiera que ayer habían jugado Francia y Senegal. Sabía también que había ganado Senegal y hasta me había imaginado que el primer gran debate será si este mundial sepultará al fútbol bonito bajo las múltiples zancadas del fútbol de alto rendimiento, pero estaba pensando en otra cosa. “¡¡Hoy empezó el Mundial!!”, me gritó el tipo, en un tono ligeramente simio que me hizo prever ese mismo tono elevado a su máxima expresión dentro de pocos días. No quise retroceder en mi digna actitud de indiferencia, y le retruqué, con cierta petulancia, es cierto: “Con todo lo que tengo que hacer...” “Bueno, disculpe, yo preguntaba porque a lo mejor mientras hace sus cositas en su casa ve la televisión”, me dijo él, y me lo imaginé imaginándome planchando o preparando tartas casi de madrugada y fisgoneando cómo franceses y senegaleses se desvivían por imponerle la dirección de sus patadas a una pelota. “No, no lo vi”, le costesté cortante, como para dar por finalizado el ítem de conversación, mientras el taxi se deslizaba por 9 de Julio y Corrientes y en esa esquina, por la ventanilla, veía decenas de maniquíes vestidos de hinchas argentinos colgando de una estructura metálica. Los maniquíes agitaban banderas (es un modo de decir) y miraban a un difuso horizonte con expresiones concentradas. Se diría, por esas expresiones, que no estaban allí festejando un gol sino más bien a punto de presenciar un desempate por penales. Inconcebiblemente, deseé que festejaran.
“Voy a caer, voy a caer”, pensé para mí, rendida ante la evidencia de mi absurda emoción espontánea. “Voy a caer como una chorlita”, pensé. “Apenas juegue Argentina voy a mutar en hincha, lo sé, lo sé, voy a ver esas propagandas que duran cinco minutos en las que mucha gente junta canta consignitas baratas y voy a llorar como una imbécil, voy a poner el despertador, voy a inventarme cábalas. ¿Puede ser que sea tan poco resistente?”
Hay gente que efectivamente puede ejercer la indiferencia con decisión y recato, practicar con consecuencia la prescindencia ante las emociones colectivas o colegir racionalmente que a veces, cuanto peor mejor. Hay gente que, con toda razón, se abstiene de sumarse a una algarabía que sospecha maníaca, que en momentos en los que millones de otros están pendientes de una esperanza puramente deportiva, prefieren no perder de vista los miles de motivos para seguir sosteniendo la desesperanza social. Hay gente que es capaz de preservarse del engrudo nacionalista, sensiblero, burdo y bobo que se cocina en los mundiales. Yo los respeto mucho, pero a mí no me sale.